Anales de la RANM

17 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 S U P L E M E N T O SESIÓN NECROLÓGICA EN MEMORIA DEL EXCMO. SR. D. MANUEL SERRANO RÍOS José Manuel Ribera Casado An RANM. 2022;139(01).supl01: 16 - 21 por excelencia. Durante los 18 años de permanencia en la Clínica, trabajó duro, y ascendió de manera progresiva por todo el organigrama asistencial del centro hasta llegar a ser, en su etapa final, jefe de servicio de medicina interna. Fue un periodo que, en paralelo al progreso en su formación como médico, le sirvió para estrechar lazos de amistad y compañerismo, firmes y perdurables, tanto con sus sucesivos tutores y maestros como con quienes fueron allí sus compañeros de trabajo y formación más o menos coetáneos. Unos lazos a los que ha sido fiel y a los que, con posterioridad, se ha mantenido férreamente asido a lo largo de toda su vida. La única interrupción en los inicios de este periodo tuvo lugar entre los años 1965 y 1967 para realizar una estancia en el “New York Medical College”, merced a una beca internacional competitiva otorgada por Eli-Lilly, que le permitió orientarse en su área de interés, cimentar y consolidar las bases de su formación endocrinológica y de manera específica dar el toque de salida a su pasión por el estudio de la diabetes. Poco después de su vuelta a España contrajo matrimonio con María Teresa Sordo, una joven médica compañera en la Clínica, donde se formaba como genetista. Hablamos de una especialidad, la genética, muy novedosa en aquellos momentos, que la Dra Sordo tendría, posteriormente, ocasión de desempeñar durante el resto de su carrera profesional en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid. Fruto de ese matrimonio nacieron sus cuatro hijos, Manuel, Leticia, Teresa y Beatriz. Al inicio de los años setenta, recién confirmada la condición de hospital universitario adscrito a la Universidad Autónoma de Madrid a la Clinica de la Concepción, es nombrado profesor adjunto de medicina interna de dicha universidad. Decidido a llevar a cabo una carrea académica reglada obtuvo en los años siguientes por oposición el título univer- sitario de profesor agregado (1976) y no mucho después, el de catedrático (1981). Ya como profesor agregado fue destinado a la Universidad de Barcelona por un breve periodo de tiempo. En seguida recibió y aceptó el encargo de liderar de forma interina durante un curso académico la cátedra vacante de Patología General de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense y dirigir su correspondiente servicio asistencial dentro del Hospital Clínico San Carlos, durante el curso académico de 1978-79. Para quienes trabajábamos por entonces en esa cátedra, muy acreditada en el mundo de la medicina clínica, pero que apenas sabíamos del Prf Serrano Ríos poco más que su nombre, su llegada resultó una sorpresa grata y estimulante. Su paso entre nosotros supuso una experiencia inolvidable, muy positiva, que, en una medicina muy cerrada como era la nuestra, nos abrió puertas y caminos apenas explorados por nuestro grupo con anterioridad. Sobre todo contribuyó a estimular nuestro interés en el campo de la investiga- ción clínica y nos abrió a un horizonte novedoso en el ámbito de las relaciones institucionales con otros sectores médicos emergentes. Personalmente puedo decir que fue mi primer encuentro prolongado e intenso con el Prf. Serrano. Al acabar aquel curso su marcha inevitable fue percibida por todos –y, desde luego, por mi- como una gran pérdida. Vino después otro breve destino universitario en Oviedo, ya como catedrático, tras el cual regresó a Madrid para desempeñar en esta ciudad el resto de su carrera profesional. Asumió, entonces, la respon- sabilidad de poner en marcha, consolidar y dotar de personalidad al servicio de medicina interna del recién nacido hospital Ramón y Cajal, tarea que cumplió con éxito y a la que estuvo dedicado entre 1981 y 1987. En enero de 1987, tras la jubilación del Prf Amador Schüller, accede por oposición –en esta ocasión de manera definitiva- a la cátedra de Patología Médica y a la dirección del correspondiente servicio de medicina interna del Hospital Clínico San Carlos, donde permaneció hasta su jubilación por razones de edad en el año 2005. En relación con este último periodo como catedrático en activo de medicina interna y jefe de servicio dentro del Hospital Clínico escribió que “había constituido la fase más equili- brada, serenamente activa, productiva y gratificante para mi vida personal, académica e investigadora” Convertido a partir de ese momento de la jubila- ción en profesor emérito se mantuvo activo, centrado en la investigación, acudiendo a trabajar todas las mañanas en un modesto despacho-laboratorio cedido por las autoridades del Hospital Clínico. En él siguió desarrollando una actividad investigadora intensa y continuada. También tutorial, con alumnos de pre y, sobre todo, del postgrado. Contó para ello con el apoyo de un pequeño equipo de entusiastas colabo- radores. Se mantuvo así durante años hasta que, muy pocos meses antes de su fallecimiento, las limita- ciones físicas de su aparato locomotor dijeron basta y convirtieron en misión casi imposible el simple hecho de poder cubrir los apenas 200-300 metros existentes entre su casa y el hospital. Creo que es de justicia recordar aquí los nombres de al menos dos de las personas que más intensamente se mantuvieron junto a él como apoyo permanente durante esta última etapa. Me estoy refiriendo a la Dra. María Teresa Martínez Larraz, su colaboradora más próxima en las últimas dos décadas y el Dr. Arturo Corbatón quien, además, pasó a convertirse en su médico de cabecera. De algunos de sus logros profesionales a lo largo de todo este tiempo daré cuenta en el aparado siguiente, pero si quiero ahora resaltar dos circunstancias que fueron determinantes en el devenir de esta última etapa de su vida una vez producida su jubilación oficial. La primera, muy triste, fue el fallecimiento, en el año 2007, de Manuel, su hijo mayor, víctima de un tumor maligno de progresión muy rápida y cruel. Se trataba de un hombre joven, excepcional en cuanto a su carácter, bondad, entrega y capacidad de trabajo, con una vida orientada cien por cien, a la lucha por mejorar las condiciones de vida de la población más desfavorecida en cualquier parte del mundo. Su fallecimiento afectó profundamente a D. Manuel como no podía ser de otra manera, pero no hizo sino fortalecer su voluntad de trabajo y la entrega a la profesión. Creo que resulta apropiado afirmar que tanto en su vida personal como en la familiar y en la profesional se diferencian de forma nítida, un antes y un después en relación con esa circunstancia.

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