Anales de la RANM

137 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 ¿ESTÁN DESAPARECIENDO LOS MAESTROS? Díaz-Rubio M An RANM. 2023;140(02):133 - 141 y responsabilidades. Así el discípulo, aún sin la formación adecuada, con sus demandas, unas veces justas y otras fuera de lugar, llega a situaciones extremas que deterioran la relación hasta la ruptura en muchos casos. Tan solo estos doce puntos son suficientes para explicar el declive o cuestionamiento de la figura del maestro tal como lo hemos entendido hasta la actualidad. Ya no vale lo que dice el maestro. La clásica imagen de una sesión clínica en la que a su cierre el maestro dice unas últimas palabras con su juicio sobre un determinado problema es cuestio- nada por los que asisten a ella, aunque perman- ezcan en silencio. Están muy bien formados, al día y si tienen alguna duda durante la propia sesión consultan discretamente en sus móviles lo último publicado sobre el asunto, pudiendo finalmente tomar la palabra y dejar en evidencia al maestro. O, aún peor, a la salida de la sesión dejarlo en ridículo ante sus compañeros por no saber nada de la última publicación. Una auténtica revolución. ¿Usted nunca se ha equivocado o es que sabe más que nadie? contestó una vez un maestro a uno de sus discípulos tras interrumpirlo durante el cierre de una sesión clínica. Sin duda la vorágine de conocimientos hace que el maestro pueda estar confundido, desinformado, o atrasado en alguna cuestión y no sea propietario de la prudencia que debe tener al hablar de algunos temas. Segura- mente no era un buen maestro, falto de la necesaria humildad, pues en la actualidad nadie a ese nivel puede presumir de los conocimientos o habilidades que no tiene. El trabajo en equipo y la confianza en él hace que las reflexiones y soluciones deban de ser conjuntas manteniéndose la consideración absoluta entre unos y otros y respetando los valores y conocimientos de cada cual. Sin embargo, la grandeza de un maestro es que lo seguirá siendo incluso sin estar al día en algún tema concreto. El buen maestro no trasmite solo conocimientos sino comportamientos y una entrega auténtica a sus discípulos. El reputado sociólogo Víctor Pérez- Díaz (10) dice de los maestros: “ Se aprende por la imitación de sus gestos intelectuales, es decir sus modos de razonar y expresarse, su uso de la metáfora, el estilo de su tratamiento del material empírico, las connotaciones emocionales de su opinión sobre las personas, la generosidad o la mezquindad de su juicio, la amplitud o estrechez de su horizonte, su impaciencia o su disposición a decir sí o no a determinados estímulos, y la evocación de sus experiencias, que el discípulo tendrá luego que reconstruir combinando sus palabras explícitas, sus alusiones y sus silencios ”. El buen maestro despierta vocaciones tanto de ser discípulo como maestro. LA IMPORTANCIA DE LAS PALABRAS Hay pues una confusión con respecto al maestro. El maestro no es alguien que lo sabe todo. En otro tiempo era el que tenía más conocimientos, experi- encia y acceso a la información, lo cual no es el caso de lo que sucede actualmente. El maestro como vemos, con independencia de ello, es otra cosa y en eso hay que fijarse. Reflexiones sobre esto hay muchas con sentencias que lo dicen todo. Algunas como las de Pedro Laín “ El maestro lo es más por lo que infunde que por lo que enseña ” o la de Karl A. Menninger “ Lo que el maestro es, es más importante que lo que enseña ”. El mal procesamiento social, y por ende en nuestro campo, de los cambios producidos en España y en el mundo, en el último siglo y el presente, han llevado este problema a niveles que generan rechazo. Vivimos además imbuidos por el tuteo, el amiguismo, la utilización incorrecta de las palabras, o su uso incluso a veces con ánimo despreciativo, sin contar la crisis social de valores que asola a la sociedad. Llamar al maestro por su nombre de pila con el “don” delante ha finiquitado. Hace muchos años en la Sesión necrológica en memoria del profesor Pedro Zarco (11) en la Real Academia Nacional de Medicina, señalé “ Hoy al maestro es preferible llamarle jefe, bien en tono despectivo o respetuoso, pero en general cargado de intención administrativa, apartándose del reconocimiento que su responsabilidad y liderazgo le confiere ”. Hoy nuestra sociedad cambia palabras, unas veces sin razón, y otras con una intención determi- nada. En nuestra ciencia y práctica médica la palabra maestro ha quedado prácticamente enterrada y se usan de forma más habitual otras como, por ejemplo, profesor, jefe, líder, mentor, instructor, tutor, etc. que sin ser para nada ofensivas tienen un sentido claramente diferente. De ellas destacamos cuatro que a nuestro juicio tienen un significado real muy diferente, aunque en muchos casos todas están imbricadas y es difícil separar sus misiones y trascendencia, al menos cuando hablamos del maestro en nuestro ámbito en el sentido más profundo. 1. El Maestro tiene discípulos . Un hecho fundamental es que el maestro universitario tiene discípulos y es aquel que está abierto a aceptar a quien quiera recibir sus enseñanzas. Un hecho muy importante y diferencial es que al maestro lo buscan, lo eligen. Estar junto a él es un acto voluntario, no está impuesto, por tanto. Para el discípulo se convierte en un referente, alguien a quien seguir, por su saber, conducta ejemplar y valores que trasmite, con una connotación trascendente que es que si el maestro les decepciona declinan seguir a su lado. Del maestro se espera recibir una buena formación , incorporar un estilo y saber ser, estar y sentirse médico singular y muy vinculado a su personalidad. El maestro es para toda la vida y, como hemos señalado en otro lugar, “es aquel que es capaz de transmitir algo más que simplemente conocimientos. Es aquel capaz de trasmitir un hacer y pensar impregnando de un estilo peculiar a un conjunto de personas. Éstas, con él, componen ese binomio indisoluble que es maestro-discípulo o discípulo-maestro ” (11). Nadie puede decidir ser maestro pues son los discípulos los que lo hacen maestro, y es reconocido como tal.

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