Excmo. Sr. Presidente, Excmos. e Ilmos. Sres. Académicos de Número y correspondientes, Querida familia y queridos amigos del Prof. Enrique Blázquez, Sras. y Sres.
Me he preguntado muchas veces cual debería ser la naturaleza y el sentido de un acto como el que hoy nos convoca, la naturaleza y el sentido de un acto que nos vincula al recuerdo de una figura, de una persona, con la que hemos compartido, personal e institucionalmente, etapas y momentos esenciales de nuestras vidas.
Se trata sin duda un acto ambivalente. Por un lado, de un acto impregnado por la ausencia y la privación de la persona que en última instancia nos convoca y del pesar y la tristeza inevitable que ello implica. Por otro, de un acto impregnado por la presencia y las riquezas que esa persona aportó y que han contribuido a modular la vida y el paisaje de los que hoy aquí nos congregamos. Es este último aspecto, el alegre, el vinculado a la vida vivida y a la obra aportada, el lado que más me gusta resaltar, o al menos el que a mí, desde luego, me gusta siempre buscar en este tipo de sesiones.
Sobre la vida y la obra de Enrique Blázquez Fernández, la aportación de todos y cada uno de los aquí presentes podría sin duda descubrirnos facetas muy distintas de su figura. Ello nos permitiría, con toda seguridad, conocerlo, recordarlo y valorarlo mejor como esposo, como padre, como hermano, como amigo, como profesor, como investigador, como jefe de servicio, como maestro o como académico. El resultado final de todas esas aportaciones sería lo que Ortega llama un retrato de contorno, un retrato de su multilateralidad en el mundo, en un mundo al que sirvió y al que entregó mucho de lo muy bueno que Enrique Blázquez hizo a lo largo de su vida.
Permítanme que, en mi intervención, intente, con gran atrevimiento por mi parte, hacer lo que Ortega llama un juicio de dintorno, esto es un retrato desde dentro, desde lo que percibo que podría ser, en un hombre tan consecuente como Enrique Blázquez, el núcleo personal de su plan y de su organización de vida. No tengo ningún título para ello como no sea una antigua amistad de más de cuarenta años; una amistad, no asentada en la frecuencia y el trato constante, sino en las certezas, las complicidades, las ilusiones y, porque no decirlo también, en las decepciones que ambos compartíamos en el curso y el devenir de nuestras respectivas trayectorias profesionales.
Tres son los apartados que, para llevar a cabo el retrato de dintorno al que acabo de hacer referencia, voy a considerar en el presente discurso. En el primero, abordaré la génesis de su identidad y en concreto el fundamento, las bases, en las que, a mi juicio, sustenta su trayectoria como ser humano y como científico. En el segundo apartado, me ocupare de su tenacidad, un rasgo de su temperamento que, a mi modo de ver, atraviesa de principio a fin, toda su trayectoria vital. En el tercer y último apartado, me ocupare de su serenidad y de todo lo que implica poseerla. Se trata, este último, de un rasgo que, vinculado estrechamente a su personalidad, nos ayudará a comprender el tipo relación que, en el curso de su vida, mantuvo con sus semejantes. Al describir cada uno de estos tres apartados intentaré justificar mis comentarios y reflexiones en hechos concretos de su trayectoria biográfica y profesional y en mi propia experiencia como amigo y compañero de Academia.
IDENTIDAD
La identidad es para Taylor la asignación, la organización y la interpretación que hacemos, en nuestra vida, de todo aquello que es verdaderamente valioso y fundamental para nosotros; esto es, del tipo de vida que queremos y estamos dispuestos a llevar a cabo. La vida no sería, en este sentido, otra cosa que la respuesta que el ser humano da a la voz que nace de su interior invitándole a ser de un modo determinado y no de otro.
La identidad que Enrique Blázquez forjó y construyó con su entorno, especialmente en sus años de juventud y primera madurez, fueron, a mi juicio, determinantes para su vida personal y profesional y propiciaron, tanto su modo de ser y de estar en el mundo, como la motivación y la voluntad para todo lo que vino después. Entre los, sin duda, muchos factores que contribuyeron a conformar su identidad, en este ámbito, permítanme que seleccione tan solo dos para proceder a su comentario: su vinculación con la ciudad de Sevilla en su primera juventud y su vinculación con la Biología Molecular en sus años de primera madurez, tanto en Madrid como en distintos centros extranjeros. Ambas circunstancias, tan decisivas en su vida, contribuyeron muy significativamente a forjar al Enrique Blázquez que, en distintos periodos y momentos de su posterior trayectoria, todos hemos conocido.
