Año 2018 · Número 135 (02)

Fecha de Lectura: 19.06.18

Sesión Necrológica en memoria del Excmo. Sr. D. Hipólito Durán Sacristán

Excmo. Sr. D. Hipólito Durán Sacristán : In Memoriam

DOI: 10.32440/ar.2018.135.02.dle01

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La Junta Directiva de la Real Academia Nacional de Medicina de España me ha encargado el triste honor de realizar el discurso de precepto por el fallecimiento, el pasado 20 de enero, del profesor Hipólito Duran Sacristán, que fue Académico, Vicepresidente, Presidente y Presidente de Honor de esta Institución. Fue para mí una fortuna haberle conocido a poco de acabar la carrera, y más aún impregnarme de sus aportaciones, admirar su paso por la Universidad y la Real Academia, y sin duda distinguirme con su amistad tras compartir durante muchos años numerosas inquietudes, tanto científicas como personales. Nunca podremos olvidar que hemos perdido a un hombre excepcional, un universitario profundo, un cirujano excelente y un académico ejemplar. El pesar de la Academia y el sentimiento de su ausencia nos llena de tristeza y nos deja un enorme vacío.

Expresamos también nuestras condolencias a su mujer Mercedes, a sus hijos, nietos y a toda esa gran familia que fue la esencia fundamental de su vida. Sin ellos hubiera sido imposible que hubiera encontrado la paz para entregarse a sus cinco amores. La familia, como queda dicho, la medicina, los enfermos, la Universidad y la Academia.

Glosar su figura en estos momentos de emoción parece un imposible para alguien que trabajó junto él durante muchos años en la Academia. Su impecable trayectoria, su obra, su prestigio, su personalidad, su bondad y el impacto de cuanto representaba dejaron honda huella en todos los académicos y muy especialmente en mi persona. Para entender y destacar la significación de alguien en la historia de la medicina deben contemplarse algunos aspectos como, la relevancia de los puestos de responsabilidad que ocupó en el ámbito de la medicina y la universidad, su aportación científica, la obra escrita, la formación de escuela, haber destacado sobremanera en su especialidad, así como el reconocimiento de la comunidad científica y de la sociedad en general. Todo eso fue un todo continuo con mayúsculas en la vida del profesor Durán.

El profesor Hipólito Durán Sacristán es parte indisoluble de la historia de la medicina española, la cual ha tenido a lo largo del siglo XX momentos muy diferentes. En otro lugar he hecho una reflexión sobre la importancia y significación del esfuerzo de los médicos de ese siglo en la medicina española, y que hoy revivo en honor al profesor Durán, protagonista importante de los dos últimos tercios de siglo. En el primer tercio de siglo surgieron multitud de figuras impregnadas de una ilusión científica impresionante, muchos formados fuera de España, en Alemania y Francia principalmente, gracias a las ayudas de la Junta de Ampliación de Estudios y otras Instituciones como la Real Academia Nacional de Medicina. Fue en cierta forma una generación mutilada, aunque muchos de ellos permanecieron en España y aportaron mucha sabiduría a nuestra ciencia.

El segundo tercio quedó marcado por la postguerra. Fue una generación formada con los maestros del primer tercio, con nuevas experiencias en otros países, y con una medicina que cambiaba su rumbo. Se pasó de una medicina enciclopédica a una medicina sintética, donde lo que imperaba era la practicidad absoluta desde el conocimiento, no de todo sino, de una parte. Era el inicio del paso a la especialización que cambiaría totalmente nuestra medicina. Junto a ello a finales de este segundo tercio aparecieron los grandes Hospitales facilitando una mejor medicina tanto docente, asistencial como investigadora. El papel de la Seguridad Social, el sistema formativo tipo MIR, el FIS y otras Instituciones públicas y privadas facilitaron una formación añadida fuera de España, en ocasiones extraordinaria. Las publicaciones médicas son notorias en revistas de nuestro país y los médicos españoles comienzan a publicar, aunque tímidamente, fuera de España.

El tercer tercio es sin duda el de la ruptura. Una ruptura finalmente positiva que dio lugar a la instalación definitiva de una nueva medicina basada en los grandes hospitales, la especialización y la superespecialización. Aunque hubo un claro desencuentro entre la generación del segundo tercio con los del tercer tercio, así como del mundo universitario y el puramente asistencial, el resultado final fue como decimos más que positivo. Sufrieron las Facultades de Medicina y su profesorado, pero gracias a ellos fue posible el gran cambio. La aceptación de todos de encontrarnos ante unos nuevos retos fue de gran consistencia. La aparición de las nuevas tecnologías, imposibles de manejar salvo por aquellos formados específicamente para ello, que facilitaba los diagnósticos de forma considerable, o los nuevos tratamientos, en algunos casos revolucionarios, hizo que la entrega generacional del testigo de la ciencia fuera finalmente tranquila. Esta transición la vivió y sufrió el profesor Durán en primera persona, y debido a su gran inteligencia y generosidad supo abrir las puertas de la nueva generación, aunque siempre sin perder su sentido crítico y defensa de la Universidad.

