Anales de la RANM
185 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 SESIÓN NECROLÓGICA EN MEMORIA DEL EXCMO. SR. D. HIPÓLITO DURÁN SACRISTÁN Manuel Díaz-Rubio García An RANM · Año 2018 · número 135 (02) · páginas 184 a 190 Don Hipólito sufrió las carencias de la medicina del se- gundo tercio, pero tuvo un gran maestro, el profesor Ra- fael Vara López, que le formó como si hubiera estado en los mejores centros del mundo. Vivió el segundo tercio con la grandeza de ser un gran maestro, y desde sus dife- rencias con ciertos aconteceres, se entregó a la transfor- mación en España a la nueva medicina que se practicaba en el mundo desarrollado. Pero hay más, apoyó desde la crítica constructiva los nuevos retos del tercer tercio, a pesar de haber sufrido una temprana e injusta jubilación en los momentos estelares de su vida. El Profesor Hipólito Durán ingresó en la Real Acade- mia Nacional de Medicina el día 22 de abril de 1975, ocupando el sillón número 39, con el discurso Compli- caciones pulmonares y cardiacas en pacientes quirúrgicos en estado crítico , que fue contestado por su maestro el profesor Rafael Vara López. El discurso, de una profun- didad extraordinaria, se convirtió en una obra básica de su aportación científica y referencia en la cirugía, y que basó nada menos que en el estudio de cerca de 1.900 his- torias clínicas de enfermos que desarrollaron complica- ciones tras la cirugía. Con frecuencia me recordaba que ese fue uno de los días más felices de su vida, felicidad que le inundó cuando accedió a la Presidencia de esta Real Acade- mia en 1994. Escucharle expresar esos sentimientos desbordantes me contagiaban de optimismo y pasión, a la vez que me asombraba la sencillez y nobleza con que lo hacía. Hipólito Durán Sacristán nació en Valladolid el 20 de julio de 1924. Tras estudiar el bachillerato en el Instituto de Enseñanza Media José Zorrilla de su ciudad natal e influido por su tío médico, Germán Durán, médico de Cuevas del Valle en Ávila, estudió la carrera de medicina en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valla- dolid acabándola en 1948, con 24 matrículas de honor, el Premio Extraordinario de Licenciatura y el Premio Nacional de fin de Carrera. En esos años fue alumno in- terno por oposición de Histología y Anatomía Patológi- ca en 1943, de Patología Quirúrgica en 1944 y Presiden- te de la Academia de Alumnos de la Facultad de Medici- na. Decidido por la cirugía entró como Médico Interno por oposición en la Cátedra de Patología y Clínica Qui- rúrgicas del profesor Vara López, que sería a la postre su auténtico maestro y modelo a imitar. El reconocimiento continuo a su figura fue un modelo del agradecimiento y respeto que sentía por el maestro, pero también por sus discípulos, cómo por ejemplo Manuel Sastre Gallego, Ignacio Mª Arcelus Imaz, o Rafael y Carlos Vara Thor- beck. En 1949 fue nombrado Profesor Ayudante de Cla- ses Prácticas, que renovó en los años siguientes, a la vez que obtuvo por oposición plaza de Médico Titular de APD. En 1952 obtuvo el título de doctor con la tesis Va- lores totales del volumen sanguíneo, hemoglobina, proteí- nas y líquido extracelular en cirugía , que leyó en Facultad de Medicina de Madrid. En 1953 se trasladó a Madrid siguiendo a Vara López a la Cátedra de Madrid. Aquí sería Profesor Ayudante de Clases Prácticas primero y en 1955 Profesor Adjun- to por oposición. Tras ello se volcó en el Hospital y la vida universitaria. Los días parecen que tienen para él más horas que para los demás. Trabaja como el que más, está siempre dispuesto a la hora que sea para meterse en el quirófano, se queda con los enfermos recién opera- dos, hace guardias le toque o no, estudia más que nadie, se vuelca en la enseñanza y destaca sobremanera entre los discípulos de Vara López, no solo por sus conoci- mientos y capacidad, sino por sus habilidades quirúrgi- cas y entrega. Todos le admiran no solo por su capaci- dad de trabajo y formación, sino además porque es un gran compañero. El nivel y madurez que alcanza llama pronto la atención. Sin embargo, quiere saber más, ver otras formas de tra- bajar, nuevas técnicas y en su caso nuevas habilidades. Para ello acude a diferentes hospitales en Inglaterra, Ho- landa y Estados Unidos, llegando pronto a la conclusión de que el nivel de la Cátedra de su maestro era más que impresionante. A su vez Vara López ve que Hipólito Du- ran tiene una capacidad y madurez tan importante que tiene que desarrollarse fuera de la bata del maestro. Tie- ne que ser Catedrático. En 1959 obtuvo por oposición la Cátedra de Patología y Clínica Quirúrgicas de la Facultad de Medicina de Va- lladolid. Si antes ya destacaba sobremanera a partir de ese momento lo hace de forma multiplicada. Se entre- ga al hospital, a la docencia, a la investigación, a los es- tudiantes, a sus colaboradores, emergiendo una escuela que comenzaría a llenar la Universidad y los hospita- les españoles. Su forma de entender la cirugía aprendida con su maestro cobra carta de naturaleza con su fuer- te personalidad. No entiende la cirugía como algo so- lamente relativo a la habilidad y la técnica, sino al co- nocimiento profundo de la fisiopatología. Esto marca una nueva cirugía que ya había comenzado su maestro y en la que él profundizó. No hay enfermo que pueda ser operado sin antes haber sido estudiado con toda pro- fundidad en las funciones de sus órganos, y cuida espe- cialmente el postoperatorio, hasta esos momentos muy descuidados por otros cirujanos. En 1989 le llegó la jubilación. Fue un momento atroz en su vida. En plenas facultades, lleno de ilusión, con una experiencia tremenda y ganas de trabajar como nadie, una nunca bien entendida Ley obliga al profe- sorado universitario a jubilarse a los 65 años. No dis- tingue a nadie. Da igual la capacitación o la entrega de cada profesor. A los mediocres y a los malos les da igual, incluso se alegran, sin embargo, a los mejores, a los más en forma, a los mejor preparados y que tie- nen más ilusión los fulmina de forma inmisericorde. De golpe se acaba con la excelencia dejando un vacío enorme en la Universidad. Esos momentos que vivi- mos fueron tremendos para la Universidad. Fue una especie de triunfo de los mediocres, de aquellos que ni siquiera habían realizado la tesis doctoral, ni la reali- zarían nunca, de los que querían sustituir a los que no era sustituibles. El profesor Durán vivió todo eso con enorme amargura y tuvo una consecuencia demoledo- ra como apartarle de la vida universitaria, que había sido su vida. El nombramiento de Profesor Emérito, a pesar de ser en esos momentos muy selectivo, no le alivió su gran tristeza. Sabía muy bien que ser Profesor Emérito en España no le permitía seguir asistiendo a su Hospital con plena satisfacción, no le dejarían ope- rar, llevar un servicio y seguir de la mano de sus discí- pulos. Por supuesto siguió operado privadamente pero nunca pudo entender como se había llegado a eso en su querida España.
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