El lugar en el que nacemos es obviamente fruto de un azar que nosotros no decidimos. Se trata, sin embargo, de uno de los acontecimientos que más contribuye a definir nuestra vida; sobre todo si, además del hecho de nacer, la infancia y la primera juventud, transcurren también, en el lugar en el que hemos nacido. Enrique Blázquez nace, vive y estudia medicina en Sevilla, hechos y circunstancias que, como he indicado previamente, van a condicionar su identidad.
En el discurso de ingreso, que pronuncia en nuestra Academia, afirma, en este sentido, que Sevilla es, para él, algo más que una ciudad y que el resultado de haber vivido y convivido en ella constituye una fuente, en sus propias palabras, de “condicionantes y de conductas” que hacen, afirma, “inolvidable lo vivido”.
El periodista y escritor sevillano Manuel Chaves Nogales, actualmente rescatado de un injusto olvido, advirtió, hace aproximadamente un siglo, sobre lo fácil que es caer en el tópico cuando alguien trata de identificar los rasgos que caracterizan la compleja personalidad de un sevillano. Ni quiero, ni voy a caer por tanto en el tópico, pero lo que sí quiero, y lo que si voy a hacer, es dejar constancia del impacto que el paisaje y el paisanaje de Sevilla tuvo en nuestro protagonista, de cómo el paisaje y el paisanaje de Sevilla contribuyó a hacerlo como fue, y como sigue aun siendo en nuestro recuerdo.
Para conocer dicho impacto, para profundizar un poco en esos “condicionantes” y “conductas” que marcaron su identidad, lo mejor es recurrir de nuevo a su propio testimonio en el discurso de ingreso, antes mencionado.
En este sentido Enrique Blázquez afirma que, a su vivir y convivir en Sevilla, debe, en sus propias palabras, el “fondo y la forma de su educación y, el conocimiento de los valores fundamentales de su vida” y añade, igualmente, que a ello debe, también, el haber aprendido, – fíjense en las frases-, “el camino de lo irreversible” y” la constatación de lo irrepetible”. Dos frases rotundas que, revelan, a mi juicio, una clara actitud determinista por un lado y de determinación por otro, y una apuesta importante por dar valor al tiempo presente.
A su vivir y convivir en Sevilla debe también Enrique Blázquez, un modo especial de sentir y de aceptar la realidad, un modo equilibrado, capaz de asumir toda la gama de colores, todo el espectro, que presenta una paleta; un sentir y un aceptar la realidad que va, metafóricamente y, de nuevo, en sus propias palabras “de la luminosidad a las penumbras, de la alegría y la gracia a la melancolía, del bullicio y la bulla al silencio y la quietud”.
Cómo no encontrar en todas estas frases, sentenciosas unas, coloristas otras, los ecos de un Juan de Mairena machadiano. Como no ver en ellas, en estas frases, que son casi aforismos, ese poso de escepticismo creativo que, a decir de Juan de Mairena, esto es de Antonio Machado, resulta absolutamente imprescindible para, a través de la duda, acceder a la curiosidad y a la creatividad humana. Una creatividad que años más tarde Enrique Blázquez va a desarrollar con enorme brillantez como investigador científico.
Actitud determinista, determinación, escepticismo creativo, aceptación de la realidad en todos sus matices y valoración positiva de lo propio, conforman, en su conjunto, un modo de ser y de estar, un sustrato de identidad cultural y social que, enmarcado en una ciudad como Sevilla, cargada de tradiciones, bellezas e historia, Enrique Blázquez no solo asumió, e incorporó a su vida, como algo propio sino que supo, además, proyectar con eficacia, como veremos más adelante, en su existir y coexistir de cada día.
El contacto, por otra parte, de Enrique Blázquez con el mundo científico en el que se inserta tras su etapa sevillana, primero en Madrid y, con posterioridad, en prestigiosos centros americanos y europeos, va a abrir en su vida un nuevo momento, un nuevo escenario constructor de identidad.