Don Hipólito sufrió las carencias de la medicina del segundo tercio, pero tuvo un gran maestro, el profesor Rafael Vara López, que le formó como si hubiera estado en los mejores centros del mundo. Vivió el segundo tercio con la grandeza de ser un gran maestro, y desde sus diferencias con ciertos aconteceres, se entregó a la transformación en España a la nueva medicina que se practicaba en el mundo desarrollado. Pero hay más, apoyó desde la crítica constructiva los nuevos retos del tercer tercio, a pesar de haber sufrido una temprana e injusta jubilación en los momentos estelares de su vida.

El Profesor Hipólito Durán ingresó en la Real Academia Nacional de Medicina el día 22 de abril de 1975, ocupando el sillón número 39, con el discurso Complicaciones pulmonares y cardiacas en pacientes quirúrgicos en estado crítico, que fue contestado por su maestro el profesor Rafael Vara López. El discurso, de una profundidad extraordinaria, se convirtió en una obra básica de su aportación científica y referencia en la cirugía, y que basó nada menos que en el estudio de cerca de 1.900 historias clínicas de enfermos que desarrollaron complicaciones tras la cirugía.

Con frecuencia me recordaba que ese fue uno de los días más felices de su vida, felicidad que le inundó cuando accedió a la Presidencia de esta Real Academia en 1994. Escucharle expresar esos sentimientos desbordantes me contagiaban de optimismo y pasión, a la vez que me asombraba la sencillez y nobleza con que lo hacía.

Hipólito Durán Sacristán nació en Valladolid el 20 de julio de 1924. Tras estudiar el bachillerato en el Instituto de Enseñanza Media José Zorrilla de su ciudad natal e influido por su tío médico, Germán Durán, médico de Cuevas del Valle en Ávila, estudió la carrera de medicina en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid acabándola en 1948, con 24 matrículas de honor, el Premio Extraordinario de Licenciatura y el Premio Nacional de fin de Carrera. En esos años fue alumno interno por oposición de Histología y Anatomía Patológica en 1943, de Patología Quirúrgica en 1944 y Presidente de la Academia de Alumnos de la Facultad de Medicina. Decidido por la cirugía entró como Médico Interno por oposición en la Cátedra de Patología y Clínica Quirúrgicas del profesor Vara López, que sería a la postre su auténtico maestro y modelo a imitar. El reconocimiento continuo a su figura fue un modelo del agradecimiento y respeto que sentía por el maestro, pero también por sus discípulos, cómo por ejemplo Manuel Sastre Gallego, Ignacio Mª Arcelus Imaz, o Rafael y Carlos Vara Thorbeck. En 1949 fue nombrado Profesor Ayudante de Clases Prácticas, que renovó en los años siguientes, a la vez que obtuvo por oposición plaza de Médico Titular de APD. En 1952 obtuvo el título de doctor con la tesis Valores totales del volumen sanguíneo, hemoglobina, proteínas y líquido extracelular en cirugía, que leyó en Facultad de Medicina de Madrid.

En 1953 se trasladó a Madrid siguiendo a Vara López a la Cátedra de Madrid. Aquí sería Profesor Ayudante de Clases Prácticas primero y en 1955 Profesor Adjunto por oposición. Tras ello se volcó en el Hospital y la vida universitaria. Los días parecen que tienen para él más horas que para los demás. Trabaja como el que más, está siempre dispuesto a la hora que sea para meterse en el quirófano, se queda con los enfermos recién operados, hace guardias le toque o no, estudia más que nadie, se vuelca en la enseñanza y destaca sobremanera entre los discípulos de Vara López, no solo por sus conocimientos y capacidad, sino por sus habilidades quirúrgicas y entrega. Todos le admiran no solo por su capacidad de trabajo y formación, sino además porque es un gran compañero.

El nivel y madurez que alcanza llama pronto la atención. Sin embargo, quiere saber más, ver otras formas de trabajar, nuevas técnicas y en su caso nuevas habilidades. Para ello acude a diferentes hospitales en Inglaterra, Holanda y Estados Unidos, llegando pronto a la conclusión de que el nivel de la Cátedra de su maestro era más que impresionante. A su vez Vara López ve que Hipólito Duran tiene una capacidad y madurez tan importante que tiene que desarrollarse fuera de la bata del maestro. Tiene que ser Catedrático.

