Anales de la RANM

121 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 CARLOS JIMÉNEZ DÍAZ Y LA REAL ACADEMIA NACIONAL DE MEDICINA Manuel Díaz-Rubio García An RANM · Año 2018 · número 135 (02) · páginas 119 a 124 luego en San Sebastián en el Hospital de Medicina In- terna del Ejército, pasando más tarde por Salamanca, antes de regresar a Madrid al finalizar la guerra civil en 1939. El 16 de septiembre de 1936, el Gobierno de la Repú- blica había disuelto todas las Academias y por tanto la Academia de Medicina. En 1937 la Agrupación Profe- sional de Médicos Liberales obtuvo autorización para celebrar reuniones científicas en la sede de la Acade- mia. En su Boletín recoge: “… celebra su primera reu- nión en un local histórico, como es la Academia de Me- dicina de Madrid, que representa lo viejo, lo podrido, lo inepto que se liquidó en 1936” (1,7). Los liberales pisan fuerte. El ambiente, pues, contra las Academias en la España republicana era terrible. Mientras tan- to en la Zona Nacional, en Burgos, se crea en 1937 el Instituto de España. Se restituyen las Academias y se nombra presidente de la de Medicina a Enrique Su- ñer, como queda dicho. La Academia tiene reuniones con escasa asistencia en Burgos, San Sebastián y Sa- lamanca, hasta que en 1941 se reanuda la vida acadé- mica en Madrid, con nuevos estatutos. Durante ese tiempo se nombraron diversos académicos con resul- tados sorprendentes ya que, habiendo 40 sillones de académicos de número antes de la guerra, la nómina de académicos en esos momentos era de 51. Sin em- bargo, de Jiménez Díaz no se quiso saber nada a pe- sar de ser Académico electo. Que Jiménez Díaz no era del agrado de su presiden- te Enrique Suñer no había duda. Además de Suñer otros compañeros y políticos, tanto antes como des- pués de la guerra, trataron de vetarlo, considerán- dole un personaje peligroso políticamente. Acusado primero de incorporar a su Instituto a los investiga- dores judíos Bielchowsky y Agermann procedentes de la Alemania nazi, fue definido como un liberal, y los liberales eran peligrosos (2). En 1939, a su regre- so a Madrid, el Tribunal Regional de Responsabilida- des Políticas , presidido por Enríquez de Salamanca, le acusó entre otras cosas de haber asistido al ban- quete-homenaje a Río Hortega profiriendo frases contra los elementos derechistas. En sus alegacio- nes Jiménez Díaz contesta que tan solo dijo “ … no debía en las Academias dejarse prosperar la tenden- cia de elegir sus miembros entre los más amigos para construir después peñas dentro de las mismas que en realidad trataban solamente de mangonear, sino que el criterio único debía ser el mérito científico ”. Son sin duda palabras fuertes que irritan a determinados académicos, aunque otros muchos estaban de acuer- do con él. La división en la Academia era por tanto manifiesta. También el Consejo General de Médicos solicitó a la Academia informes sobre la actuación política anterior a la guerra de los académicos Ma- rañón, Jiménez Díaz, Tello y Teófilo Hernando. Ser liberal y su apoyo a Rodríguez Lafora le pasó factura sin duda (8). Evidentemente Jiménez Díaz se caracterizaba por te- ner una mentalidad liberal, aunque para nada entró en política. No le interesaba. Le interesaba el enfer- mo y la ciencia, pero reconociendo que para con- seguir sus objetivos ideales era necesario el pensa- miento liberal. Su gran amigo Pedro Ara escribió sobre él: “ Jiménez Díaz no quiso nunca entrar en política … En su fuero interno y en su conducta profesional y social era un li- beral, siempre que no se tergiverse el significado de tan noble calificativo. Para Jiménez Díaz, como para Ma- rañón, Fernando de Castro, Cajal, Teófilo Hernando y otros hombres cumbres de la medicina española, ser liberales no significaba pertenecer a un partido políti- co … El ser liberal en nosotros y en nuestros maestros es reconocer a todos el derecho a pensar y actuar libre- mente, con la debida responsabilidad dentro de un or- den, respetando la libertad de los demás … Es anhelar el libre desarrollo de nuestras ideas para que se con- viertan ordenadamente en acciones. … Es alojar en el fondo de nuestra conciencia un modo de interpretar los fundamentos de la vida y de sus misterios sin pensar que, en toda otra interpretación o creencia, deba ser forzosamente disparate o herejía. Una actitud así era el sentido liberal de Jiménez Díaz. No hubo nadie que le presentara un proyecto de investigación que no fue- ra atendido. Con su enciclopédica cultura podía captar inmediatamente si lo proyectado tenía fundamento y si el candidato estaba preparado. Sabido esto, poco le im- portaba lo demás, si era rico o pobre, de la derecha o de la izquierda, católico o budista ” (9). Libre finalmente de responsabilidades políticas, Ji- ménez Díaz se entrega al Hospital de San Carlos, co- mienza a rehacer el Instituto que había quedado de- secho durante la guerra, y trabaja mientras tanto en un chalé en la calle Granada, siempre buscando él los recursos económicos. En 1940 fundó la Revista Clí- nica Española. El Hospital de San Carlos se le queda escaso y a pesar de su dedicación no consigue más ca- mas para la enseñanza. Para complementar esta labor oposita y obtiene en 1943 la plaza de Profesor Clíni- co del Hospital Provincial de Madrid (10). Sigue pu- blicando, investigando y buscando financiación para construir el gran centro que tenía diseñado en su pen- samiento, y en 1944 Franco le recibe en el Pardo y le presenta su proyecto. Mientras tanto la Academia sigue en silencio. No hay plazas de medicina interna, y aunque era académico electo sigue sin acceder a su sillón. El espíritu del que la había impregnado Enrique Suñer sigue vivo, aun- que no todos los académicos eran del mismo parecer. Otras Reales Academias de Medicina no piensan lo mismo y le hacen Académico de Honor, tal es el caso de la de Zaragoza y La Coruña en 1945, la de Sevilla en 1947, la de Valencia en 1949 y la de Granada en 1952. Pasan los años y el prestigio de Jiménez Díaz aumenta por días. Se olvida de la Real Academia Na- cional de Medicina y lo único que le quita el sueño es la realización de su Centro Total. En 1945 el Ministerio de Asuntos Exteriores informa a la Academia de la consideración y éxitos en Hispa- noamérica de Pío del Rio Hortega y Carlos Jiménez Díaz. La Academia contesta con un lacónico “ no es académico ” en el primer caso y un “ enterado ” en el se- gundo. Desprecio absoluto para ambos. Salvo la Jun- ta Directiva, los académicos no se enteran de cuanto pasa, pero no entienden que Jiménez Díaz no haya entrado en la Academia. Siempre se contesta lo mis- mo. No hay plaza libre. La presión aumenta y mu- chos académicos solicitan que la primera vacante se

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