En Madrid, accede al Instituto Gregorio Marañón del CSIC, donde trabaja bajo la dirección José Luís Rodríguez Candela y Clemente López Quijada, dos científicos muy relevantes impulsores de la investigación biomédica experimental en España. En Estados Unidos y en distintas etapas durante más de cinco años Enrique Blázquez trabajó en el Sinai Hospital de Detroit, en el Cornell Medical College de Nueva York, en la Southwestern Medical School de Dallas, en la Harvard Medical School de Boston y en el Salk Institute de la Joya en California y, en Europa, en la Facultad de Medicina de Lausana. Y, en todos estos centros tuvo, además, como tutores y maestros a lideres mundiales en su campo de investigación como los profesores Foa, Granda, Unger, Leffert, White, Thorens y el premio Nobel Robert Holley.
En esta prolongada etapa, en Madrid y en centros extranjeros, vamos a asistir a un proceso de construcción de una identidad profesional y, por tanto, de una identidad socialmente compartida. Es, precisamente en este contexto, en este escenario formativo, en el que Enrique Blázquez va a tomar conciencia y va a asumir también como propio, como parte fundamental de su ser y de su estar en el mundo, el cambio de paradigma que supone, para las ciencias bioquímicas y fisiológicas de la época, la irrupción de la Biología molecular.
Su compromiso identitario con la biología molecular es tan precoz que incluso lo sitúa cronológicamente en los cursos que sobre dicha materia imparte Severo Ochoa a finales de los años sesenta en el Instituto Xavier Zubiri. En ellos, afirma Enrique Blázquez, “recibí las primeras y las mejores lecciones sobre dicha materia”
La ciencia que Enrique Blázquez cultivo y desarrolló el resto de su fecunda vida no fue, ni más ni menos, que el resultado de encauzar primero y proyectar después en las distintas instituciones a las que sirvió, el compromiso identitario que incorporó a su vida durante sus años de formación en el CSIC y en los distintos centros americanos y europeos a los que con anterioridad he hecho referencia. Incorporó, en suma, la biología molecular al horizonte de su propia identidad, y luchó arduamente por convertirse, en la persona que, profesional y científicamente, quería ser.
TENACIDAD
La tenacidad, es el segundo rasgo a abordar en el presente discurso. En una primera aproximación podemos decir que la tenacidad es la firmeza, la perseverancia o la constancia con la que el ser humano aspira al logro de un propósito. No debemos confundirla con la voluntad. Esta última, vinculada estrechamente a la identidad, es la fuerza y el empuje impulsor que nos lleva y nos conduce a implementar, a hacer cuajar en realidad, como diría Cajal, las creencias y las convicciones que nos conforman. Y es por eso por lo que a mí me gusta definir la tenacidad como la voluntad mantenida en el tiempo al servicio de un fin.
Tener tenacidad, mantener en el tiempo el logro de un propósito, no es, sin embargo, una tarea fácil. Lo cómodo es abdicar y para ello nunca faltan las excusas. Como solía decir mi querido maestro el profesor Gómez Sánchez abdicar de lo queremos, y de lo que quizá podríamos hacer bien, constituye la mayor traición que un ser humano puede cometer contra sí mismo.
Toda está introducción sobre la tenacidad tiene como objetivo sustentar la afirmación, clara y contundente, que quiero hacer; la de que Enrique Blázquez, a quien hoy recordamos, era un hombre tenaz, un hombre que nunca abdico de los propósitos que dibujó en su horizonte, aquellos que incubó en su Sevilla natal y aquellos otros que en sus años de formación en Madrid y en América marcaron el norte de su brújula profesional. Un hombre tenaz que supo mantener en el tiempo la voluntad necesaria para lograr sus propósitos o para, al menos intentar conseguirlos.
Veamos a continuación algunos ejemplos de esa tenacidad, de esa larga voluntad mantenida en el tiempo.