En 1959 obtuvo por oposición la Cátedra de Patología y Clínica Quirúrgicas de la Facultad de Medicina de Valladolid. Si antes ya destacaba sobremanera a partir de ese momento lo hace de forma multiplicada. Se entrega al hospital, a la docencia, a la investigación, a los estudiantes, a sus colaboradores, emergiendo una escuela que comenzaría a llenar la Universidad y los hospitales españoles. Su forma de entender la cirugía aprendida con su maestro cobra carta de naturaleza con su fuerte personalidad. No entiende la cirugía como algo solamente relativo a la habilidad y la técnica, sino al conocimiento profundo de la fisiopatología. Esto marca una nueva cirugía que ya había comenzado su maestro y en la que él profundizó. No hay enfermo que pueda ser operado sin antes haber sido estudiado con toda profundidad en las funciones de sus órganos, y cuida especialmente el postoperatorio, hasta esos momentos muy descuidados por otros cirujanos.

En 1989 le llegó la jubilación. Fue un momento atroz en su vida. En plenas facultades, lleno de ilusión, con una experiencia tremenda y ganas de trabajar como nadie, una nunca bien entendida Ley obliga al profesorado universitario a jubilarse a los 65 años. No distingue a nadie. Da igual la capacitación o la entrega de cada profesor. A los mediocres y a los malos les da igual, incluso se alegran, sin embargo, a los mejores, a los más en forma, a los mejor preparados y que tienen más ilusión los fulmina de forma inmisericorde. De golpe se acaba con la excelencia dejando un vacío enorme en la Universidad. Esos momentos que vivimos fueron tremendos para la Universidad. Fue una especie de triunfo de los mediocres, de aquellos que ni siquiera habían realizado la tesis doctoral, ni la realizarían nunca, de los que querían sustituir a los que no era sustituibles. El profesor Durán vivió todo eso con enorme amargura y tuvo una consecuencia demoledora como apartarle de la vida universitaria, que había sido su vida. El nombramiento de Profesor Emérito, a pesar de ser en esos momentos muy selectivo, no le alivió su gran tristeza. Sabía muy bien que ser Profesor Emérito en España no le permitía seguir asistiendo a su Hospital con plena satisfacción, no le dejarían operar, llevar un servicio y seguir de la mano de sus discípulos. Por supuesto siguió operado privadamente pero nunca pudo entender como se había llegado a eso en su querida España.

La Universidad

Su compromiso con la Universidad fue parte de la esencia de su vida. Uno de los cinco grandes amores de su vida. Impregnado de ella desde sus estudios de medicina, sucumbió a sus retos al lado de su maestro. Cuanto vivió junto a él le dejó tal impronta que pronto decidió hacer la carrera universitaria. Pasó por todos los puestos y niveles dentro de la Universidad, desde médico interno por oposición a Rector de su Universidad.

La llegada a la Cátedra profundiza su fascinación por ella, entregándose a sus menesteres con toda su intensidad. Sus alumnos y sus discípulos son su vida. A ellos y los pacientes se entrega. A sus discípulos les hace ver que dentro de la Universidad es preciso hacer investigación, les inicia en ella y les hace comprender que sin la tesis doctoral nunca serán buenos médicos. La tesis doctoral les enseña algo diferente de la práctica clínica rutinaria. Les enseña a pensar, a elaborar una hipótesis, diseñar un determinado método de estudio, seleccionar el material y hacer un profundo análisis de los resultados para sacar conclusiones. Para él un médico debe ser un científico.

Su capacidad de liderazgo, su entrega a su Catedra y su sentimiento profundo hacia la Universidad llama pronto la atención del Claustro de la Facultad de Medicina y de la Universidad de Valladolid. Y así en 1960 fue nombrado Rector de dicha Universidad, donde realizó una gran labor, para lo cual se basó en los principios universitarios más profundos. Como ejemplo de su talante abierto, baste recordar que durante su mandato en el Rectorado logró la puesta en marcha del Campus de Sarriko, ubicando la Facultad de Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales de Bilbao, ya que por entonces los universitarios vascos estaban adscritos al distrito de su responsabilidad. Paradójicamente dejó de ser Rector por defender a la Universidad cuando le plantearon que apoyara la creación de una nueva Universidad que a su juicio no daba el nivel en ese momento.

De la Universidad lo sabía todo. Su bagaje desde su época de estudiante había sido considerable. Alumno interno, médico interno, Profesor Ayudante, Profesor Adjunto, Catedrático en Valladolid y Madrid, Rector, Jefe del Departamento de Cirugía de la Facultad de Medicina de Madrid desde 1978, más tarde denominado Director del Departamento (1984-1989). Todo ello fue una experiencia tan intensa como productiva. Su conocimiento del papel de la Universidad en la enseñanza y sus diferentes modelos era impresionante. En los Anales de esta Academia se encuentra la conferencia que dio en esta Academia titulada Organización y Plan de enseñanza de la Medicina. Pruebas de madurez, en la que demuestra la gran visión que tenía de la Universidad.

Pero su querida Universidad le tenía reservado el momento más doloroso de su vida universitaria como hemos dicho. Su jubilación anticipada a los 65 años. Poco antes de que llegara ese momento escribió “La Universidad es para mí, mi equilibrio, mi vocación y mi razón de ser. En ella he pasado toda mi vida y nada me atormenta tanto como la idea de que la voy a tener que abandonar, antes del tiempo que esperaba servirla”.

