Anales de la RANM
55 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 HISTORIA DE LAS PRIMERAS LARINGECTOMÍAS Joaquín Poch Broto An RANM · Año 2019 · número 136 (01) · páginas 54a 64 race Wells, 1844) o el éter (Morton 1846). Este último se adoptó como anestésico para gran número de ope- raciones, pero no era especialmente adecuado para intervenciones sobre la laringe debido a la irritabi- lidad bronquial que provoca, en las primeras larin- gectomías se solía usar el cloroformo introducido por James Simpson en 1847 y se continua usando hasta bien entrado el siglo XX, en que es abandonado por la introducción de barbitúricos por vía intravenosa en la década de 1920-1930 y/o anestésicos inhalato- rios del tipo de los halogenados. Aún así, la populari- dad del cloroformo siempre se vio siempre empaña- da por sus frecuentes complicaciones como arritmias potencialmente mortales y a su hepatotoxicidad, esto obligaba a “cloroformizaciones” muy superficiales, que con frecuencia se complementaban con anestesia local. Cuando el paciente estaba traqueotomizado el cloroformo se administraba a través de un largo tubo, al final del cual se encontraba un embudo lleno de al- godón sobre el que se iba derramando el cloroformo y al paciente se le mantenía siempre con respiración espontanea (Fig. 1). En todo el siglo XIX el único anestésico local disponi- ble fue la cocaína aislada por Albert Nieman en 1859, fue utilizada en cirugía por primera vez por Halsted en 1884 como anestésico troncular y posteriormente por muchos cirujanos para complementar la anestesia ge- neral. La novocaína se introdujo en 1904 y la adición de adrenalina a la misma un año más tarde. La drás- tica disminución de efectos secundarios respecto a la cocaína hace que se popularice rápidamente y no es infrecuente, por lo menos hasta 1930, la utilización de anestesia local para la práctica de laringectomías con éter o cloroformo. La cocaína como anestésico tópico fue introducida por Karl Foller hacia 1884, siendo especialmente útil para la laringoscopia. Existen precedentes muy antiguos de reposición de líquidos en la epidemia de cólera de 1831 de Lon- dres. De todas formas hasta 1889 no se aceptó la so- lución salina al 0.9% para la reposición de volumen; fueron las llamadas soluciones cristaloides, cuyas limitaciones en el mantenimiento del volumen cir- cundante se hacen patentes en la Primera Guerra Mundial. Las transfusiones de sangre aparecen aunque con li- mitaciones a partir de los trabajos de K. Landsteiner (1901), que describe los tipos A, B, O y en 1940 el fac- tor Rh. El método de conservación de sangre para su uso diferido mediante la adición de citrato fue desa- rrollado en 1914 y la utilización de plasma no se es- tablece hasta la década de 1940 a partir de los estudios de Ch. Drew. Hacia 1873-74, fecha de la primera laringectomía to- tal, las ideas de Semmelweis y Lister habían ido per- meando la práctica habitual de todos los servicios de cirugía, no sin reticencia y a veces con oposición frontal. Curiosamente un avance de semejante mag- nitud tuvo poco impacto en la supervivencia de la la- ringectomía hasta la última década del siglo XIX, de tal forma que los enfermos morían de bronconeumo- nías o mediastinitis, hasta la introducción de modifi- caciones técnicas que impidieran la caída masiva de alimentos y saliva sobre la herida quirúrgica y la trá- quea. La disminución de mortalidad no se produjo por tanto como consecuencia del método antiséptico sino a raíz de un cambio de técnica quirúrgica que lue- go comentaremos. La obra de Virchow (2) (1821-1902) “Patología celu- lar…” es de 1858 y representa por un lado, la adap- tación a la patología de la teoría celular de Schwann y Schleiden y al mismo tiempo se puede conside- rar, como el texto fundacional de una nueva dis- ciplina con una extraordinaria importancia en el desarrollo posterior de la medicina y por supues- to de la laringología. Cuando se realizan las prime- ras laringectomías los conceptos de benignidad y malignidad están bien establecidos y son bien co- nocidos así como los tumores de estirpe epitelial y conjuntiva. Aún así, algunos datos hasta finales de siglo XIX son difíciles de interpretar, uno de ellos es la relativa alta frecuencia de “sarcomas” con bue- na supervivencia, que no es compatible con las es- tadísticas que se van elaborando a partir del siglo XX. No siempre es fácil distinguir sífilis de TBC y como veremos la biopsia preoperatoria suscita gran- des controversias hasta por lo menos los años 30 del siglo XX. Figura 1. Embudo de Trendelemburg para la administración de cloroformo a través de la cánula de traqueotomía. ANESTESIA LOCAL REPOSICIÓN DE VOLUMEN INTRAVASCULAR ASEPSIA Y ANTISEPSIA ANATOMIA PATOLÓGICA
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