Anales de la RANM

52 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 UNGÜENTOS DE BRUJA EN LA LITERATURA ÁUREA Francisco López-Muñoz Año 2018 · número 135 (01) · páginas 50 a 55 brujería, desde el uso de objetos de naturaleza mágica hasta invocaciones demoníacas y ritos diabólicos reali- zados en los conventículos (12). La obra más represen- tativa, en este sentido, es, sin duda, la novela ejemplar El coloquio de los perros (1613), donde se relatan las prácticas brujeriles de una comunidad de brujas lla- madas las Camachas, pero este tema también es recu- rrente en la novela Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617), donde se narran tres episodios relativos a bru- jas o hechiceras, expertas en el manejo de hierbas y la preparación de filtros y ungüentos. Por su parte, Félix Lope de Vega (1562-1635) aborda el tema de las hechi- ceras y brujas en dos obras teatrales, El caballero de Ol- medo (1620-1625), donde una alcahueta celestinesca, frecuentadora de cementerios y encrucijadas, es una experta elaboradora de cosméticos y otros brebajes, y el drama cortesano El vellocino de oro (1622), en el poema La Circe (1624), y en la narración en prosa dia- logada de género celestinesco La Dorotea (1632) (13). Ambos autores, salvo en los textos de ambientación mitológica de Lope de Vega, nos muestran los efectos de la sociedad que les tocó vivir y las consecuencias de una atroz persecución religiosa, racial, económica y de género hacia estas mujeres de vida marginal, así como los usos y costumbres de la España tardorrenacentista y novobarroca, incluyendo el uso, con objetivos extra- terapéuticos, de una gran cantidad de sustancias do- tadas de propiedades psicotrópicas (14-18), en algu- nos casos con fines ilícitos e incluso criminales (véase el empleo de diferentes venenos), en otros de carácter adictivo (como el caso de los ungüentos de brujas), y las más de las veces con objetivos meramente crematís- ticos (filtros de amor y magia amatoria). Tal como lo demuestra en sus textos, sobre todo en las Novelas Ejemplares (1613), Cervantes parece disponer de conocimientos significativos sobre las virtudes de numerosas plantas que constituían los herbolarios de su época, además de los diferentes preparados de boti- ca elaborados con ellas, como aceites, ungüentos, bál- samos, raíces, cortezas o jarabes (19). Sin embargo, en relación con los agentes puramente psicotrópicos, Cer- vantes suele evitar mencionarlos específicamente y se limita a glosar las propiedades y efectos de los prepa- rados herbales utilizados a nivel popular, sin incidir en su hipotética composición, posiblemente debido, como postulan varios autores, a un exceso de celo frente a las autoridades de la Inquisición, debido al controvertido y desprestigiado uso extraterapéutico de estas sustan- cias (20). No debemos olvidar, en este punto, la espe- cial vulnerabilidad del literato, que, cuestionado como cristiano viejo, debía dejar inmaculada de forma per- manente su limpieza de sangre. Por su parte, Lope de Vega, en líneas generales, hace amplias referencias al uso terapéutico de las plantas en multitud de sus obras teatrales, e incluso parece conocer las indicaciones te- rapéuticas de algunas hierbas, pero, en general, pro- fundiza poco en ellas, y suele mencionarlas sin preci- sar sus propiedades salutíferas o nocivas para la salud. Con respecto a los agentes psicotrópicos, se suele refe- rir a ellos de forma alegórica y metafórica, aunque las sustancias narcóticas y venenosas constituyen valiosas herramientas en las tramas de sus obras dramáticas, lo que hace evidente que Lope de Vega era un gran co- nocedor del carácter popular que determinadas drogas tenían en la sociedad de su tiempo (9). Pero, ¿cuáles fueron, en su caso, las fuentes científi- cas en materia médica y terapéutica que pudieron utili- zar estos autores para documentarse técnicamente?. En el caso de Cervantes parece bastante claro, a la luz de los trabajos de investigación desarrollados por nuestro grupo (21-22) y también plausible en el caso de Lope de Vega y otros relevantes autores áureos. Se trata del texto de referencia en el campo de la terapéutica du- rante los siglos dorados: el Dioscórides , denominación popular y vulgarizada del tratado Sobre la Materia Mé- dica, principal obra científica del médico griego Peda- cio Dioscórides Anazarbeo (Anazarba, c. 40 – c. 90). En la biblioteca particular de Cervantes se han identi- ficado varios tratados de materia médica, incluyendo una edición salmantina del Dioscórides (1563), comen- tado e ilustrado por Andrés Laguna (23), posiblemen- te herencia paterna, y que incluso llega a citar en el ca- pítulo XVIII de la primera parte de El Quijote (1605) (12). Con respecto a Lope de Vega, aun sabiendo que el inventario que acompañó a su testamento listaba más de 1500 libros, no existen datos fiables sobre los títu- los de su biblioteca particular, pues, por desgracia se perdieron con el paso del tiempo. En cualquier caso, en lo que todos los investigadores concuerdan es en su uso constante de diferentes manuales, enciclopedias y polianteas (24). Pero, al igual que Cervantes, Lope de Vega también menciona a Laguna en su obra El acero de Madrid (ca. 1618) (13). Otro relevante literato del Siglo de Oro, Tirso de Molina (1579-1648), también menciona a Laguna en su famosa comedia La Fingida Arcadia (1676), e incluso Pedro Calderón de la Bar- ca (1600-1681) también pudo haber dispuesto de un ejemplar de la versión comentada del Dioscórides del humanista segoviano en su biblioteca particular (25). En el caso de Lope de Vega, ejemplo por excelencia de literato erudito, su obra dramática hace traslucir que también conocía otros textos técnicos, como la Histo- ria Natural de Cayo Plinio Segundo, apodado Plinio el Viejo (23-79 d.C.), así como a los dos médicos coe- táneos que fueron los principales comentadores y tra- ductores del autor clásico, Francisco Hernández (ca. 1514-1587) y Gerónimo de Huerta (1573-1643), o el texto de Constantino Castriota (n.d.) titulado Il Sapere Util´e Delettevole (El saber útil y agradable), editado en Nápoles en la década de 1550, que incluso cita literal- mente en La Arcadia (1598) (26). Profundizando en el tema de este trabajo, la imagen más recurrente del imaginario popular sobre las bru- jas, además de los vuelos sobre las escobas, ha sido la elaboración de pócimas y ungüentos en sus famosos calderos. Pedro Ciruelo (1470-1560), en su Reproua- cion de las supersticiones y hechizerias (1530), afirma- ba que “algunas de ellas se untan con unos ungüentos y dicen ciertas palabras y saltan por la chimenea del hogar, o por una ventana y van por el aire y en breve tiempo van a tierras muy lejos y tornan presto dicien- do las cosas que allá pasan” (27). Incluso a día de hoy, en algunos pueblos de la zona pirenaica se instalan chi- meneas antibrujas. Aunque en el marco de la botica tradicional los un- güentos eran formulaciones para administración tópi- ca elaboradas a base de grasas, ceras o resinas, su ela- boración extrafarmacéutica y extraterapéutica, por parte de curanderos, hechiceras y brujas, era una prác- tica habitual desde la Edad Media. Para elaborar es-

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