La Universidad le dio vida y, a pesar de su jubilación temprana no le olvidó, como lo recuerda la existencia de una calle denominada Rector Hipólito Durán en Valladolid y el Aula Profesor Hipólito Durán Sacristán en la Facultad de Medicina de Madrid.

Su Obra

La obra de Hipólito Durán en la Cátedra fue de calado, destacando tanto como cirujano como por su obra escrita. Como cirujano destacó sobremanera. Volcado en el paciente reclamó el “diálogo permanente e irrenunciable entre la conciencia del médico y la esperanza del paciente”, tal como dice en su discurso de ingreso en esta Academia.

Fue un cirujano completo practicando la cirugía general en toda su extensión. Su técnica era brillante y su planteamiento quirúrgico resolutivo, buscando incluso una solución para aquellos casos que parecían intratables. No dejaba nada al azar preparándose minuciosamente las intervenciones. Cuidaba los pre- y postoperatorios, trasmitiendo a sus discípulos una gran confianza. Todo ello lo hacía además sabiendo que los que estaban a su lado querían aprender y eso lo tenía muy en cuenta. Sabía enseñar y enseñaba. Su maestro Vara López decía de él que era un “Auténtico cirujano universitario”. Su cátedra fue parte indisoluble de su vida. En ella consiguió un potente grupo de trabajo y fue pionera en la puesta en marcha y desarrollo de multitud de técnicas quirúrgicas. Quien quería aprender quería ir allí, aunque se les exigía, si bien el resultado era extraordinario. Su dedicación quirúrgica fue a toda la cirugía, aunque había áreas por las que mostraba preferencias, como el aparato locomotor, el aparato digestivo, la cirugía torácica o la neurocirugía. Puso en marcha la Escuela Profesional de Neurocirugía de la cual fue su Director, creó el Servicio de Traumatología dependiente de su cátedra, y en 1979 acometió el reto del trasplante heterotópico de riñón, del cual fue uno de los pioneros en España, formando un equipo de cirujanos absolutamente preparados para ello.

Su obra escrita fue abundante y de calidad. Además de sus libros, destacan sus más de 200 trabajos publicados en revistas. De su estudio se coligen tres partes muy bien diferenciadas. Una primera dedicada a poner en orden la cirugía del momento para ofrecérsela a los estudiantes y médicos cirujanos. En este sentido su obra es monumental, sobresaliendo su Tratado de patología y clínica quirúrgicas (Madrid, 1996) en tres volúmenes, con los catedráticos y profesores de su escuela, y el Compendio de Cirugía (Madrid, 2003). Estos libros serían merecedores por si mismo de un análisis profundo que el tiempo no me lo permite. En ellos queda plasmado su concepto de la cirugía general reclamando esta formación tan necesaria para todo aquel que quiera dedicarse a una especialidad quirúrgica determinada. Otro libro en el que pone su experiencia y magisterio es Tratamiento del cáncer del estómago (con especial referencia a las interposiciones del colon) (Madrid, 1964).

Un segundo grupo de sus aportaciones son las referidas al estudio de los problemas quirúrgicos en función de las necesidades de cada momento y aquellos otros de aplicación clínica. En este sentido son de destacar, entre otros muchas, sus inquietudes y publicaciones sobre el postoperatorio y los disturbios fisiopatológicos que pudieran producirse. Mostró especial interés por las alteraciones cardiovasculares, respiratorias y metabólicas peroperatorias en cualquier tipo de cirugía por muy simple que pudiera ser. Igualmente, son de destacar sus publicaciones sobre la anemia y hipoproteinemia en los pacientes con cáncer, hipertensión portal, cirugía ortopédica o sus aportaciones sobre la serotonina en los traumatismos craneoencefálicos. En este grupo incluiría también sus artículos de opinión y pensamiento, auténticas obras de arte de un gran maestro de la medicina. Su reflexión sobre la mano del hombre y la cirugía, en el que fue con toda su seguridad su último escrito, es magistral: dice “Para mí, la mano habría sido factor de excitación, de estímulo, de espuela y acicate al desarrollo intelectual. Probablemente, en mis hijos también. Siempre les recordaba que no el fuego, sino el control del mismo con nuestras manos, que no la piedra, sino la capacidad de empuñarla y crear en ella un proceso sometido a reglas para fabricar utensilios, fue determinante para convertir al ser humano en un ser cultural dotado de inteligencia”.

Un tercer grupo de trabajos publicados son estudios de fondo, de investigación, de problemas en los cuales estaba interesado y que se trataba de la nueva medicina que venía. Estas preocupaciones por la investigación quedan de alguna forma reflejadas en las 77 tesis doctorales que dirigió, 11 en Valladolid y 66 en Madrid. Todas ellas son expresión de su visión de la cirugía y de la investigación aplicada a ella. Entre ellas destacan sus estudios sobre los trasplantes hepáticos experimentales en cerdos, encefalopatía portosistémica experimental, los autotrasplantes segmentarios de páncreas en el perro, los estudios experimentales sobre el tratamiento del shock séptico con prostaciclina e inhibición de la tromboxano-sintetasa, los estudios sobre neurotensina y trofismo intestinal, los estudios experimentales en perros sobre la isquemia caliente y el efecto de la prostaglandina E1, o los también experimentales sobre los injertos óseos.

