Anales de la RANM
56 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 HISTORIA DE LAS PRIMERAS LARINGECTOMÍAS Joaquín Poch Broto An RANM · Año 2019 · número 136 (01) · páginas 54 a 64 La descripción de procesos, cuyos síntomas parecen coincidir con los del cáncer de laringe, se encuentran en Asclepiades de Bitina (91 a. de C.) y en Galeno (3). Si bien, este último, sólo habla de una úlcera en la gar- ganta, que posiblemente pudo estar en orofaringe. Es en la obra de Morgani (4), donde encontramos las pri- meras descripciones modernas en dos casos de autop- sia, que se corresponden, sin lugar a duda, con cán- ceres de laringe, curiosamente uno de ellos subglóti- co; constante esta que se repetirá con cierta frecuencia hasta principios de siglo XX, en el que empieza ya a considerarse una rareza. En terminología usada antes del siglo XIX, las enfer- medades de la laringe se conocían como Cynanche traquealis (5). Con posterioridad, se habla de angina y tisis en un sentido muy diferente al que se le da en la actualidad. En el libro de Trousseau de 1837 (6), el término de pti- sis se utiliza en el sentido de cualquier alteración cró- nica de la laringe que pueda causar consución o muer- te. En este sentido diferencia cuatro grandes grupos: tisis laríngea simple, tisis sifilítica, tisis carcinomatosa y tisis tuberculosa. En cualquier caso, de la lectura de esta obra se desprende que las enfermedades granulo- matosas no se distinguían con claridad, máxime que a veces, como todavía ocurre hoy, tuberculosis y cáncer se asociaban con cierta frecuencia y que algunas for- mas de sífilis son indistinguibles macroscópicamente de un carcinoma. Hay que tener en cuenta que casi un 30% de las tuber- culosis pulmonares desarrollaban tuberculosis larín- gea, y no menos del 15% de las sífilis terciarias tenían afectación laríngea (7). Hasta bien entrado el siglo XIX el cáncer de la laringe es una preocupación menor y no tanto por la dificul- tad de diagnóstico y posibilidad de tratamiento, sino porque objetivamente debe ser muy poco frecuente; de hecho Cornic y Ranner en 1876 (8) consideraban la en- fermedad sumamente rara, en unos años en los que, sin embargo, la enfermedad es bien conocida y se están haciendo las primeras laringectomías. Las enfermedades infecciosas graves representan sin duda, el grueso de la patología laríngea: tuberculosis, difteria, crup del recién nacido, etc. Mientras que el cáncer de laringe es un problema epidemiológicamente poco relevante. Hay que tener en cuenta que se trata de una patología de la edad adulta. Sin embargo, a prin- cipios del siglo XIX, la esperanza de vida era sólo de 30 años y mejorará solo en 10 años a lo largo del siglo. Por otro lado, el cáncer de laringe está ligado a fac- tores etiológicos muy concretos, tabaco básicamente, cuyo consumo masivo por amplias capas de la pobla- ción todavía no se había producido, ya que esto debe considerarse como un efecto negativo del desarrollo económico del siglo XX. Vemos, pues, que en la 1ª mitad del siglo XIX la alta tasa de enfermedades infecciosas, la baja expectativa de vida de la población y el impacto del tabaco relati- vamente menor, hacen del cáncer de laringe una preo- cupación secundaria para los médicos de esta época. A ello hay que añadir una compresión muy limitada del cáncer como entidad nosológica, así como la imposi- bilidad absoluta de exploración de la laringe in vivo. Estos dos últimos aspectos de la cuestión que nos ocupa cambian de una forma radical en la década de 1850 a 1860. Efectivamente, en 1855 Manuel García inventa el larin- goscopio y, con él, la laringoscopia (9), y en 1858 Vir- chow publica su monumental obra (2). Aunque Müller, maestro de Virchow, desarrolla el concepto de célula normal y patológica, es bajo el magisterio de este úl- timo, cuando el concepto evoluciona hasta convertir- se en piedra angular de la anatomía patológica moder- na. A título de anécdota no deja de ser paradójico, que Müller llegara a la conclusión de que “los análisis quí- micos y microscópicos nunca serían medios adecuados para el diagnóstico quirúrgico“(10). Si es cierto que para la medicina existe un antes y un después de Virchow, en el caso concreto de la laringo- logía existe también un antes y un después de Manuel García, ya que el impacto de la laringoscopia en Medi- cina conduce a la creación de una nueva especialidad y, por supuesto, en el diagnóstico del cáncer de larin- ge, supone la posibilidad de hacer diagnósticos relati- vamente precoces. Antes de la laringoscopia la única posibilidad de ex- ploración de la laringe era su palpación interna. El mismo Trousseau había mantenido la imposibilidad de visualizar la laringe, ya que la epiglotis impediría su visión interior. Antes de García, los intentos de ver la laringe proceden del campo médico; así los de Levret (1743), Bozzini (1804), Secin (1827), Babington (1829), Avery (1844). Estos dos últimos muy parecidos conceptualmente, al sistema de García (11, 12). El trabajo de García (9), en el que da cuenta del la- ringoscopio, fue leído por el Dr. Sharpey en la Ro- yal Society de Londres el 22 de mayo de 1855 con el título “Physiological observation on the human voice”. La descripción del laringoscopio y su téc- nica de utilización es extremadamente escueta; son apenas 11 líneas que transcribo de la traducción de A. García Tapia (11): “El método seguido es muy sencillo. Consiste en colo- car en la garganta de la persona que se observa, sobre el velo del paladar y la úvula, un pequeño espejo provisto de mango largo y de apropiada curva. Enseguida se co- loca el sujeto frente al sol a fin de que los rayos lumi- nosos, cayendo sobre el espejo, puedan ser reflejados hacia el interior de la laringe. Si el observador quiere experimentar sobre sí mismo, debe recoger los rayos solares mediante un segundo espejo y dirigirlos hacia el espejillo colocado en la úvula”. LA LARINGOLOGÍA LARINGOSCOPIA
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