Anales de la RANM

310 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 María Castellano Arroyo LA MEDICINA CIENCIA Y ARTE, SIEMPRE JUNTO AL ENFERMO An RANM · Año 2020 · número 137 (03) · páginas 309 a 314 llevando los fenómenos a un marco teórico de leyes generales. Karl Popper, filósofo de la ciencia (7), muy influyente en el siglo XX, defendió su teoría de la demarcación, diferenciando lo científico de lo metafísico, lo científico debe permitir experimentos y ensayos que lo refuten o la confirmen, “ la ciencia debe ser falsable ”. Los avances de la Ciencia en genética, biología molecular, neurociencias, o psicología, requieren de la hermenéutica como forma de integrar lo evidente para llegar a la certeza, a la verdad, objeto del conoci- miento. En medicina esto se refleja en los contenidos doctrinales y en la forma de aplicarlos, llegando en el último cuarto del siglo XX al paradigma de la “ medicina basada en la evidencia ”, para pasar en el siglo XXI a la “ medicina predictiva y personalizada ”. La telemedicina, término recogido en el Diccio- nario de términos médicos (RANME) (8), pone en contacto al médico y al paciente que están a kilóme- tros de distancia; la Big Data, otro recurso de la informática, ha revolucionado el uso y tratamiento de los datos clínicos. Dejando sentado que la Medicina y los actos médicos deben ser ciencia, no podemos omitir que la relación médico-enfermo=médico-paciente es encuentro entre dos personas, con diferente perspectiva, pero con un objetivo común; en el éxito de este encuentro radica el Arte de la Medicina. Esta Medicina Arte nos obliga a una referencia breve hacia “ la persona ” , armonía entre biología y mente o, entre cuerpo y alma. Desde las neurociencias vemos una relación cada vez más estrecha entre la base biológica (molecular, bioquímica, endocrina, etc.) y el funcionamiento de la mente humana (percibir, comprender, interpretar, y responder, conforme a la propia organización cognitiva, afectiva y volitiva). Con un modelo común de estructura, cada persona constituye una construc- ción psicofísica única e irrepetible. Las personas organizamos espacios propios virtuales:“ lo individual/personal ” sólo conocido por la propia persona, (el ethos aristotélico); “ lo íntimo ”, aquello que la persona transmite hacia su entorno más próximo y le merece confianza; y más externo el espacio de “ lo social ”, también surge del individuo, pero lo proyecta a un entorno mucho más amplio, y puede llegar al rincón más apartado del planeta a través de los medios de comunicación (9). En el conocimiento de la persona primero interesó la biología de la corporeidad, su fisiología, su anatomía; pero de inmediato, interesó la vida psíquica que hace de cada uno “ alguien ” concreto con sus emociones, sentimientos, pasiones, etc, que al experimentar y reconocer en los otros, nos hace humanos; se es más humano cuando es mayor la capacidad de comprender al otro, de sentir sus sentimientos, emocionarnos con sus emociones y vibrar con sus pasiones. El conocimiento de nosotros mismos facilita conocer a los otros, esto está en la base de las relaciones familiares, sociales, profesionales, laborales, políticas, y desde luego en la relación médico-paciente. Desde que nacemos, los sentidos nos permiten percibir el entorno, lo que provoca en nosotros las emociones , nuestra inteligencia las transforma en sentimientos , los cuales vuelven a vincularnos con el entorno, generando actitudes de rechazo o de deseo que marcarán nuestro futuro comportamiento. Entre ellos unos son positivos: el amor , la esperanza , la seguridad , la satisfacción consigo mismo , el sentido del humor…; mientras que otros son negativos: la tristeza , el odio, la ira , el miedo, la desesperanza , la frustración , la hostilidad o resentimiento , los celos , la culpa … Los sentimientos positivos ayudan a una comunicación favorable con el entorno, los sentimientos negativos son muy destructivos e impiden a la persona pensar con lucidez y buscar las soluciones a los problemas que le afectan en su vida diaria y, también a su salud. La estructura mental de la persona engloba aspectos cognitivos o intelectuales (comprender, razonar, enjuiciar..), afectivos (emociones, sentimientos, afectos..), conativos (pasiones, pulsiones), fisioló- gicos y morfológicos. Su funcionamiento dinámico y armónico dan lugar a una manera propia de ser y de actuar, lo que constituye la personalidad. Como rasgos componentes de la misma, destacamos: La estabilidad emocional (control de las emociones y sentimientos; la afectividad (capacidad de comprender y sentir con los demás); la introver- sión/extroversión (marca dos polos, encerrarse sobre sí mismo, o abrirse a los demás); la impulsi- vidad (actuar sin reflexionar); la dependencia/ autosuficiencia , (capacidad o no para resolver las propias necesidades); la sinceridad/astucia social , (la franqueza frente a la hipocresía); la confianza/ suspicacia , (es la ingenuidad confiada, frente a la desconfianza); la frialdad/sensibilidad , (ausencia de sensibilidad, frente a facilidad para experi- mentar emociones). La alta autoestima frente a la conflictividad consigo mismo , la tendencia a la culpabilidad , o la predisposición a la ansiedad , contribuyen a modular el perfil psicológico de cada persona. Así se establecen unos ejes que permiten agrupar a las personas, por su manera de ser, aunque dentro de cada eje, no encontremos dos personas idénticas (10): El eje del “ neuroticismo ”, describe a personas que, dentro de la normalidad, presentan baja estabi- lidad emocional y mal control de sus emociones y sentimientos, tendencia a experimentar ansiedad y malestar psíquico; estas personas necesitan del apoyo de otros y son propensas a quejas psicosomá- ticas. Muy sensibles y vulnerables como pacientes. El eje del “ psicoticismo ” perfila a una persona de baja afectividad, distante e imperturbable y poco afectable por los sentimientos, lo que produce frialdad y dureza en su comportamiento. El eje “ introversión/extroversión ”, califica a las personas atendiendo a su facilidad o dificultad para comuni- carse con el entorno. El pertenecer a uno u otro eje, condiciona actitudes respecto al enfermar y a la forma de afrontar las enfermedades, la evolución, la adhesión al tratamiento, incluso el pronóstico de las mismas.

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