Su Escuela

Hipólito Durán creó una gran escuela. Con su ejemplo diario y entrega a la Universidad no podía ser de otra forma. Fue un magnífico discípulo, una base necesaria para poder ser un maestro. En más de una ocasión he dicho que hay que saber ser discípulo para ser maestro. Durán fue un maestro porque fue capaz de trasmitir algo más que simplemente conocimientos. Fue capaz de trasmitir un hacer y pensar impregnando de un estilo peculiar a un conjunto de personas, creando el binomio indisoluble maestro-discípulo y dando paso al de discípulo-maestro. He repetido en más de una ocasión que esa capacidad de ser maestro y discípulo sólo la tiene un maestro, y que la de ser discípulo y maestro solo la tiene un discípulo. La acertada frase de don Pedro Laín, Mal maestro, el que llegada una situación en su vida no sabe ser discípulo de su discípulo. Mal discípulo, el que llegada una situación en su vida no sabe ser maestro de su maestro debería ser tenida presente por todos que profesamos nuestra admiración por los maestros y aceptamos ser sus discípulos como compromiso vital.

De su maestro Rafael Vara López decía Hipólito Durán en su discurso de ingreso: “Vara es uno de esos hombres con carisma de Jefe: sabe hacer estudiar, estudiando; da órdenes, trabajando,; prepara la jornada, madrugando, pero se mete en la cama, leyendo; regaña a sus ayudantes, sufriendo; dirige sus quirófanos, operando; cura a sus enfermos, sonriendo; replica a sus enemigos, callando; chilla y protesta mucho, corrigiendo, y recibe los triunfos de sus discípulos, llorando”.

Hipólito Durán fue su discípulo modélico y un maestro ejemplar. Un maestro de excelencia, por sus dotes, conocimientos, habilidades y dedicación, pero también porque fue un gran discípulo. Lo tenía todo para crear una gran escuela y lo consiguió. Hoy la Universidad y multitud de servicios hospitalarios están llenos de sus discípulos. Aunque siempre es difícil destacar nombres por los olvidos, no puedo dejar de nombrar entre otros a José Luis Perrote Gómez, Luis García Sancho, Jaime Arias Pérez, Amador García Blanco, Jaime Méndez Martínez, Fidel Gómez de Enterría, Luis Antonio Echavarri Íñigo, Jesús Álvarez y Fernández Represa, Antonio Sánchez-Barba Fernández, Luis Fernández Portal, Enrique Fernández Miranda y Fernando Gómez Castresana.

En esta larga e incompleta lista, no pueden faltar sus hijos médicos, Lourdes, María del Carmen, Pablo e Hipólito, discípulos vitales que hoy impregnados de su ciencia y estilo, honran a su padre y maestro. Ajenos a su escuela, pero entrañables para él fue su hermano Manuel, Maito, médico y universitario, contagiado del mismo espíritu, de la misma forma que sus hijos políticos José Luis Calleja, Jesús Hurtado y Susana Martínez, así como a sus sobrinos médicos Sonia Pilar y Manuel Durán Poveda. Tuvo además la satisfacción de ver ingresar como Académicos Correspondientes a su hijo Hipólito Durán Giménez-Rico y a su yerno, un hijo más, José Luis Calleja Panero.

La Academia

La Real Academia fue para él la culminación de su entrega a la medicina. En ella fue feliz. Sentía el movimiento académico en lo más profundo de sus entrañas. Su relación con el mundo de las Academias comenzó al ingresar en 1964 como Académico de Número en la Real Academia de Medicina y Cirugía de Valladolid con el discurso Tratamiento del cáncer del estómago, teniendo continuidad con su ingreso en 1975 en esta Real Academia Nacional de Medicina.

Desde su ingreso su actividad fue impresionante. No hubo año en que no pronunciara una conferencia y participaba en las discusiones de todas aquellas donde él tenía algo que aportar. No hablaba por hablar sino tan solo de aquello que sabía y podía interesar a los académicos.

Algunas de las conferencias que pronunció fueron: Hipertensión portal y su tratamiento quirúrgico (1976), Valoración en cirugía general y aparato locomotor (1976), Tratamiento quirúrgico de las jaquecas (1980), Tratamiento de la pancreatitis aguda (1980), Tratamiento del cáncer de tiroides (1981), Postura y Dolor: Reumatismos postulares (1982), Tratamiento quirúrgico de las Metástasis pulmonares (1982), Osteolisis masiva (1984), La espondiliosis cervical en los dolores de cuello (1988),  Litofragmentación neurológica extracorporal. Desarrollo y aplicaciones (1989), Evolución del tratamiento de las varices esofágicas sangrantes (1990), Controversias en la Cirugía del Aparato Digestivo (1992) o Criterios a seguir en pancreatitis aguda (1994).

