Anales de la RANM

15 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 S U P L E M E N T O APARICIÓN Y DESARROLLO DEL LENGUAJE HUMANO José E. García-Albea XV Curso de fundamentos moleculares de la Medicina An RANM · Año 2018 · 135(02) · Supl.01 · páginas 9 a 21 sición del lenguaje con aprender a hablar, lo cual re- sulta comprensible al ser la faceta productiva la que mejor exterioriza los logros alcanzados en el proceso de desarrollo; ahora bien, como hemos visto, no es la única faceta ni la que en uno u otro momento cobra mayor relieve, por lo que habrá que considerar tam- bién el desarrollo de la comprensión. En segundo lu- gar, y relacionado con lo anterior, hay que reconocer que en el desarrollo de ambas facetas se da un claro desfase entre los aspectos receptivos y los expresivos, con prioridad en la aparición de los primeros sobre los segundos. De tal forma que, si bien podemos de- cir que el habla propiamente dicha no empieza a ma- nifestarse hasta el final del primer año de la vida, no ocurre lo mismo con la comprensión del habla, a la que está expuesto el bebé desde el principio, sea cual sea el momento en que queramos poner este principio –bien al nacimiento, o bien en los últimos meses de vida intrauterina–, una vez se alcanza la maduración sensorial suficiente para procesar las señales acústi- cas de dicho habla (21, 22). Por lo que respecta a los aspectos más manifiestos de la producción del lenguaje, el desarrollo normal obe- dece a determinadas pautas que parecen darse inde- pendientemente del idioma que se vaya a adquirir. Hasta el final del primer semestre de vida, se va pre- parando el aparato fonador sin que todavía podamos considerar que los sonidos emitidos son precurso- res del habla, sino más bien sonidos espontáneos que suponen un cierto ejercicio de las cuerdas vocales y demás componentes de ese aparato fonador. Y así se van sucediendo toda una serie de sonidos vegetativos, arrullos, risotadas y hasta un cierto “juego vocal” que, entre los 6 y 9 meses, va a dar lugar a los balbuceos, que constituyen ya un claro inicio de fonación pre- cursora del habla en términos de unidades silábicas y líneas tonales elementales. En torno a los 12 meses se suele situar la etapa de emisiones de “una palabra”, también llamada holofrástica por su alcance expresi- vo equiparable al de una oración completa; y algo más adelante, en torno a los 18 meses, la etapa de emisio- nes de “dos palabras”, con preferencia por los nom- bres, antes que nombres-adjetivos o nombres-verbos. Así se llega a lo que se ha llamado “habla telegráfica” al cumplir los dos años, por la falta de inflexiones y palabras funcionales, y un poco más adelante, en tor- no a los dos años y medio-tres años, a producir ya oraciones completas, primero simples y después com- puestas. Asimismo, entre los dos y los cinco años, mientras se avanza en formas sintácticas cada vez más complejas, se produce lo que se conoce como “explosión léxica”, por el progresivo y acelerado incremento del vocabu- lario, y no sólo en cuanto al reconocimiento y com- prensión de palabras (que ya se había anticipado des- de el segundo semestre, con un número próximo al medio centenar de palabras) sino en lo que respecta principalmente al acceso y evocación de palabras en la producción (que puede llegar a suponer un volu- men de unas veinte mil unidades en torno a los cin- co años). Como logro de aprendizaje, el fenómeno de la “explosión léxica” constituye un auténtico desafío a cualquier teoría del aprendizaje basada meramente en el condicionamiento, el refuerzo o la simple imita- ción, considerando el volumen alcanzado en tan bre- ve tiempo y considerando sobre todo la cantidad de información que incluye cada una de esas unidades léxicas: información fonotáctica, ortográfica, morfo- sintáctica, semántica y pragmática. Decir que en torno a los cinco años se alcanza el esta- do estable de la competencia en la lengua materna no significa que se detenga ahí el desarrollo del lengua- je, ya que éste se puede prolongar a lo largo de toda la vida en cuanto a la adquisición del vocabulario y el refinamiento de aspectos estilísticos y pragmáticos; significa más bien que a esa edad se pueden conside- rar completadas las principales etapas que caracteri- zan de forma cuasi-universal el desarrollo de los fun- damentos básicos en el dominio de una lengua, don- de se muestra además hasta qué punto predominan los factores internos sobre los externos en dicho desa- rrollo, dado el carácter fragmentario e incompleto del input recibido ( argumento de la pobreza del estímulo ) y la ausencia de una instrucción formal. Una manera complementaria de llegar a esta misma conclusión es precisamente examinando los posibles efectos provo- cados por una reducción de la experiencia , lo cual nos permitirá calibrar el peso relativo de factores ex- ternos e internos en el desarrollo del lenguaje: cuan- to menos se vea afectado éste por la reducción de la experiencia, más peso se podrá atribuir a los factores internos. Nos detendremos brevemente en tres casos significativos. Una primera forma de ver los efectos de la reducción de la experiencia sería fijándonos en las primerísimas etapas del desarrollo, en que la interacción con el me- dio ha sido relativamente escasa, como es el caso de los recién nacidos. Desde los primeros días de vida el bebé muestra una preferencia por los sonidos del ha- bla (frente a los de no-habla), y respecto a los del ha- bla, una preferencia por los que proceden de la voz de la madre (frente a los de otros hablantes) o por los de la propia lengua frente a una lengua extranjera (23). A las pocas semanas, y como ya mostraron los estu- dios pioneros de Eimas et al. (24), el bebé es capaz además de efectuar tareas de discriminación fonéti- ca de amplio espectro respecto a contrastes tan finos como el de sordas-sonoras ( p.ej ., /ba/ vs. /pa/ ) o entre aproximantes líquidas (p.ej. , /ra/ ves /la ), más allá de si son contrastes relevantes o no respecto al que va a acabar siendo su idioma materno. Lo interesante del caso es que, a medida que se ve más expuesto a éste, conforme pasan los meses se comprueba que al final del primer año el espectro de discriminación se redu- ce a los contrastes que sí son relevantes en el propio idioma. Lo cual supone hasta cierto punto una forma de “desaprendizaje” (25, 26) al servicio de una reorga- nización efectiva del inventario fonémico de la lengua que se está aprendiendo (27). Otra forma de examinar los efectos de la reducción de experiencia en el desarrollo del lenguaje tiene que ver con las deficiencias sensoriales congénitas, en casos como el de los sordos y el de los ciegos de nacimiento. Las investigaciones al respecto nos indican que tanto en unos como en otros, dicho desarrollo se ajusta bá- sicamente al patrón habitual que venimos describien- do. En el caso de los sordos se llega a dar una fase de balbuceo oral espontáneo, aunque si además se ven expuestos desde el principio a una variante u otra de

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