Anales de la RANM

30 A N A L E S R A N M R E V I S T A F U N D A D A E N 1 8 7 9 S U P L E M E N T O An RANM. 2025;142(01).supl01: 29 -34 NECROLÓGICA EN MEMORIA DE ENRIQUE BLÁZQUEZ FERNÁNDEZ Antonio Campos proceder a su comentario: su vinculación con la ciudad de Sevilla en su primera juventud y su vinculación con la Biología Molecular en sus años de primera madurez, tanto en Madrid como en distintos centros extranjeros. Ambas circunstan- cias, tan decisivas en su vida, contribuyeron muy significativamente a forjar al Enrique Blázquez que, en distintos periodos y momentos de su posterior trayectoria, todos hemos conocido. El lugar en el que nacemos es obviamente fruto de un azar que nosotros no decidimos. Se trata, sin embargo, de uno de los acontecimientos que más contribuye a definir nuestra vida; sobre todo si, además del hecho de nacer, la infancia y la primera juventud, transcurren también, en el lugar en el que hemos nacido. Enrique Blázquez nace, vive y estudia medicina en Sevilla, hechos y circunstan- cias que, como he indicado previamente, van a condicionar su identidad. En el discurso de ingreso, que pronuncia en nuestra Academia, afirma, en este sentido, que Sevilla es, para él, algo más que una ciudad y que el resultado de haber vivido y convivido en ella constituye una fuente, en sus propias palabras, de “condicionantes y de conductas” que hacen, afirma, “inolvidable lo vivido”. El periodista y escritor sevillano Manuel Chaves Nogales, actualmente rescatado de un injusto olvido, advirtió, hace aproximadamente un siglo, sobre lo fácil que es caer en el tópico cuando alguien trata de identificar los rasgos que caracterizan la compleja personalidad de un sevillano. Ni quiero, ni voy a caer por tanto en el tópico, pero lo que sí quiero, y lo que si voy a hacer, es dejar constancia del impacto que el paisaje y el paisanaje de Sevilla tuvo en nuestro protagonista, de cómo el paisaje y el paisanaje de Sevilla contribuyó a hacerlo como fue, y como sigue aun siendo en nuestro recuerdo. Para conocer dicho impacto, para profundizar un poco en esos “condicionantes” y “conductas” que marcaron su identidad, lo mejor es recurrir de nuevo a su propio testimonio en el discurso de ingreso, antes mencionado. En este sentido Enrique Blázquez afirma que, a su vivir y convivir en Sevilla, debe, en sus propias palabras, el “fondo y la forma de su educación y, el conocimiento de los valores fundamentales de su vida” y añade, igualmente, que a ello debe, también, el haber aprendido, - fíjense en las frases-, “el camino de lo irreversible” y” la constatación de lo irrepetible”. Dos frases rotundas que, revelan, a mi juicio, una clara actitud determinista por un lado y de determinación por otro, y una apuesta importante por dar valor al tiempo presente. A su vivir y convivir en Sevilla debe también Enrique Blázquez, un modo especial de sentir y de aceptar la realidad, un modo equilibrado, capaz de asumir toda la gama de colores, todo el espectro, que presenta una paleta; un sentir y un aceptar la realidad que va, metafóricamente y, de nuevo, en sus propias palabras “de la luminosidad a las penumbras, de la alegría y la gracia a la melancolía, del bullicio y la bulla al silencio y la quietud”. Cómo no encontrar en todas estas frases, senten- ciosas unas, coloristas otras, los ecos de un Juan de Mairena machadiano. Como no ver en ellas, en estas frases, que son casi aforismos, ese poso de escepti- cismo creativo que, a decir de Juan de Mairena, esto es de Antonio Machado, resulta absolutamente imprescindible para, a través de la duda, acceder a la curiosidad y a la creatividad humana. Una creati- vidad que años más tarde Enrique Blázquez va a desarrollar con enorme brillantez como investi- gador científico. Actitud determinista, determinación, escepti- cismo creativo, aceptación de la realidad en todos sus matices y valoración positiva de lo propio, conforman , en su conjunto, un modo de ser y de estar, un sustrato de identidad cultural y social que, enmarcado en una ciudad como Sevilla, cargada de tradiciones, bellezas e historia, Enrique Blázquez no solo asumió, e incorporó a su vida, como algo propio sino que supo, además, proyectar con eficacia, como veremos más adelante, en su existir y coexistir de cada día. El contacto, por otra parte, de Enrique Blázquez con el mundo científico en el que se inserta tras su etapa sevillana, primero en Madrid y, con posterioridad, en prestigiosos centros americanos y europeos, va a abrir en su vida un nuevo momento, un nuevo escenario constructor de identidad. En Madrid, accede al Instituto Gregorio Marañón del CSIC, donde trabaja bajo la dirección José Luís Rodríguez Candela y Clemente López Quijada, dos científicos muy relevantes impulsores de la investiga- ción biomédica experimental en España. En Estados Unidos y en distintas etapas durante más de cinco años Enrique Blázquez trabajó en el Sinai Hospital de Detroit, en el Cornell Medical College de Nueva York, en la Southwestern Medical School de Dallas, en la Harvard Medical School de Boston y en el Salk Institute de la Joya en California y, en Europa, en la Facultad de Medicina de Lausana. Y, en todos estos centros tuvo, además, como tutores y maestros a lideres mundiales en su campo de investigación como los profesores Foa, Granda, Unger, Leffert, White, Thorens y el premio Nobel Robert Holley. En esta prolongada etapa, en Madrid y en centros extranjeros, vamos a asistir a un proceso de construcción de una identidad profesional y, por tanto, de una identidad socialmente compartida. Es, precisamente en este contexto, en este escenario formativo, en el que Enrique Blázquez va a tomar conciencia y va a asumir también como propio, como parte fundamental de su ser y de su estar en el mundo, el cambio de paradigma que supone, para las ciencias bioquímicas y fisiológicas de la época, la irrupción de la Biología molecular. Su compromiso identitario con la biología molecular es tan precoz que incluso lo sitúa cronológicamente en los cursos que sobre dicha materia imparte Severo Ochoa a finales de los

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