Anales de la RANM

226 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 RÍO HORTEGA (I) Antonio Campos An RANM · Año 2018 · número 135 (03) · páginas 222 a 229 Entre 1913 y 1918, su primera etapa madrileña, Don Pío del Río-Hortega va a forjar su personalidad y al- canzar su madurez vital y profesional. Tres son tam- bién los procesos que podemos distinguir en esta eta- pa para intentar comprender los mecanismos que con- tribuyeron al logro de dicho objetivo: la confirmación de una vocación, el fortalecimiento de una formación y el inicio de una línea de investigación. 1. Confirmación de una vocación En los últimos meses de 1912 Río-Hortega comienza su progresivo traslado a Madrid. En primer lugar en busca del Profesor Jorge Francisco Tello, el discípulo de Cajal, que lo acepta en el laboratorio de la Facultad de Medicina de Madrid y, en segundo lugar, pasadas unas semanas, en busca de Nicolás Achúcarro, que lo acoge en el laboratorio de Histología e Histopatolo- gía del Sistema Nervioso de la Junta de Ampliación de Estudios, ubicado entonces en una sala del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Para ambos llevaba una carta de presentación de Don Leopoldo López García. A finales de 1913 y tras obtener en concur- so una pensión para ampliar estudios en el extranjero del Comité Español para la Investigación del Cáncer viaja sucesivamente a París, Berlín y Londres con al- gunos retornos a Madrid, ciudad en la que va a residir desde 1915 hasta 1918, último año del periodo que es- tamos considerando. El laboratorio de Achúcarro ha- bía sido trasladado junto al de Cajal al edificio del Mu- seo Antropológico localizado en el paseo de Atocha (Fig. 6) (8, 11). Durante toda esta etapa Río-Hortega confirma y re- fuerza su vocación no sin vencer varios obstáculos. Y lo hace con el empuje de una dedicación exhaustiva a su trabajo. Algunos comentarios del propio Río-Hor- tega, en diversos textos, reflejan la intensidad de dicha dedicación: “ Acomodado en una mesa oscura al fondo del laboratorio apliqué a mi tarea el máximo interés, el máximo tiempo”,“Mi asiduidad al laboratorio por na- die era igualada”,“El único que había hecho dedicación absoluta al laboratorio era yo”. Río-Hortega fue, en efecto, el único asistente de ambos laboratorios – el de Cajal y el de Achúcarro – que en ese tiempo se dedi- caba en exclusiva a la investigación. En un texto muy clarificador Río-Hortega justifica la causa última de una actividad tan desbordante “Mi permanencia en el laboratorio aunque fuera larga no me producía cansan- cio. Correspondía a una vocación decidida y no precisa- ba esfuerzo alguno” (7, 10). La vocación de Río-Hortega sin embargo, a pesar de su solidez, no estuvo exenta de problemas. La con- vivencia entre Don Pío y los discípulos y el personal vinculado más directamente a Cajal no fue buena, po- siblemente por actitudes y comportamientos – la timi- dez, la envidia, el recelo, etc. – que son tan frecuentes en la convivencia de los grupos humanos. Río-Hor- tega, como afirma Cano, es un hombre “marginado y mal recibido” por el grupo cajaliano (10). Solo cuenta con el apoyo explícito de Nicolás Achúcarro. Es fácil imaginar por tanto la frustración, la sensación de no pertenencia, que debió sufrir Don Pío con un grupo – el de Cajal – al que, en su admiración juvenil, soña- ba incorporarse. Por otra parte, en 1916, con treinta y cuatro años, Río-Hortega sigue viviendo con la renta mensual que le envía su padre. Ambas circunstancias, la marginación afectiva y la imposibilidad de vivir de sus propios recursos, cuartean su ánimo y por ende la firme vocación que lo mantiene en Madrid. Volver a Valladolid como histopatólogo es la respuesta que corre por su mente. Conocedor Achúcarro de esta si- tuación le consigue una modesta beca de la Junta y le convence para que continúe en Madrid. A la muerte de Don Nicolás, en 1918, Don Pío será conocedor de que la beca que hasta entonces había recibido era par- te del sueldo que cobraba el propio Achúcarro (2, 7). La vocación de Río-Hortega hacia la investigación his- tológica, confirmada en esta su primera etapa en Ma- drid, es, por un lado, fruto de su intensa dedicación al estudio y al trabajo de laboratorio y, por otro, fruto del apoyo afectivo y generoso que recibe de Nicolás Achúcarro, un maestro que supo intuir y ver en Río- Hortega al gran científico que finalmente llegó a ser. 2. Fortalecimiento de una formación En el periodo madrileño que estamos considerando, Río-Hortega va a fortalecer su formación a tres nive- les: a través del magisterio vertical directo de relevan- tes maestros, del magisterio trasversal de su entorno y del propio proceso de autoformación que se impo- ne a sí mismo. El primer maestro que Río-Hortega busca en Madrid es Don Jorge Francisco Tello, primer discípulo de Ca- jal, que lo acoge en el laboratorio de histología de la Facultad de Medicina. Sin embargo apenas permanece dos meses en el laboratorio pues, como escribió el pro- pio Río-Hortega, no encontró el apoyo que buscaba. En sus propias palabras escribe:“ la puerta de la cor- dialidad no se me abría ”. Tras este inicial fracaso se di- rige en busca de Nicolás Achúcarro que, a diferencia LA FORJA DE UNA PERSONALIDAD. MADRID (1913-1918) Figura 6. Laboratorio de Investigaciones Biológicas junto al Museo Antropológico en el paseo de Atocha donde se ubica- ron los laboratorios de Cajal y Achúcarro y en el que traba- jó Río-Hortega en su primera etapa en Madrid. (Memoria de Madrid. Biblioteca Digital).

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