Anales de la RANM
15 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 SOBRETODO, NO HAGAS DAÑO Vicente Calatayud Maldonado An RANM · Año 2019 · número 136 (01) · páginas 11 a 16 nista, etc. La robótica ya se aplica en neurocirugía y dentro de poco también se hará a distancia. Todo este avance, teóricamente fácil de usar, está dando al pa- recer grandes éxitos en sus resultados quirúrgicos. La duda es si aún estamos en el prólogo de lo que debería ser el verdadero cambio. Por doquier hay ofertas para realizar técnicas diagnósticas y terapéuticas que nunca estuvieron en los planes de estudio ni se exigen en la formación especializada. Nada es imposible, todo se puede aprender. Personal- mente, me pregunto si es justo que el paciente de cual- quier sistema sanitario, público o privado, soporte un nuevo invento de la ocurrencia tecnológica y sufra los correspondientes efectos secundarios negativos de otra nueva curva de aprendizaje de nacientes especialistas en la puesta al día de estas técnicas. Ya hace muchos años, que Albert Einstein (5) afirmó: “La suerte de la humanidad, en general, será la que me- rezca”. ¿La suerte de la neurocirugía está echada? No; será lo que nosotros hemos querido que sea o, mejor, lo que nosotros queramos que sea en los venideros años. ¿Quién, qué, cómo debemos cambiar para que lo que hoy constituye nuestro trabajo no se nos escape de las manos? Robert White (6), refiriéndose a los cambios que se es- tán produciendo en la medicina, hace un llamamiento para recuperar su sentido clínico y señala como funda- mentales la atención al paciente y el conocimiento bio- lógico de la enfermedad. Dos clásicos del oficio, a los que yo añado el sentido común. Soñadores que han fantaseado sobre temas científicos han existido en todos los tiempos y en todos los luga- res. Sin embargo, en la actualidad, el desarrollo cientí- fico alcanzado y la gran capacidad tecnológica unida a una inusitada audacia empresarial, permiten que cual- quier idea, por extravagante que parezca, se patente y se fabrique casi de inmediato. Estos inventos o sueños científicos no serán más el argumento de trepidantes aventuras plasmadas en fantásticas novelas del género de la ciencia-ficción. Triunfarán o se perderán en los enormes catálogos de las diversas oficinas de patentes distribuidas por todo el mundo. Pero en nuestro medio tienen una trascendencia y una urgencia especial. Con la excusa de que muchos pa- cientes y muchas patologías no pueden esperar dema- siado tiempo, adulterados elementos biotecnológicos pasan rápidamente de ser una idea en el cerebro del pensador científico a ser un negocio del fabricante, que lo ofrece al mercado. Hemos sido testigos de cómo se recomendaba que to- dos los actos médicos practicados sobre humanos es- tén basados en la evidencia. Suena bien y parece lógico. Pero, si este principio hubiera sido imprescindible para el trabajo médico quirúrgico en todo tiempo, no estoy muy seguro de dónde se encontraría ahora el conoci- miento de esta ciencia. Es un tema que se mueve con dificultad y a saltos en el filo de la ética y de la mora- lidad, pero hemos de admitirlo. Durante mucho tiem- po se han ensayado hipótesis científicas en pacientes. Nadie dudaba de que la intencionalidad era la curación y el bien para el paciente, pero lo cierto es quede mu- chas técnicas y procedimientos, cuando las iniciamos, no conocíamos en profundidad, de forma exhaustiva, cuáles eran los mecanismos precisos por los que po- dían funcionar, cuáles eran sus efectos colaterales o sus posibles problemas a largo plazo. En definitiva, se han venido utilizando técnicas, dispositivos y gestos médi- cos sin tener una evidencia profunda y definitivamen- te clara de qué era beneficioso para el paciente en ese momento y de por vida. La serie de televisión protagonizada por el supuesto Dr. House ha hecho mucho daño, al subrayar la imagen del médico displicente con todo el mundo, pacientes incluidos. Es un médico más pendiente de su propio brillo que de confortar al prójimo desconsolado. En mi opinión, el perfil medico que debe reivindicarse es el del médico científico y competente, pero a la vez co- municativo, amable y empático con el paciente, ya que la amabilidad, el respeto y el cariño del médico forman parte sustancial de su eficacia sanadora. No se olvide. Afortunadamente la judicialización de nuestras vidas va declinando. Durante un tiempo llegué a pensar que el temor a los jueces condicionaría nuestros actos, al menos en España. La gran mayoría de los médicos es- tamos de acuerdo con que la lex artis debe ser la guía de nuestra actuación. Los problemas empiezan cuando nos intentamos poner de acuerdo en cuáles son las re- glas de actuación frente a cualquier problema. De eso trata la ley del arte, pues se refiere a la aprecia- ción sobre si la tarea ejecutada por un profesional es o no correcta, o se ajusta o no a lo que debe hacerse a la luz de los conocimientos de cada momento. Los conocimientos en Medicina están en constante evolución; no obstante, para cada parcela de la ciencia médica existen unas reglas de oro, que nos marcan los más sabios, que son, con frecuencia, quienes más pres- tigio alcanzan en esa materia. La lex artis no brota por generación espontánea. El arte médico hay que aprenderlo y eso exige sin duda ningu- na, ni sucedáneo posible, estudiarlo y practicarlo. ¿Qué se podría pensar de un médico general que, recién es- trenado su título de licenciado en Medicina y Cirugía, realizase un abordaje de fosa posterior? Cuando menos, aunque el resultado hubiera sido un éxito, podría censurarse su osadía, al poner en peligro la integridad del paciente. No siempre el éxito es hijo de una buena praxis. El concepto de la mala praxis se contrapone a la lexartis , pues implica el incumplimien- to de las reglas o preceptos destinados a ese fin. De esto, de reglas, de arte médico, el paciente no sabe. ¿De qué forma se puede asesorar el paciente de que se beneficia con el cumplimiento en su caso de las leyes del arte? Ya existe un documento que el paciente firma, en el que acepta y conoce, de forma teóricamente cla- ra y meridiana, los riesgos de la intervención que se le va a practicar explicados por quien va a llevarla a cabo. Pero, ¿no sería también de ley que los médicos firmá- semos un documento jurado en el declarásemos que conocemos a la perfección la intervención que vamos
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