Un especial recuerdo mantenemos todos los académicos de sus últimas conferencias en esta Academia sobre Estenosis del canal. Tratamiento quirúrgico o conservador (2007) y Lumbago y ciática (2008), así como de la presentación de sus obras: Patología y clínica quirúrgicas (1998) y Compendio de cirugía (2004).

Su actividad en la Academia fue ejemplar. “Un ejemplo impagable de voluntad y perseverancia” como señaló nuestro Presidente en el Homenaje que la rindió el Instituto de España en el año 2013. Pocos Académicos pueden mostrar tantas asistencias a sesiones oficiales, además del trabajo oscuro del que nadie se entera pues no llama la atención. En 1988 fue nombrado Vicepresidente, en 1994 elegido Presidente y en 2002 Presidente de Honor.

Como Presidente dirigía las sesiones con una elegancia y un respeto protocolario impresionante, dando una imagen de autoridad académica que llamaba la atención. En sus resúmenes finales destacaba la felicitación a los conferenciantes y una magistral síntesis de la sesión y de las intervenciones realizadas, donde incluía pensamientos médicos y académicos propios.

Con su gran formación como médico, la clarividencia de sus ideas, la atención que prestaba a cuanto se decía y una capacidad de síntesis no al alcance de cualquiera, demostraba continuamente el respeto a los ponentes. Pero no solamente realizaba una síntesis soberbia, sino que también aportaba sus ideas, que las tenía, y muy bien armadas, de cualquier materia que se hablara. Si a ello se sumaba a su fácil oratoria es fácil comprender como ese momento era esperado siempre con gran atención y expectación por todos los académicos y asistentes.

Es difícil resaltar cuanto hizo por la Academia por la enorme cantidad de ideas y proyectos que puso en marcha. Sin embargo, uno destacó sobremanera, que fue concretamente el Diccionario de Términos Médicos. La realización de este diccionario era una misión de la Academia que nunca se había llevado a cabo tras más de doscientos años de vida de nuestra institución. Aprovechando el interés del académico Antonio García Pérez, Hipólito Durán, que ya era Presidente, se puso manos a la obra. Creó una Comisión específica para ello, que presidiría inicialmente Antonio García Pérez, y tras su fallecimiento en 2002, la nueva Junta Directiva con Amador Schüller al frente le nombró Presidente de la Comisión. Todo ello lo viví en primera persona ya que tuve el honor de que me incluyera en la comisión. Contrató a personal experto en el mundo del lenguaje lexicográfico y comenzó a trabajarse cada término, tras definir el tipo de diccionario que quería la Academia. El trabajo era muy arduo pero el profesor Hipólito Durán nunca decayó. Al llegar a la Presidencia de la Academia en 2008 le propuse que siguiera y lo hizo sin hacerse rogar y con una voluntad de trabajo y dedicación absolutamente ejemplar.

Sin duda el Diccionario de Términos Médicos fue su gran obra. Como miembro de la comisión que dirigía doy fe del gran trabajo que desarrolló, dedicándole días enteros a la Academia debatiendo con el equipo lexicográfico, los coordinadores, los miembros del Comité Técnico de Diccionario y con todos los Académicos. Todas las mañanas las pasaba en el Diccionario, resolviendo dudas, llamando a otros académicos, corrigiendo términos, etc.

Tuvo la fortuna de ver el Diccionario de Términos Médicos en la calle en el año 2011, diccionario que lleva una amplia introducción suya, con independencia de la mía que por protocolo institucional me correspondía realizar como Presidente. La Real Academia Nacional de Medicina de España tenía por fin, aunque con un retraso de mas de 250 años el Diccionario de Términos Médicos. Y ello gracias a su empeño, dedicación y amor a esta Institución.

De su paso por la Presidencia quedan también las obras estructurales de la segunda planta, realizando importantes cambios para adaptarlos a una Academia que veía tenía que ser más exigente en su trabajo, necesitando nuevos espacios dignos para sus actividades. Pero si esto fue importante, más lo fue la incorporación de empresas que patrocinaran actividades de la Academia. Entendió, como luego expresó el Rey Juan Carlos en 2008 en esta Academia en la inauguración del curso de las Reales Academias, que éstas no podrían sustentarse en un futuro sin contemplar el mecenazgo. Queda en su haber además la dinamización de nuestras relaciones con la Asociación Latino Americana de Academias de Medicina y con la Federación Europea de Academias de Medicina. Su gratitud a todos los miembros de la Academia fue manifiesta y sobre todo a los que tenía más cerca y le ayudaron en su día a día para conseguir sus objetivos. Entre ellos el Secretario General profesor Jiménez Collado.

