“Respetaré a mi maestro de medicina tanto como a los autores de mis días, compartiré con él mis bienes y, si es preciso, atenderé a sus necesidades; consideraré a sus hijos como hermanos y, si desean aprender la medicina, se las enseñaré gratis y sin compromiso. Comunicaré los preceptos, las lecciones orales y el resto de la enseñanza a mis hijos, a los de mi maestro, a los discípulos ligados por un compromiso y un juramento según la ley médica, pero a nadie más.”
“Conservaré a mis maestros el respeto y reconocimiento del que son acreedores” (Convención de Ginebra, 1948). “Otorgar a mis maestros, colegas y estudiantes el respeto y gratitud que se merecen” (Declaración de Ginebra, refrendada por la Asociación Médica Mundial, realizó actualizaciones los años (1968, 1983, 1994, 2005, 2006 y 2017).[1] En el texto se utiliza el genérico, entendiéndose que las referencias al maestro y discípulo lo son también para maestra y discípula.
INTRODUCCIÓN
Desde Hipócrates, el binomio maestro y discípulo ha sido el eje de la generación e irradiación de conocimientos a lo largo de la historia y la buena relación entre ambos una muestra del éxito o fracaso de un proyecto compartido. El respeto y gratitud al maestro se ha mantenido a lo largo de los siglos como uno de los valores fundamentales de todos los médicos. Sin embargo, durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI se han producido cambios importantes no solo en nuestra ciencia sino también en la sociedad. Estos cambios, algunos tremendos, han hecho que determinados valores muy arraigados hayan perdido importancia, cuando no desaparecido, en el día a día de nuestras vidas.
Hace unos años (1) en la presentación del libro Antología biográfica de médicos españoles del siglo XX en esta Real Academia tratamos de forma especial los cambios que se habían producido en la medicina a lo largo del siglo XX en la que pasamos de una medicina muy simple, basada en la experiencia del médico y expresada en lo que llamé medicina de escuelas, a una medicina muy sofisticada y especializada que tenía por guía la medicina basada en la evidencia. En esa disertación incidimos en el cuestionamiento por muchos de la figura del maestro en beneficio de la denominación de jefe, líder, o simplemente profesor, según una determinada jerarquía administrativa, investigadora o académica.
Durante muchos años he reflexionado sobre el maestro clínico en el ámbito universitario, actualmente extendido a la mayoría de los hospitales españoles. A los maestros, como a cualquier ser humano, se les acaba juzgando por cuanto hicieron y no por las intenciones que en un momento mostraron o por el aplauso de sus colaboradores más cercanos. Ver y estudiar cuanto hicieron a lo largo de su vida da la medida exacta del valor del maestro. De hecho, hay maestros, que lo fueron, a los que nunca se les reconoció en vida, sino tras su fallecimiento, a veces después de mucho tiempo. Por el contrario, a lo largo de la historia, otros fueron calificados en su tiempo de maestros, cuando en realidad no lo fueron. Los más cercanos, cantaban sus excelencias a pesar de apenas tener relación con él, pues dedicaba más tiempo a los intereses personales que a los de sus discípulos. Acertó Cajal (2) llamándoles ilustres fracasados a la vez que estableció diversas clases: diletantes o contempladores, eruditos o bibliófilos, organífilos, megalófilos, descentrados y teorizantes.
Hoy, el binomio maestro-discípulo está sufriendo una importante crisis basada en un cuestionamiento por muchos médicos de la figura del maestro, y por tanto de la del discípulo, que en otro tiempo se honraban de haberse formado junto a uno determinado.
Que ello es así, nos lo indica no solo nuestra experiencia vital sino el estudio, análisis y reflexión de la nueva realidad. En efecto, cuando profundizamos en los currículos vitae o autobiografías de muchos médicos que destacaron, observamos en el decurso de las últimas décadas, el paso de un reconocimiento y admiración al maestro, a veces patológico, a una ocultación o menoscabo de la importancia que tuvo en su formación y desarrollo. En estos currículos o autobiografía, a veces autocomplacientes en demasía, no se percibe mérito alguno de la figura de algún maestro y todo son parabienes para uno mismo. ¿Quién o quiénes fueron sus maestros? o ¿a quién o quiénes reconoce como tal? es algo que el interesado no refiere en ningún lugar.
LA IMPORTANCIA DE LOS CAMBIOS
¿Qué ha ocurrido en el último siglo y en las recientes décadas para que lleguemos a esta situación después de tantos siglos de exaltación de la figura del maestro? A nuestro juicio existen una serie de hechos, unos de carácter general y otros específicos, que han incidido de forma manifiesta en este escenario, rompiendo todos los convencionalismos existentes hasta ese momento.