El primero, al que voy a referirme, es la larga marcha que mantuvo hacia la culminación de su carrera universitaria, frente a lo que podría haber sido una acomodaticia espera en Madrid, para ir, “progresando adecuadamente” como se suele decir ahora en el mundo educativo. Desde su puesto, primero de Ayudante de clases prácticas y posteriormente de profesor agregado interino en la universidad complutense y colaborador científico del CSIC entre 1968 y 1979, da el salto a la Universidad de Oviedo como profesor agregado, en la que permanece entre 1979 y 1982 y en la tuvimos la oportunidad de conocernos y comenzar a ser amigos al haber ocupado también yo, en esos años la plaza de profesor agregado de Histología. Con posterioridad se traslada a la Universidad de Salamanca entre 1983 y 1987, donde primero ejerce como profesor agregado y luego como Catedrático, desempeñando, ya en dicha ciudad, la jefatura del servicio correspondiente de Bioquímica en su hospital universitario. Su destino final fue, de nuevo, la Universidad complutense donde ejerció como catedrático y jefe de servicio desde 1987. Buscó, por tanto, tenazmente desarrollar y culminar su carrera universitaria cuando las circunstancias y oportunidades lo hicieron posible sin aprovechar, como he indicado con anterioridad, situaciones posiblemente más cómodas que le hubieran facilitado permanecer en Madrid. No olvidemos a este respecto que en 1981 (cuando estaba en Oviedo) alcanzó por oposición la plaza de Investigador científico del CSIC, lo que le hubiera permitido un fácil retorno a la capital de España.
La persistencia, la voluntad mantenida en el tiempo en lo que al impulso y desarrollo de su línea de investigación se refiere es otro ejemplo de tenacidad que merece especialmente destacarse. Podríamos decir que empieza cuando desde Sevilla insiste constantemente a su entonces novia Mercedes, residente en Madrid, para que busque en dicha ciudad una institución, un lugar, en el que poder formarse como un investigador con orientación clínica, para lo que en Sevilla no encuentra horizonte. Tras el peregrinar físico por distintas instituciones y realizar muchos contactos telefónicos, Mercedes, cómplice vital y también profesional de Enrique, le dice que su sitio está en el CSIC y que, aunque pudiera parecer un milagro, ha conseguido que lo acepten.
La tenacidad en su línea de investigación constituye, por otra parte, un vector fundamental presente, de principio a fin, en todo su recorrido vital como investigador. El título de su último discurso en nuestra Academia sintetiza de forma muy clara el ámbito concreto de su investigación a la que, tenazmente, dedicó su inteligencia, su esfuerzo y su enorme capacidad de trabajo. Reza así: “Papel de las hormonas Insulina y Glucagón sobre el control de la actividad metabólica, las alteraciones en la Diabetes Mellitus y las acciones terapéuticas a través de sus receptores cerebrales”.
Si pudiera resumir, del modo más sencillo posible, sus importantes contribuciones en este campo, publicadas en las más influyentes revistas de su área de investigación (Journal Endocrinology, American Journal Physiology, Molecular Cell Endocrinology, Journal Neurochemistry, Molecular Neurobiology, etc.) diría que sus aportaciones se han desarrollado e implementado fundamentalmente a tres niveles:
- Un primer nivel, en el que el objeto de su investigación fue determinar el papel regulador de las hormonas insulina, glucagón y sus péptidos afines sobre el metabolismo, incluyendo la identificación de los receptores y transductores de su acción fisiológica, su relación con el genoma, la distribución tisular, especialmente en el sistema nervioso , y su incidencia y efectos, en las etapas prenatal, neonatal y adulto y en la ingesta propia de cada etapa.
- Un segundo nivel, en el que el objeto de su investigación fue igualmente determinar el papel regulador de las hormonas insulina, glucagón y sus distintos péptidos afines en la fisiopatología de algunas enfermedades metabólicas, neurodegenerativas y vasculares, especialmente en relación con la resistencia a la insulina y con las distintas disfunciones genéticas que afectan a los receptores y procesos de transducción por un lado y a la incidencia asimismo de los distintos tipos de ingesta por otro
- Y un tercer y último nivel en el que el objeto de su investigación fue determinar los efectos de diversos fármacos, especialmente la metformina, en modelos experimentales de patologías neurodegenerativas en relación igualmente con la tolerancia de la glucosa y, la expresión génica y de proteínas, del receptor de la insulina, sus transductores y sus sensores metabólicos cerebrales.
Desde sus primeros trabajos en revistas internacionales en 1968 y 1969 en Journal Endocrinology hasta sus últimas publicaciones, – la más reciente este mismo año aunque lamentablemente ya sin su firma-, Enrique Blázquez mantuvo, con una tenacidad fuera de lo común, una línea de investigación constante, recta y sin meandros, creciente en aportaciones relevantes y de un gran impacto y proyección en la medicina. Fue, en la investigación, como dije a propósito de la forja de su identidad, por su tenacidad, por su voluntad mantenida en el tiempo, el biólogo molecular y el investigador médico, que profesional y científicamente quiso ser.
