Anales de la RANM
13 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 SOBRETODO, NO HAGAS DAÑO Vicente Calatayud Maldonado An RANM · Año 2019 · número 136 (01) · páginas 11 a 16 sible, apoyándose siempre sobre los datos obtenidos en la historia clínica, junto a los resultados de las pruebas complementarias de imagen, que en nuestra especiali- dad son fundamentales. Insiste ante sus alumnos en que el comienzo de cual- quier estudio clínico debe iniciarse siempre por una buena historia clínica; y en que la petición de prue- bas complementarias debe formularse según los datos obtenidos en la exploración clínica. Estas deben ser un complemento de seguridad del diagnóstico clínico. Después, se debe intentar explicar con el máximo de- talle qué tipo de cirugía se va a realizar y quién será el responsable, sus perspectivas y sus riesgos. No sólo con el fin de rellenar un requisito burocrático, un formu- lario que será firmado por el paciente o sus familiares, sino para explicar realmente la complejidad del acto quirúrgico y las dificultades y peligros que implicare. Dedica largos momentos a comunicarse con sus en- fermos para explicarles los tratamientos y poder vigi- lar con la máxima seguridad los resultados. Ocupa mu- cho tiempo en hablar y conocer a sus pacientes antes de operarlos. En algunas ocasiones, pareciera que el motivo central del libro más que narrar la belleza del ejercicio de su profesión, sea relatar lo que considera sus fracasos y cuanto implican: esa sensación de soledad, de tristeza, y desamparo derivada de no haber obtenido con la ac- tuación médica lo que él y sus enfermos esperaban. Muchos de los casos son más fracaso de la técnica qui- rúrgica, ante dificultades sin posibilidad de ser resuel- tas, que errores propiamente dichos. Subraya su gran compromiso con la enseñanza, por la preparación de futuras generaciones. Compromiso que comienza en las reuniones matutinas con sus alumnos, que debieron de ser magistrales, en donde todos resul- taban beneficiados, incluidos maestro y pacientes. Capítulo tras capítulo se muestra como un profesional comprometido con su trabajo, que defiende su especia- lidad, que se dirige a sus colaboradores para poner en diálogo común los problemas que detecta, los retos a los que la neurocirugía se enfrenta. Marsh hace constante defensa del trabajo en equipo y de la colaboración entre especialistas, que debe redun- dar en la eficacia del diagnóstico y el tratamiento, coo- peración que, a veces, por egolatrías u otras razones (no olvidemos que los médicos compartimos virtudes y defectos con el resto de los humanos), se elude, se evita o, aún peor, se rechaza de plano. Me gustaría señalar el sentimiento íntimo, unido a la pasión, casi obsesión, por esta profesión ejercida du- rante más de 30 años que captamos tras su lectura. La obra, parece ser el capricho que se ha querido dar una persona, ya mayor, que está recogiendo sus enseres y cerrando ventanas y puertas, y que también establece a lo largo de su recorrido profesional una actitud crí- tica ante, el SNS, en este caso, el servicio de salud in- glés, sus carencias y los esfuerzos para mejorarlo con estrategias gerenciales que él considera vejatorias para los enfermos, para la eficiencia de su atención médica y para el liderazgo del médico que es finalmente el res- ponsable de esa atención. Es evidente que en los 25 o 30 últimos años la medici- na ha vivido un gran avance, sobre todo en lo que va de siglo, gracias a la implementación y modernización de la tecnología. Pero también lo es que se mantienen intangibles algunos principios clásicos, básicos y éti- cos en su ejercicio, que tras la lectura de este admirable trabajo, se hace más necesario interpretar en la prácti- ca diaria de hoy, aunque no sea fácil. Esta modernización ha posibilitado que se puedan rea- lizar casi todo tipo de intervenciones quirúrgicas con el menor grado de repercusión y molestia en el pacien- te; y posiblemente, reduciendo riesgos. Pero el aforis- mo hipocrático sigue vigente y "los daños" pueden ser de tan variada naturaleza que nos obligan ha valorar no solamente los deficitarios morfológicos y fisioló- gicos producidos por el tipo de cirugía, sino también los daños no deseados (sociales, culturales, científico, genéticos)que pueden originar: simplemente las in- dicaciones quirúrgicas o farmacológicas, las pruebas de diagnóstico, los propios tratamientos, el sofistica- do instrumental no suficientemente experimentado, la deficiente experiencia del que los va a practicar o la forma de comunicarse con los pacientes. Plantea una curiosa cuestión. Ya que a los pacientes se les hace firmar un documento en el que se muestran conocedores de los riesgos de ciertos actos médicos, se pregunta y pregunta a sus colegas; ¿no debería pensar- se la necesidad de que el neurocirujano firmase otro documento en el que declarase ser competente para llevar a cabo la intervención que se propone realizar? Aquí, el facultativo se coloca en el lugar del paciente, con sus incertidumbres y sus miedos; o la posible acu- sación de los errores en la investigación científica. Los avances en neurocirugía necesitan de la unión del conocimiento de muchas disciplinas y especialida- des. Un abordaje multidisciplinar de las intervencio- nes neuroquirúrgicas las hace mucho más efectivas y permite avanzar hacia tratamientos más personaliza- dos para cada paciente. Frente a las operaciones clási- cas, las nuevas tecnologías médicas permiten que las intervenciones neuroquirúrgicas sean cada vez más precisas. Es posible que disminuyan lo que hasta este momento hemos considerado "daño" y aparezcan otros tipos de "daños" que afectan a diferentes estructuras que vamos conociendo mejor y cuya lesión, alteración o modificación tecnológica puede resultar lesiva para nuestros pacientes neuroquirúrgicos a lo largo de su existencia. Es el caso con el uso de sensores en los instrumentos quirúrgicos, por ejemplo, que en el microscopio rela- cionan las imágenes con puntos localizados en la ca- beza del paciente. O de procedimientos de navegación tridimensional que localizan un punto o un volumen en el espacio, algunos de ellos desarrollados por la in- dustria armamentística submarina, que pueden permi- tir llegar a zonas distantes del cerebro a través de vías de acceso mínimas, aparentemente sin riesgo alguno. De cualquier manera, el neurocirujano debe tomar de- cisiones sumamente importantes. Son decisiones sobre valores humanos, sobre la personalidad del paciente, la calidad de vida que se puede lograr (o empeorar) con el tratamiento. Como en cualquier especialidad
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