Anales de la RANM

54 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 UNGÜENTOS DE BRUJA EN LA LITERATURA ÁUREA Francisco López-Muñoz Año 2018 · número 135 (01) · páginas 50 a 55 las adormece, que por el diuturno y profundísimo sue- ño, las imprime en el cerebro tenazmente mil burlas y vanidades, de suerte que después de despiertas confie- san lo que jamás hicieron” (11). Más concretamente, en relación a los ungüentos de brujas, habla de compues- tos de olor pesado y naturaleza fría, entre cuyos ingre- dientes menciona hierbas como el solano, el beleño o la mandrágora (11). Los textos de Laguna y de Cervan- tes muestran una enorme semejanza, y en algunos ca- sos son representados de forma casi literal, lo que parece confirmar el uso por parte del literato de las anotaciones del científico (21-22). Como también indica Laguna, el principal compuesto de estos calderos sería el beleño, conocido a nivel popu- lar como “hierba loca” (beleño negro) y “flor de la muerte” (beleño blanco), que desde la Edad Media se venía utili- zando como integrante de las pócimas de hechiceros y la- mias por sus efectos alucinógenos (1, 28). De las flores de esta planta, denominada hyoscyamo por Laguna (de los términos griegos “ hyos ”, cerdo, y “ kyamos ”, haba, en re- ferencia al olor a carne podrida que desprende la tetra- hidro-putrescina, uno de los componentes de esta plan- ta), dice el Dioscórides que “engendran sueños muy gra- ves” (11). De hecho, un refrán popular español dice que “al que come beleño, no le faltará sueño”, y “embeleñar” viene a significar adormecer. En Galicia se conoce como “herba dos ouvidos”, pues no se recuerda lo acontecido tras su consumo. Y el Tesoro de la Lengua Castellana o Es- pañola (1611) de Sebastián de Covarrubias (1539-1613) apunta: “Del veleño entiendo haberse dicho envelesarse, que es pasmarse y estar embelesado, y embelecos los en- gaños que nos hacen los embustidores y charlatanes, que nos sacan de sentido” (33). La mandrágora (del griego “ mandras ”, establo, y “ agrauros ”, deñoso), conocida tam- bién como “ Anthropomorphon ”, por cuanto su raíz seme- ja a un pequeño cuerpo humano con sus cuatro extremi- dades, era otra de las plantas solanáceas más relacionada con el entorno de la brujería, y su consumo tiene efectos muy parecidos a los del beleño (sedación inicial y efectos anticolinérgicos potencialmente mortales). En Alemania, desde el tiempo de los godos, el término “ alraun werzel ” es sinónimo de bruja o raíz de mandrágora. De hecho, las brujas admitían que arrancando la planta del pie de los cadalsos (pues se tuvo por cierto que crecía debajo de las horcas, al ser fertilizada por la sangre de los cadáveres y de ahí el nombre alemán “ Galgenmannlein ”, u hombrecillo de las horcas) podían transformar a los hombres en bestias o pervertir la razón, enajenando a las personas (34). Tam- bién el estramonio, que suele crecer en huertas y campos de cultivo, era otra planta habitual en los calderos de bru- jas, y de hecho, su nombre procede de la acepción “estre- monia” (castellano y catalán antiguo), que viene a signi- ficar brujería o magia. En la actualidad, sabemos que las solanáceas (beleño, belladona, mandrágora, estramonio, etc.) son plantas ricas en alcaloides dotados de una gran actividad sedante, como la hiosciamina y la escopolamina, de amplio uso en la historia de la analgesia y, más recien- temente, de la psiquiatría. Sin embargo, los usos tóxicos extramedicinales de estas plantas han sido históricamente más habituales. El aspecto físico de la vieja bruja, tras la aplicación de la untura, también es aportado por Cervantes: “… denegri- dos los labios, traspillados los dientes, la nariz corva y en- tablada, desencaxados los ojos, la cabeza desgreñada, las mejillas chupadas, angosta la garganta y los pechos sumi- dos” (12). Laguna también describe, de forma muy pare- cida, los efectos tóxicos inducidos por el beleño: “a los que tragaron el hyoscyamo blanco sobreviene gran relajación de junturas, apostémaseles la lengua, hínchaseles la boca, inflámaseles y paréceles turbios los ojos, estréchaseles el aliento, acúdeles sordedad con váguidos de cabeza, y una comezón de las encías, y en todo el cuerpo” (11). Y no solamente en El coloquio de los perros hace referen- cia Cervantes a las unturas de brujas. También son men- cionadas, aunque no relata sus efectos, en Los trabajos de Persiles y Sigismunda , cuando comenta las actividades de Cenotia, una hechicera morisca experta en la elaboración de ungüentos a partir de hierbas diabólicas y capaz de vo- lar por los aires (35). En cualquier caso, los textos cervantinos ponen de mani- fiesto un hecho que hoy podría parecer evidente; en múl- tiples ocasiones, estos ungüentos podrían haber sido ela- borados, cercenando la excusa ritual o satánica, con fi- nes evidentemente recreativos y lúdicos. Como apuntaba la bruja Cañizares, “buenos ratos me dan mis unturas... y el deleite mucho mayor es imaginado que gozado” (12) . Del mismo modo confiesa que tiene un “vicio dificulto- sísimo de dejar” y que “la costumbre del vicio se vuelve naturaleza”, criterios que hoy conforman parte del diag- nóstico de los trastornos por abuso de sustancias. Es más, la propia Cañizares justifica en la drogodependencia sus prácticas brujeriles y su aislamiento social: “… y como el deleite me tiene echados grillos a la voluntad, siempre he sido y seré mala” (12). En esta novela ejemplar, Cervantes nos muestra a un personaje marginal, una anciana ais- lada socialmente, que es adicta a las unturas elabora- das con plantas alucinógenas, merced a la búsqueda de un placer sexual que no puede obtener, dada su edad, por otras vías. En suma, una persona estigmati- zada, en una sociedad marcada por el puritanismo de la Contrarreforma. De forma distinta, en los textos lopianos, las llamadas a los agentes psicotrópicos, muchas veces relacionados con un simple inventario, a modo de bodegón, es harto habitual, tópico que puede constituir una mera extra- polación del interés, tanto popular como literario, que por estos temas hubo durante el Siglo Áureo. En este contexto, los efectos tóxicos o salutíferos de estas sus- tancias tampoco escaparon a la pluma del dramatur- go madrileño, aunque estos recursos literarios fueron habitualmente de carácter simbólico y metafórico. En suma, podemos afirmar que las obras lopianas reflejan el saber enciclopédico de su época y que Lope de Vega logró el arduo triunfo de difundir el conocimiento so- bre la naturaleza legado por los clásicos al pueblo lla- no, sin desmerecer la atención por parte de las clases más cultivadas. Cervantes y Lope de Vega son los dos grandes auto- res del Siglo de Oro español. Ambos abordaron en sus textos literarios el tópico de la brujería y de la boti- ca hechiceril, aunque desde enfoques diametralmente opuestos. Para ello recurrieron, como herramienta do- cumental, a las más destacadas obras científicas de su CONCLUSIÓN

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