Existen, además de los citados hasta ahora, algunos otros hechos, especialmente relacionados, a mí juicio, con la fuerza de su tenacidad, que vinculados a su actividad en la Academia, no quiero dejar de mencionar en este apartado. En efecto, desde su ingreso, y hasta 2023, Enrique Blázquez dirigió en la Academia un curso titulado “Fundamentos moleculares de la Medicina” que en sus diecinueve ediciones congregó en nuestra Institución a los expertos más relevantes en este campo y a sucesivas generaciones de jóvenes médicos e investigadores interesados en los distintos avatares de la Biología molecular. No sé cómo logró primero y como pudo mantener después, hasta el pasado año, la realización de un curso de esta naturaleza; una actividad, la de impartir cursos, que nunca ha formado realmente parte de las actividades regulares de esta casa. Como convenció en su día de la necesidad de impartir estos cursos es algo que desconozco, pero, de que fue su firme convicción en organizarlos, y su tenaz voluntad en mantenerlos, lo que ha permitido llevarlos a cabo, es algo de lo que no me cabe absolutamente ninguna duda. No me extrañaría que en su pensamiento latiera el recuerdo de los antes citados cursos que, sobre Biología molecular, recibió en su juventud impartidos por D, Severo Ochoa y que tanta influencia tuvieron en su devenir futuro.
Y junto a ello, académico ejemplar, en sus 22 años en nuestra Academia, en su Academia, realizó, además de los citados cursos, 14 intervenciones en sesiones académicas ordinarias y 753 definiciones nuevas para el Diccionario, así como 90 revisiones. Ello implica, en lo que al Diccionario se refiere el haber vinculado su nombre y autoría a un promedio de casi 4 definiciones al mes, mes a mes, durante 22 años.
SERENIDAD
La serenidad es el último rasgo que voy a abordar en esta aproximación al juicio de dintorno, al retrato interior, que intento esbozar en el presente discurso sobre la personalidad de nuestro querido compañero y amigo Enrique Blázquez.
Se ha afirmado que la serenidad es la capacidad de una persona para actuar en todo momento de una manera racional, templada y discreta. Y ello solo es posible si la identificación y la asunción de la realidad, esto es si el reconocimiento y la aceptación de la misma con todos sus matices, preceden, invariablemente, a dicho modo de actuar. La serenidad en el ser humano no es por tanto una mera respuesta coyuntural ante una situación concreta sino una actitud generada en el devenir de toda una vida, una actitud y un modo de actuar, sustentado en nuestra propia identidad y en los proyectos y metas que de ella se derivan. El escritor argentino Jorge Luis Borges ha escrito que buscar la serenidad en la vida es, incluso, una ambición más razonable que buscar la felicidad y añade que la serenidad quizá solo sea una forma de felicidad
El filósofo Arnold Davidson interpreta, por otra parte, la serenidad como una filosofía del saber estar. Nuestro Baltasar Gracián en sus obras morales, incluye las figuras del hombre sereno y discreto. Su descripción de un ser humano con dichas características reza concretamente así: “sabe esperar su hora; tiene grandeza de alma sin ostentación; sobresale en ecuanimidad; en todo momento sabe ayudar y a la vez cuidarse sin jamás entregarse ni alienarse; es penetrante, pero impenetrable; reservado, sabe no prodigarse; singular, practica la cortesía como un arte de mantener la distancia ante lo que no comparte”
Cualquier persona que haya conocido a Enrique Blázquez podría describirlo como un hombre sereno, como un hombre tranquilo al que le son aplicables todas las características que acabo de describir incluidas las postuladas por Gracián en el siglo de oro. Así ha sido su trayectoria vital, en el mundo universitario, en el mundo científico y en el mundo académico y así quiso él que fuese. La serenidad que alcanzó en su vivir Enrique Blázquez y de la que todos hemos sido testigos fue posible porque desde muy joven logro incardinar en su vivir los dos requisitos, imprescindibles, a los que con anterioridad he hecho referencia: el de reconocer la realidad en su más amplio espectro y el de aceptarla constructivamente. Unos requisitos que, incubados en sus años de vida sevillana y de formación científica, constituyeron los pilares fundamentales sobre los que sustentó la serenidad con la que afrontó los distintos avatares de su biografía.
