Anales de la RANM

51 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 UNGÜENTOS DE BRUJA EN LA LITERATURA ÁUREA Francisco López-Muñoz Año 2018 · número 135 (01) · páginas 50 a 55 de apartar a la mujer de cualquier práctica que tuvie- ra visos científicos. De hecho, solo así puede compren- derse el diferente tratamiento de género que recibían hombres y mujeres acusados –o perseguidos- de simi- lares delitos ante los tribunales del Santo Oficio (4). En este punto, es preciso resaltar que las mujeres dedica- das al curanderismo y la hechicería, a menudo, eran las únicas personas que prestaban asistencia sanitaria a una población desprotegida que carecía de otros me- dios para afrontar sus dolencias. Y esta asociación era especialmente clara en el caso de la partería, que era la ocupación médica fundamental de la mujer, al pun- to de que muchas de ellas se convirtieron en auténti- cas expertas en el uso de toda clase fármacos natura- les para combatir los dolores del parto. No tardó, pues, en extenderse la teoría de que las comadronas-brujas robaban niños neonatos para devorarlos, intervenían en el ciclo de Dios mediante la práctica sistemática de abortos, o bien practicaban toda suerte de sortilegios para corromper las almas de los recién nacidos o pro- vocar el nacimiento de demonios familiares valiéndose del ciclo natural establecido por la divinidad. Los tópicos relativos al ejercicio de la brujería, reco- nocidos, perseguidos y penados por el Santo Oficio en España durante el Siglo de Oro, serían más o menos los siguientes: brujas y brujos, de todas las edades, rea- lizan un pacto con el diablo y se dejan marcar por él ( stigmata diaboli ); periódicamente acuden a reuniones o aquelarres (término que viene a significar, en euske- ra, “llano del macho cabrío”) para reverenciar al diablo (beso negro) y festejar en comunidad (bailes, banque- tes y orgías sexuales); se transportan por el aire (trans- vección) a los conventículos, tras untarse, bien volando sobre escobas o toneles, metamorfoseadas en animales, o a lomos de una bestia; el diablo, en forma de macho cabrío, preside las celebraciones (adoración y herejía); se practica la antropofagia y el vampirismo (sobre todo de niños). Todos estos tópicos convirtieron a las bru- jas, durante los siglos XVI y XVII, en una figura con una fuerte raíz folklórica, que pobló las leyendas lo- cales por doquier (5), habitualmente desde una ópti- ca negativa, saturada de tópicos, escasamente realista y pocas veces cifrada en hechos reales. En cualquier caso, más allá de consideraciones teológicas, el de la brujería es un fenómeno complejo, resbaladizo en sus aspectos socioculturales y políticos, que resulta difícil de definir y desentrañar. Y ello porque es adyacente a todas las formas de superstición, así como a la enfer- medad mental o a la picaresca, lo cual no tardó en con- vertirlo en un tópico literario y artístico (6), del que la literatura áurea no supo evadirse. Las hechiceras y brujas solían ser unas perfectas cono- cedoras de la botánica natural y de las propiedades de las plantas, y entre las hierbas que asiduamente se em- pleaban en sus cocimientos cabe mencionar a las plan- tas de la familia de las Solanaceae , todas ellas dotadas de propiedades psicotrópicas, como el beleño ( Hyos- cyamus albus o niger ), la belladona ( Atropa belladona ), la mandrágora ( Mandragora officinarum ), el estramo- nio ( Datura estramonio ) y el heléboro ( Helleborus ni- ger o Veratrum álbum ), además de otras especies, como la valeriana ( Valeriana officinalis ), la verbena ( Verbena officinalis ), el acónito o napelo ( Aconitum napellus ), la cicuta ( Conium maculatum ), la adelfa ( Nerium olean- der ) o el opio ( Papaver somniferum ), prototipo, este úl- timo, de agente sedante (7). Las solanáceas son plan- tas muy abundantes en la Península Ibérica, que cre- cen en terrenos nitrogenados, ricos en materia orgá- nica, como basureros, cementerios, riberas de los ríos, etc., por lo que brujas y hechiceras podían adquirirlas sin dificultad para elaborar sus pociones y sin despla- zarse largos trechos. Pero en los calderos de las brujas no sólo se cocían las plantas, sino muchas otras sustan- cias de carácter simbólico y valor ilusorio, cuya selec- ción posiblemente se debiera a la “teoría de las signa- turas o de la semejanza” de Paracelso (1493-1541), se- gún la cual todo lo semejante causa un efecto similar, como, en el caso que nos ocupa, la soga, los dientes o los zapatos de los ahorcados, que podrían transferir al vivo alguna cualidad del muerto, las barbas y la sangre del macho cabrío en la transmisión de la lujuria o los ojos de loba para los problemas de visión (8). Sin embargo, son muy pocos los procesos europeos por brujería donde se hiciera constar a ciencia cierta la utilización de estas sustancias, es decir, aquellos don- de realmente se conseguía el famoso ungüento de bru- jas. Por ejemplo, en el conocido caso de Zugarramurdi (1610) se descubrieron veintidós ollas y una serie de polvos y cocciones, elaborados a partir de plantas, gra- sa, cenizas, sapos, etc., que se decía servían para des- plazarse por el aire y acudir a estas reuniones, bien a lomos de una escoba, bien a lomos de un animal, espe- cialmente un lobo (9). A pesar de esto, el primer cientí- fico que demostró la correlación existente entre el con- sumo de sustancias psicotrópicas (contenidas en las plantas de la familia de las Solanaceae ) y la práctica de la brujería, en opinión de Rothman (10), fue el médico segoviano Andrés Laguna (1599-1560). Laguna puede ser considerado como el prototipo de científico huma- nista del Renacimiento, y aun siendo hijo de médico judeoconverso, alcanzó la fama en vida, como una de las más brillantes figuras de la cultura europea de la época, llegando a ser médico personal del Emperador Carlos V (1500-1558), del papa Julio III (1487-1555) y del rey Felipe II (1527-1598). Aunque escribió más de 30 obras de diversas materias, incluyendo las de orden filosófico, histórico, político y literario, además de las estrictamente médicas, el texto más conocido de Lagu- na es la traducción comentada de la Materia Médica de Dioscórides (11). Precisamente, en sus anotaciones del Dioscórides, Laguna describe los efectos y sensaciones placenteras (similares a las ocasionadas por el opio) de los ungüentos de brujas, pero, además, fue capaz de de- mostrarlos experimentalmente, al aplicar estas unturas a ciertos sujetos, concluyendo que estas drogas (“raí- ces que engendran locura”) ocasionan un incremento de la sugestibilidad, induciendo una especie de tras- torno mental transitorio. Estos apuntes de naturaleza psiquiátrica abrieron una nueva luz sobre la visión so- cial de las brujas y hechiceras, que comenzaron a dejar de considerarse como poseídas y ser evaluadas desde la perspectiva de sujetos enajenados. La atracción de los literatos áureos por el entorno de la magia y la demonología parece evidente, aunque esto era algo común en la España de su época. Estos perso- najes, además, tenían un fácil entronque en el ámbito de la literatura picaresca, tan en boga a partir de la pu- blicación de La Celestina (1499). A título de ejemplo, en la obra de Miguel de Cervantes (1547-1616) pode- mos leer todo tipo de actividades relacionadas con la

RkJQdWJsaXNoZXIy ODI4MTE=