Anales de la RANM

120 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 CARLOS JIMÉNEZ DÍAZ Y LA REAL ACADEMIA NACIONAL DE MEDICINA Manuel Díaz-Rubio García An RANM · Año 2018 · número 135 (02) · páginas 119 a 124 a pesar de ello, la historia, la sabiduría, y el prestigio de la Institución dejaron en esos años honda huella en él y seguro que también el sueño de poder algún día pertenecer a esta Corporación. Al poco tiempo de acabar la carrera se presentó a uno de los Premios de la Academia con el manuscrito ti- tulado Los procesos del metabolismo celular , el cual no fue de la consideración académica. Un tropiezo que encajó no sin disgusto. Este trabajo, que sería poste- riormente editado como libro por la prestigiosa Edi- torial Científico Médica (2), alcanzó un gran éxito y fue especialmente elogiado por Ramón y Cajal. El profesor Carlos Jiménez Díaz había nacido en Ma- drid el 10 de febrero de 1898. Hijo de un modesto comerciante, estudió el bachillerato en el Centro de Instrucción Comercial, y la carrera de medicina en el Hospital de San Carlos de Madrid. La terminó en 1919, siendo en los últimos años alumno interno en el Hospital Clínico y en el Hospital Provincial junto a Jacobo López Elizagaray. En 1921 obtuvo el grado de doctor con la tesis: Los factores esenciales de la dieta y el crecimiento , para a continuación marchar a Alemania, a Berlín junto a Kraus, Bickel y Heffter y a Frankfurt con de von Noorden y Paul Michelis. A su vuelta, en 1923, con tan solo 25 años ganó por oposición la Cátedra de Pa- tología y Clínica Médicas de Sevilla. Allí sería donde diseñaría lo que sería la obra de su vida: un Centro donde la enseñanza, la asistencia y la investigación fueran un todo fuertemente unido e inseparable (3). Corría el año 1926. Pero volvamos a la Academia. En 1923 tras obtener la Cátedra de Sevilla, Jesús Sarabia Pardo, Académico de Número, le invita a pronunciar una conferencia en la Academia. Su prestigio, conocimientos, formación y espíritu crítico, impropio de alguien tan joven, pro- duce una gran atracción en nuestra Institución. El título de su conferencia fue: Predisposición constitu- cional en medicina interna (4). Sin embargo no salió satisfecho como dejó escrito en su discurso de ingre- so 33 años después: ” Fui amablemente recibido y tra- tado, y al final generosamente felicitado; pero con la sinceridad que quiero presentarme ante vosotros, no me fui contento. El comentario cortés que dominaba era: ¡cuanto ha leído! y ¡cuánto sabe! (5). En definiti- va, todo gentilezas. Pero él, lejos de la autocompla- cencia instaurada en el mundo académico, buscaba la crítica que le estimulaba a saber más, a investigar, y a discutir en profundidad. Y dice … ¿Por qué en la vida, científica y literaria, de las Academias no se ha de buscar y facilitar la intervención de los jóvenes? … “. Jiménez Díaz no paraba de estudiar y hacerse pre- guntas y solo le interesaban aquellas personas que eran como él, y no otras que habían perdido la ilu- sión y el interés. En 1927, nuevamente por oposición, ganó la Cátedra de Patología y Clínica Médicas de Madrid en el Hos- pital Clínico San Carlos. Su prestigio es imparable y la atracción que produce en quienes se acercan a él cau- tivadora. Es un auténtico torbellino que trabaja como nadie, todo le inquieta, y muy especialmente el enfer- mo y la investigación. Las enfermedades alérgicas son en ese momento su debilidad, publicando en 1932 un libro clave en su vida El asma y otras enfermedades alérgicas . En 1934 creó el Instituto de Investigaciones Médicas en la Ciudad Universitaria con Departamen- tos de Anatomía Patológica, Bioquímica, Microbiolo- gía y Nutrición y Hormonas. Una novedad que cau- só admiración en unos y envidia en otros. De alguna forma resultaba una persona incómoda. Nadie le dis- cutía sus capacidades, conocimientos y ganas, pero la medicina de aquella época era más acomodaticia e in- teresaba más lo formal que lo revolucionario (6). Sin embargo, la Academia quiere incorporar a los me- jores y sabe de sobra quien es el mejor en esos mo- mentos, a pesar de su juventud. A propuesta de José Sánchez Covisa, el 14 de diciembre de 1932 fue elegi- do Académico de Número, obteniendo 22 votos fren- te a los 16 que tuvo Ángel Pulido Martín. Otros can- didatos fueron José Miguel Sacristán, Antonio Vallejo Nájera y Fernando Enríquez de Salamanca. Sin em- bargo, no entrega su discurso de ingreso. Tiene sus dudas por el ambiente reinante en la Academia, sien- do apercibido en dos ocasiones. Desde la instauración de la República el ambiente en la Academia no era bueno. El país estaba muy poli- tizado, había continuas algaradas, y la división entre republicanos y monárquicos, izquierdas y derechas, muy manifiesta. Además, como consecuencia de la convocatoria y votación de la plaza vacante tras el fallecimiento de Santiago Ramón y Cajal se enrare- ce aún más la convivencia. Tras la votación, Pío del Rio Hortega, una de las eminencias más asombro- sas de nuestra medicina, quedó desplazado y un gru- po de académicos, con Rodríguez Lafora a la cabe- za, muestran su desagrado, sumándose entre otros Teófilo Hernando, Marañón y Jiménez Díaz, aunque éste por entonces solo era académico electo. En una cena en desagravio a Rio Hortega, Jiménez Díaz co- municó a los presentes su renuncia a su condición de Académico electo. Previamente la Academia había apercibido a Jiménez Díaz por no entregar el discur- so de ingreso en plazo reglamentario, y tras un nue- vo apercibimiento y los hechos anteriores entiende que su renuncia es real. A pesar de existir un am- biente tenso y negativo, la Academia decide reite- rar la petición de ingreso a Jiménez Díaz encargan- do a Teófilo Hernando el cometido, y tras una nega- tiva vuelve a encomendar a Teófilo Hernando, esta vez acompañado de Manuel Márquez como hombres buenos, la misión de convencerle. Finalmente, en enero de 1936 acepta ingresar con la condición de que el discurso de contestación fuera realizado por Teófilo Hernando (1). Sin embargo, el estallido de la guerra civil lo para todo. Don Carlos se marcha en septiembre de 1936 a Londres vía París, adonde vuelve en diciembre e ins- tala consulta. A los pocos meses trata de volver a la zona nacional, pero le advierten que tanto él, como Marañón y Teófilo Hernando, acusados de liberales, no son bien vistos y que ese movimiento está lidera- do por un antiguo compañero de Facultad, en ese mo- mento presidente del Tribunal de Responsabilidades Políticas, Enrique Suñer, y que a la postre, en 1938, sería nombrado presidente de la Academia Nacional de Medicina. Jiménez Díaz se instaló en Pamplona,

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