Una vida, una trayectoria y una imagen, la de Enrique Blázquez, que, gobernada por la serenidad, se manifestó siempre, tanto en su quehacer como, en lo que Laín llama, su quehablar, esto es, su forma de expresarse y de comunicarse con el mundo. Una vida, una trayectoria y una imagen que, gobernada por la serenidad, infundió siempre confianza a sus interlocutores y armonía a todos aquellos que se acercaban a él con cualquier tipo de excusa o de motivo.
Y voy a concluir el discurso con un epílogo de cierre en el que intentaré sintetizar, concluir y proyectar, para el recuerdo, para el presente y para el futuro, todo lo que previamente he dicho y comentado.
Si quisiera, en efecto, focalizar y compendiar en un solo instante, en un solo momento, todo lo dicho sobre Enrique Blázquez, todos los rasgos y valores que he descrito en los tres apartados anteriores, elegiría, sin duda para ello, la tarde que vivimos en este Salón de actos el día 16 de enero del presente año.
Se inaugura el curso académico. Nuestro presidente da la palabra al Académico de Número Enrique Blázquez Fernández para que pronuncie el Discurso Inaugural correspondiente al año académico 2024
Por riguroso turno de antigüedad académica le hubiera correspondido impartirlo un año antes, en 2023. Su situación clínica le impidió hacerlo entonces, pero, con énfasis, solicitó meses más tarde y por escrito poder impartirlo en el presente curso. Y a comienzos de este año, sentado junto al atril, en el solemne acto de apertura fue lentamente desgranado su discurso desde su introducción hasta su excelente epílogo final.
Muchos de los que aquel día asistimos al acto pensamos entonces que Enrique Blázquez estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano, quizá innecesario. A día de hoy, y con el paso del tiempo, me atrevo, sin embargo, a decir que ese 16 de enero fue, para nuestra Academia un día memorable. Y lo fue, porque, ese día y en ese acto, Enrique Blázquez, nos dio a todos una gran lección y no solo científica. Nos dio a todos una excelente lección de coherencia personal y de compromiso académico.
Ese día, esa tarde, Enrique Blázquez fue, en todo, absolutamente fiel a la identidad que, para conformar su proyecto de vida, fue forjando en sus años de juventud, fiel a su determinación, fiel a su aceptación constructiva de la realidad (impartía un discurso), fiel a su valoración positiva de lo que se tiene, fiel, finalmente, a su compromiso con la biología molecular.
Pero, además, su sola presencia esa tarde, sentado y hablando desde el atril, era la prueba más palpable de su tenaz tenacidad, valga la redundancia, de su voluntad mantenida en el tiempo, hasta el final, de intentar responder siempre a lo que su voz interior le demandaba
Escucharlo y departir con él, antes y después del acto fue también, en ese día, como lo había sido siempre, una inmersión en la serenidad, en la paz de un hombre tranquilo, de un hombre sereno en su ser, en su estar y en su decir.
Afirmaba hace un momento, que la intervención de Enrique Blázquez en la sesión inaugural fue, también, una lección de coherencia académica y efectivamente así fue. Y lo fue por su parte, pero lo fue, también, por parte de la Academia. En el primer caso, por la autoimposición de un compromiso que nadie, por su estado, le demandó como obligatorio. En el segundo, porque la Academia facilitó y aceptó su voluntad y el ejercicio de dicho compromiso. Si los rituales, como ha escrito el hoy muy popular filósofo coreano-alemán Byung-Chul-Han, contribuyen a crear comunidad y a crear símbolos, el acto vivido, el ritual vivido, el pasado 16 de enero, creó academia y creó símbolos. Lo sucedido esa tarde constituye, en efecto, una invitación y una exhortación simbólica al compromiso de todos nosotros con nuestra institución. Es, sin duda, un inmenso honor ser miembro de la Academia, pero el verdadero honor es poder trabajar, desde nuestro compromiso con ella, al servicio de toda nuestra sociedad.
El patente y notorio compromiso de Enrique Blázquez con la Academia ese día y la aceptación del mismo por parte de nuestra Corporación, en las circunstancias que en ese momento concurrían, constituyen, a mi juicio, el más importante símbolo de dedicación, entrega y generosidad que nuestra Academia puede mostrar, como imagen de disposición y de servicio permanente, a la sociedad española a la que nos debemos.