Su dedicación a la Academia fue absoluta y gracias a ella muchos académicos le seguimos en el difícil camino de recuperar el prestigio perdido durante décadas por nuestra Academia. La Academia, silente durante muchos años, bajo su mandato salió a la sociedad. Por iniciativa suya se creó una pequeña estructura de comunicación que dio lugar a que las actividades y proyectos de la Academia fueran conocidos por la sociedad científica y la sociedad en general. Este proyecto de comunicación, apagado al dejar el profesor Durán la Presidencia, lo retomamos con más fuerza con resultados muy positivos para nuestra Institución.

Nuestro Presidente, el Prof. Joaquín Poch nos recordaba en el Homenaje que le realizó el Instituto de España en 2013 cómo “su presencia asidua fue un ejemplo impagable de voluntad y perseverancia”. En la Academia fue feliz. Yo diría que muy feliz. Pronto comenzó a trasmitir la importancia de los discursos de pensamiento, el debate y las conclusiones. Para él, el análisis y la reflexión eran fundamentales para el desarrollo y potenciación de las Academias.

A su lado aprendí todo sobre la Academia, su sentido y la necesidad de hacer cambios. Me decía insistentemente, en las largas conversaciones que teníamos a la salida de la Academia camino de su casa, que tales cambios tenían que hacerlo los más jóvenes y no los más mayores, a los que les resultaría imposible. Nunca pensé que me estaba señalando. Me introdujo en la Junta Directiva, donde permanecí primero como Contador, más tarde como Vicepresidente y finalmente como Presidente. Puedo decir que este recorrido fue posible por su continuo apoyo y creer en mí. Mi gratitud a él, por lo que significó en esta etapa de mi vida, es imperecedera. De él aprendí todo lo bueno que pude hacer en la Academia, siendo lo malo únicamente debido a mí.

Diferenciaba muy bien la Academia de la Escuela y la Universidad siguiendo el pensamiento de Pedro Laín. En la Escuela se enseña, pero no se investiga, en la Universidad se enseña y se investiga, y en la Academia se exponen los resultados de las investigaciones y se discuten ideas y reflexiones con otros colegas al máximo nivel. Para él, los discursos de pensamiento, basados en la experiencia y el criterio razonado, tan frecuentes en las Academias, son la expresión del máximo nivel de ellas.

Reconocimiento de la comunidad científica y de la sociedad civil

Los reconocimientos a su labor fueron numerosos. Entre otros muchos fue Académico de Honor de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Valladolid, de la de Ciencias Médicas de Bilbao, de la Academia de Ciencias Médicas de Cantabria, Académico correspondiente de las Academias de México, Río de Janeiro, Colombia y Bélgica, y Medalla de Plata de la Real Academia Nacional de Medicina de Francia.

Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco, fue Premio Nacional de Cirugía Pedro Virgili, y Miembro de Honor de: Sociedad Argentina de Cirujanos; Sociedad de Ciencias Ortopédicas y Traumatología; Galicia y Santa Cruz de Tenerife; de la Sociedad de Cirujanos de Chile, de la Academia Ecuatoriana de Medicina y de la Interamerican Medical and Health Association. Socio de número de la Societé Internationale de Chirugie de Bruxelas (Bélgica) Socio de Honor de la Asociación Española de Cirujanos. Premio Virgili 1994 de la Sociedad Catalana de Cirugía.

Distinciones importantes fueron las Grandes Cruces de la Orden del Mérito Civil y de la Orden Civil de Sanidad, la Medalla de Oro de Mérito en el Trabajo, la Medalla de Oro 2008 de Fisalud, Médico del Año en 1997 y miembro del Colegio Libre de Eméritos el año 1991.

El Hombre

No es posible acabar sin hablar sobre cómo era don Hipólito como persona. Aparentemente serio y distante, era sin embargo cercano, de gran simpatía y un exquisito sentido del humor. En una entrevista en el año 2009 reconocía que de joven era muy serio, severo e incluso reprendía a sus discípulos, y como decía, seguramente por no tener la autoridad para ello. Reconocía que lo hacía por emular al maestro y por creer que la superioridad la encontraba en ello. En cierta forma eso le marcó como un hombre serio y distante, lo cual no se correspondía con la realidad. Su relación con sus discípulos, compañeros, etc. fue magnífica, de gran confianza y en muchos casos amistad, por lo que tal confesión en su momento tan sólo queda en el recuerdo y como expresión de su humanidad y humildad.

Su figura producía una enorme atracción. Profundamente inteligente y educado, fue un hombre austero, inagotable, perfeccionista y apasionado. Destacaba en él su sentido de la responsabilidad, así como su seguridad y capacidad resolutiva ante los problemas de toda índole a los que se enfrentaba. Igualmente, reseñable es la enorme firmeza que mostraba en la administración de sus valores.

