Anales de la RANM

264 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 PESTE Y LITERATURA Luís María Gil-Carcedo García An RANM · Año 2018 · número 135 (03) · páginas 262 a 265 los guantes y la varita de palpar evitan el contacto di- recto con los enfermos, la mascara tiene un pico que sirve para disponer sustancias aromáticas que disimu- lan el nauseabundo olor de pacientes y cadáveres, las lentes salvan a las conjuntivas de un posible contagio aéreo (figura 3). Albert Camus (1913-1960) fue novelista, ensayista y filósofo. Premio Nóbel de Literatura (1957). En su no- vela “La peste” (1947) (4), la acción transcurre en el siglo XX, la trama se sustenta en datos extraídos de la epidemia de cólera de Oran de 1849. Cuenta la labor de un doctor en la ciudad de Orán azo- tada por la peste. La aparición en las calles de miles de ratas muertas y el desarrollo en paralelo de cuadros clí- nicos compatibles con la enfermedad hacen sospechar una epidemia de peste. “ La mañana del 16 de abril de mil novecientos cuarenta y… el doctor Bernard Rieux tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera…Al día siguiente, 17 de abril, el portero detu- vo al doctor para decirle… tres ratas muertas en el co- rredor…al día siguiente, 18 de abril, el doctor…encon- tró a Michel (el portero) con un aspecto aún más preo- cupado: del sótano al tejado una docena de ratas sem- braban la escalera. Los basureros de las casas vecinas estaban llenos de ratas muertas…Desde las cavidades del subsuelo, desde las alcantarillas, subían en largas filas para venir a tambalearse a la luz, girar sobre sí mismas y morir junto a los seres humanos… El primer enfermo narrado debuta así: El viejo Mi- chel tenía los ojos relucientes y la respiración sibilan- te. No se sentía bien, habría querido tomar un poco de aire, pero vivos dolores en el cuello, las axilas y las ingles le habían obligado a pedir ayuda… En horas la circunstancia del paciente es preocupan- te: Rieux encontró a su enfermo medio colgado de la cama, con una mano en el vientre y otra en el suelo, vomitando con gran desgarramiento una bilis san- guinolenta…La temperatura llegaba a treinta y nue- ve con cinco, los ganglios del cuello y de los miembros se habían hinchado, dos manchas negruzcas se exten- dían en un costado…el portero estaba devorado por la sed. La progresión de la enfermedad es inexorable: Al día siguiente, 30 de abril,…al mediodía la fiebre subió de golpe a cuarenta. El paciente deliraba sin parar y los vómitos recomenzaron…Dos horas después, verdo- so, los labios cerúleos, los párpados caídos, el alien- to irregular y débil, todo él como claveteado por los ganglios,… Fue aumentando el número de casos, cien, doscientos, trescientos a la semana: …aquellos calores coincidie- ron con un aumento vertical del número de víctimas, setecientas por semana… Tarrou es una de las últimas víctimas de la peste: “Al mediodía la fiebre había lle- gado a su cúspide. Una tos visceral sacudía el cuerpo del enfermo, empezó a escupir sangre. Los ganglios habían cesado de crecer, pero seguían duros…al fin… Tarrou se volvía bruscamente hacia la pared y con un quejido profundo expiraba…”. Probablemente Camus basa la descripción de los síntomas y de la evolución de la enfermedad en la Medicina Interna de von Do- marus, muy difundida desde la primera mitad del si- glo XX (5, 6, 7). En el último párrafo de la novela ya no hay peste: “… Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría esta siempre amenazada…sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que la pes- te no muere ni desaparece jamás, que puede perma- necer durante decenios dormida en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en alcobas, suelos, bodegas, pañuelos, papeles; que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa” . Ken Follet (Cardiff, 1949). Estudia Filosofía en Uni- versity College of London. Tras su formación como periodista, publica en South Wales Echo y en Evening Standard y Evening News de Londres. “Un mundo sin fin” (2007) (8) es la segunda parte de la historia de la ciudad imaginaria de Kingsbridge. El narrador rememora así lo que sintió el protagonista al sanar de la peste: … empecé con un sarpullido, luego salieron unas manchas de color púrpura oscuro en el pecho, que se extendieron a los brazos y, finalmente, a todo el cuerpo. Al poco salió un bulto en la axila. Empecé a tener fiebre, a sudar en la cama….Vomité y tosí sangre…Lo peor de todo fue una sed insacia- ble… Describe así los signos cutáneos y las manifesta- Figura 3. El médico de la peste. Sombrero, máscara, bata, guantes, calzas y vara, no son aditamentos baladíes, tienen una clara practicidad.

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