Anales de la RANM

22 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 S U P L E M E N T O SESIÓN NECROLÓGICA EN MEMORIA DEL PROF. ALBERTO PORTERA SÁNCHEZ Francisco José Rubia Vila An RANM. 2021;138(01).supl01: 20 - 23 En 1993 entra en esta Corporación, justo un mes antes de mi propio ingreso, con el discurso de toma de posesión con el título: Envejecimiento en el siglo XXI . También fue miembro numerario de la Real Academia de Doctores de España y correspon- diente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Destacado como experto en pintura e historia del arte, fue nombrado miembro del Patronato del Museo Español de Arte Contemporáneo. El Círculo de Bellas Artes le concedió la medalla de oro en 2007 como reconocimiento al quehacer artístico y cultural a personalidades de reconocido prestigio en el mundo de las Artes o la Cultura. Al acto asistieron Martín Chirino, Carlos Saura y Mercedes Corral. Amor por las artes La personalidad de Alberto Portera sería incompren- sible si no se tuviese en cuenta su amor por la música y por las artes plásticas. Su inquietud por estos temas fue impresionante y extraordinaria. Ya durante su estancia en París, en los años cincuenta, entró en contacto con el escultor y grabador español Eduardo Chillida, con el pintor, grabador y escultor Pablo Palazuelo y con el músico Narciso Yepes, internacionalmente conocido por su trabajo como guitarrista clásico. Pero la lista de los amigos artistas de Portera es interminable. Se dijo de él que era el médico de los pintores, pero también lo fue de los escultores. Entre ellos se encuentra Manolo Millares, pintor y grabador canario que falleció en 1972, cofundador del Grupo El Paso y cuyo estilo recuerda a Van Gogh; Martín Chirino, escultor canario, del mismo grupo El Paso; o Eduardo Chillida, escultor y grabador vasco, conocido por sus trabajos en hierro y hormigón. En su casa de Mataborricos en Madrid, Portera reunía los fines de semana a sus amigos, tanto artistas como científicos. Yo he asistido a algunas de estas reuniones y he podido conocer allí a Carlos Bousoño, poeta y profesor de literatura, al músico Cristóbal Halffter, al escritor Francisco Umbral o al cantaor andaluz de flamenco José Menese. Pero también recuerdo discusiones entre cientí- ficos y artistas con el premio Nobel de Química Ilya Prigogine, concedido por sus estudios de las estruc- turas disipativas. O con el premio Nobel de Física Murray Gell-Man, concedido por sus estudios sobre partículas elementales, como los quarks. Recuerdo que, a veces, yo acompañaba a Portera a recoger de un restaurante próximo la paella que había encargado para que la disfrutásemos todos en su jardín, y luego se organizaba una discusión sobre algún tema de interés común. Entre los pintores amigos de Portera estaban Fernando Zóbel, Manuel Hernández Mompló, Bonifacio, Antonio López, Lucio Muñoz, Eusebio Sempere. Pero también, entre sus mejores amigos estaba el cineasta Carlos Saura, o el cineasta y realizador de televisión Alfredo Castellón, entre otros. Cuando el escultor Martín Chirino realiza su primer viaje a Nueva York, es acompañado por el cineasta Carlos Saura, por el arquitecto Antonio Fernández Alba y por Alberto Portera, con motivo de la presen- tación de la película La Caza de Saura en el Festival de Cine del Lincoln Center. Este viaje fue importante para Martín Chirino, que pudo establecer lazos de amistad en los Estados Unidos. Recuerdo lo emocionado que me contaba Alberto el homenaje sorpresa que le hicieron todos sus amigos artistas en el Casino de Madrid en 1996, un homenaje que, como decía uno de sus amigos, tanto se merecía. También había sido médico de algunos de ellos. La cena la organizó la pintora Esperanza Parada. En esta cena se reunieron en el Casino casi todos los personajes de la cultura que habían pasado por su casa de Mataborricos los domingos. Pero también algunas personas que habían sido tratados por él, como Chillida, el expresidente Leopoldo Calvo Sotelo, el ministro Javier Solana o nuestro Pedro Laín. Portera decía que el cerebro era necesario para captar las misteriosas vibraciones que emanan de la obra de arte y lo ejemplificaba diciendo que él siempre decía que Velázquez había pintado Las Meninas para él y que Giotto había incorporado nuevos elementos al Renacimiento para él, como era la desacralización de la pintura. El observador participaba, decía, en la obra de arte, incorporando nuevos elementos que son evocados por la mente. Por otro lado, afirmaba, que quien tiene la fortuna de experimentar sensaciones placenteras durante el encuentro con la obra de arte está dotado de un instrumento que enriquece y da más sentido a su vida, haciéndola, a la vez, más disfrutable. Para él, la envidiable sensibilidad del espectador podría considerarse equivalente, en su calidad e intensidad, a la capacidad de crear del artista. Sin ese encuentro entre el artista, su obra y el observador, decía, incluso las más grandes obras de arte permanecerían mudas, y el encuentro estético sería causal y efímero. La pintura, solía decir, es demasiado bella y necesaria como para empezar y acabar en los pintores. La variedad de valores que el artista refleja en la obra se enriquece y multiplica al ser compartidos e interpretados por el observador sensible. La importancia de la genética y del medio ambiente en la creación artística, Alberto Portera lo ejempli- ficaba con el caso de Wolfgang Amadeus Mozart, diciendo que su cerebro estaba genéticamente dotado para la música, pero que, además, nació en Salzburg, en el seno de una familia de músicos y en un clima de gran sensibilidad para ese arte. Si hubiese nacido en Zaragoza, decía, posiblemente no habría compuesto su Réquiem ni Las bodas de Fígaro , aunque habría creado tal vez magníficas jotas aragonesas.

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