De enorme seriedad en todos los órdenes de ésta, destacaba en él una enorme capacidad pedagógica que se iniciaba tan sólo con escucharle. Su oratoria fácil, en un perfecto castellano, cautivaba al oyente inmediatamente. Sebastián Herrador, catedrático de Patología y Clínica Médicas de Valladolid le calificó en este sentido, aun siendo muy joven, como una “Boca de oro”. Era pues, un gran orador, llegando con suma facilidad a los que le escuchaban. No explotaba esta facultad para deformar la realidad, sino para consolidarla, para interesar al oyente, para despertar pasiones médicas o humanas, si era el caso.

Además de su oratoria, hablaba un perfecto castellano, utilizando construcciones no frecuentes. Por ejemplo, cuando admiraba a alguien por sus comportamientos decía que era un “hombre cabal”, queriendo referirse a “alguien perfecto de virtudes y en guardar especialmente justicia”, como dice Bernardo Aldrete en su libro sobre el origen y principio de la lengua castellana publicado en 1674. Su relación con aquellas personas que se encontró a lo largo de su vida fue magnífica, siendo frecuente oír calificativos tan definitorios de su carácter, como que era una persona encantadora. Su discípulo Luis García-Sancho Martín en su discurso de ingreso en esta Real Academia lo calificó como “Un auténtico señor de la medicina y la vida”.

Era además un hombre eminentemente resolutivo. No dudaba si tenía que tomar decisiones y las asumía como un hombre entero en el sentido de Wilhelm Dilthey: una unidad indisoluble de sus dimensiones cognitivas, afectivas y volitivas. No perdía el tiempo. Decidía rápidamente porque tenía muy meditada las cosas por su gran experiencia y capacidad de hacer. Alguien de su categoría no podía entretenerse y posponer las decisiones.

Otra de sus virtudes manifiestas era su lealtad. No traicionaba a nadie. Si no estaba de acuerdo con algo o alguien lo decía, pero a nadie engañaba. Me decía más de una vez que engañar a alguien era engañarse a sí mismo, y que eso era deleznable. Era un hombre de una integridad absoluta, valor muy bien señalado por Vicente Calatayud en el “in memoriam” que publicó en el Heraldo de Aragón tras su fallecimiento. Sabía valorar y reconocer el mérito de los demás, algo desgraciadamente no muy frecuente. Manuel Escudero me recordaba no hace mucho una frase que con frecuencia repetía cuando se refería a alguien a quien reconocía en su valor: “… es de esos hombres que no se andan por la superficie, sino que ahondan en lo más profundo”. Este valor de reconocimiento a los demás era parte de su grandeza como ser humano.

Era un enamorado de la vida y de España. Le gustaba conversar, el cine, la música y los deportes en general y el Real Madrid en particular. Nada le hacía más feliz en los últimos años que ver un partido de futbol junto a sus hijos y nietos.

La Familia

El gran amor y la gran pasión de Hipólito Durán era su familia. A Mercedes, Merche, su mujer, la conoció muy joven en el Paseo del Espolón, Burgos, como le gustaba recordar y tras 8 años de noviazgo se casaron. Con ella, a la que quería apasionadamente y admiraba por su valor y coraje, creó todo aquello que le daba fuerzas: los cinco amores de su vida como dije al principio de este discurso necrológico: la familia, la medicina, los enfermos, la Universidad y la Academia. Por ello en este momento recordamos y trasmitimos nuestro más profundo pesar a todos los que conformaron el gran amor y pasión de su vida. A su mujer Mercedes, a sus hijos Lourdes y Jesús, Isabel y José Ramón, Rafael y Leticia, Manuel, Mercedes, Pablo y Mariet, Maca y José Luis, Hipólito y Elena, Nacho y Susana, a sus 23 nietos y dos biznietos, y muy especialmente a su hija Paloma, ese “eterno ángel caído del cielo” como solía decir.

Excmos. Sres. Académicos, querida familia, señoras y señores, como en otras ocasiones, finalizo esta intervención haciendo una súplica a cuantos hoy estamos en esta sesión en su memoria. La cortesía académica y la buena educación les llevaría a todos ustedes a aplaudir las palabras por mi pronunciadas, pero a todos quisiera pedirles en vez del aplauso, el silencio, silencio que cada uno cada uno de nosotros llenaremos con los recuerdos y sentimientos que en todos nosotros dejó y despertó la figura del Excmo. Sr. Hipólito Durán Sacristán.

He dicho.


Si desea ver la conferencia “Sesión Necrológica en memoria del Excmo. Sr. D. Hipólito Durán Sacristán” pronunciada por su autor puede hacerlo a través de ranm tv en el siguiente enlace ranm tv
Autor para la correspondencia
Manuel Díaz-Rubio García
Real Academia Nacional de Medicina de España
C/ Arrieta, 12 · 28013 Madrid
Tlf.: +34 91 159 47 34 | Email de correspondencia
Anales RANM
Año 2018 · número 135 (02) · páginas 184 a 190
Fecha de Lectura: 19.06.18