El historiador y pensador francés de origen búlgaro Tvezan Todorov ha escrito que, aunque la vida pierde siempre su batalla contra la muerte, la memoria gana siempre, por el contrario, el combate contra la nada. El recuerdo de la sesión, que vivirá siempre en todos aquellos que tuvimos el privilegio de asistir, y el continuo renacer de la misma en las vidas de todos aquellos que en el futuro accedan a contemplarla a través de los repositorios audiovisuales de nuestra Academia, asegura y confirma la, a mi juicio, muy acertada reflexión de Tvezan Todorov: la del combate victorioso de la memoria sobre la nada y el olvido.
Pero hay más, Emilio Gómez de la Concha, nuestro querido amigo y compañero de Academia, nos recordaba en un discurso reciente que es deber primordial de nuestra Corporación, y utilizo sus palabras, “cuidar la excelencia en el presente” y “mantener vivo el pasado”; o lo que es lo mismo, que es nuestro deber ineludible seguir promoviendo cada día la excelencia médica en sus distintos ámbitos y hacer además de ella memoria viva de futuro. Es en este contexto en el que quiero muy especialmente trasmitir a la familia de Enrique Blázquez, a su esposa Mercedes, sus hijos Cristina y Enrique, a sus nietas, a sus hermanos y a todos sus discípulos y amigos aquí presentes que la excelencia médica, investigadora, docente y académica de Enrique Blázquez, que la memoria viva, de sus muchos saberes y valores, seguirá conquistando el futuro a través de la presencia de su testimonio y de su obra creativa en el constante bullir de nuestra vida académica:
- En las consultas audiovisuales que se harán a sus intervenciones grabadas o publicadas en los Anales, disponibles y abiertos a todos los interesados.
- En las lecturas de las definiciones que elaboró para el Diccionario.
- En la iconografía que sobre su vida y su obra esperamos conseguir para alimentar y enriquecer nuestro Banco de Imágenes de la medicina española.
- En la lectura de su trayectoria vital e investigadora que próximamente se publicará en nuestro Diccionario Biográfico de los Médicos Españoles.
- En la continuidad histórica del sillón 25, formando parte del friso que lo hermanará, para siempre, con algunas de las más relevantes figuras de la medicina española, como Alejandro San Martin o Juan Rof Carballo, que, con anterioridad, ocuparon el mismo sillón.
Y finalmente, y llegado el caso y el momento oportuno, la memoria de excelencia de Enrique Blázquez estará también presente en los futuros actos conmemorativos –sesiones, homenajes, exposiciones, etc.- que nuestra Academia organiza con periodicidad para fomentar y transmitir a las generaciones futuras el testimonio personal y científico de los distintos académicos que, en el curso del tiempo, nos han precedido.
Y termino como empecé interpretando este acto como un acto de presencia y no de ausencia, como un acto de riqueza y proyección de vida y obra y no como un acto de privación y de tristeza. Un acto “in memoriam” que quiere reconocer y agradecer a Enrique Blázquez todo, lo que, en grado de excelencia, nos regaló como persona y como científico: su coherencia identitaria, su tenaz tenacidad, su serena actitud ante la vida y su titánico esfuerzo por aportar luz sobre los misterios que atañen a la regulación e interacción con el sistema nervioso de la insulina, del glucagón y de algunos péptidos afines. Y, sobre todo, y por lo que respecta a esta casa, reconocer y agradecer su manifiesta y demostrada voluntad de querer poner todos esos valores y saberes al servicio de la Academia, o lo que es lo mismo, al servicio de la sociedad española al más alto nivel.
Miguel de Unamuno en el discurso de apertura de la Universidad de Salamanca de 1900 afirmó que “Es el presente el esfuerzo del pasado por hacerse porvenir” y, enfatizó,” y lo que al mañana no tienda, en el olvido del ayer debe quedarse”. La vida y la obra de Enrique Blázquez es pasado, es presente, tiende al mañana y es, por todo ello, como he tratado de demostrar esta tarde, fuente fecunda de un luminoso porvenir.
DECLARACIÓN DE TRANSPARENCIA
El autor/a de este artículo declara no tener ningún tipo de conflicto de intereses respecto a lo expuesto en el presente trabajo.
ranm tv
Antonio Campos
Real Academia Nacional de Medicina de España
C/ Arrieta, 12 · 28013 Madrid
Tlf.: +34 91 159 47 34 | E-Mail: acampos@ugr.es
Enviado*: 01.10.24
Revisado: 13.10.24
Aceptado: 25.10.24
* Fecha de lectura en la RANM