Entre los hechos de carácter general son de destacar los cambios sociales y de todo tipo que se han producido durante el siglo XX, con una especial incidencia en el acceso a la información. Dada la extensión y profundidad de estos cambios no incidiremos sobre ellos. Pero sí dejar constancia de la impronta que dejó la Segunda Guerra Mundial que generó un intenso cambio de mentalidad en todos los aspectos. Destacan entre ellos a nuestro juicio, al margen la gran influencia de los Estados Unidos que abarcó a todos los campos, el espectacular desarrollo en la esfera de la ciencia y la tecnología, el inicio de la computación y la informática, la fuerte presencia de los más débiles en la sociedad, así como el papel de la mujer en la nueva realidad mundial. A ellos habría que sumarle, tras el Juicio de Nuremberg la búsqueda de responsables, no solo en la guerra, sino también en muchos órdenes de la vida.
Los modelos europeos de las escuelas médicas con sus maestros sufrieron pronto un menoscabo por la influencia americana, cada vez mayor, que generó dudas y resquemores en las nuevas generaciones. El sentimiento que el modelo de enseñanza y el acceso a las más altas cotas de profesorado quedó cuestionado tras mirar otras formas de trabajar al otro lado del atlántico. Concretamente en España comenzaba en los años 70 a percibirse una manifiesta debilidad del sentir universitario. Europa de alguna forma quedó vieja.
El Mayo francés de 1968 abarcó a toda la sociedad y supuso igualmente un sustancial cambio de paradigma social. El mundo sufrió una conmoción y los eslóganes de estudiantes a los que pronto se sumaron los obreros, fueron el inicio de un revulsivo social en todos los sentidos que se extendió por todo el mundo. Algunos de ellos como, “No a la revolución con corbata”, “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “Leer menos, vivir más”, “La escuela está en la calle”, “Asaltar los cielos”, “Queremos todo y lo queremos ahora”, “Profesores, ustedes nos hacen envejecer”, “No le pongas parches, la estructura está podrida” o “En los exámenes responda con preguntas”, hacían prever, tras el éxito de este estallido, que muchas cosas ya no serían igual.
Sin embargo, el debate de rebeldía no estaba solo en la calle sino también en los lugares más insospechados, no quedando al margen la universidad y el mundo de la medicina. La formalidad de la relación maestro-discípulo comenzó a sufrir en esas décadas de forma manifiesta, e incluso en los ambientes de carácter filosófico se debaten determinadas posiciones. Es más, se pone en cuestión la responsabilidad del maestro en el comportamiento de sus discípulos, discutiéndose al menos desde la filosofía moral este hecho, resucitando planteamientos realizados nada menos que en 1889 por Paul Bourget (3) en su famoso libro Le disciple.
Reverdecidos viejos prejuicios sobre el maestro y los cambios sociales que se van produciendo en esas décadas se visualizan situaciones y hechos que hasta entonces habían sido anecdóticos, de poca enjundia o enterrados en el silencio. De las críticas no se libran ni los maestros más reverenciados. Muy llamativo y trascendente fue el enfrentamiento dialéctico entre el filósofo Joseph Agassi con su maestro Karl Popper que dejó escrito de forma meticulosa (4) y recogido al pie de la letra por George Steiner (5). En su libro Lecciones de los maestros refiere literalmente las impactantes palabras que dejó escritas Joseph Agassi y que, por su prestigio como filosofo científico, supusieron un terremoto que se extendió por universidades y centros de formación, conturbando la relación maestro-discípulo. Dice Agassi de Karl Popper: “Yo no quería cortar nuestra amistad; quería cortar mi aprendizaje. Conseguí lo contrario. Yo estaba de aprendiz con el filósofo que era mi maestro, en el sentido más anticuado de la palabra. Como mi maestro él me educó; como su aprendiz yo trabajé para él. Fue un intercambio justo; yo estaba muy satisfecho con las cosas tal como era: no pedía más … Yo mandaba sobre mi destino en el sentido de que estaba allí por decisión propia … Pero nunca prometí ser una secuela de mi maestro; nunca planteé ocupar su lugar cuando se retirara. Ya sé que en los viejos tiempos el aprendiz tenía que hacer eso y también casarse con la hija del maestro”. Tremendas palabras que causaron gran impacto y pronto consiguieron adeptos en el extenso universo de los discípulos en todo el mundo. “La admiración y mucho más la veneración se ha quedado anticuada. Somos adictos a la envidia, a la denigración, a la nivelación por abajo” señaló George Steiner. Es evidente que los maestros ya estaban por entonces al borde del precipicio.
Junto a lo anterior es de destacar la manifiesta crisis de valores que ha invadido en los últimos 20 años nuestra sociedad. El reconocimiento, la admiración, el respeto, el compromiso o el sentido de pertenencia a un grupo de trabajo, entre otros, no son reconocibles en muchas capas de la sociedad y por ende, en los más jóvenes y en el seno de los lugares de formación. Steiner (5) manifiesta “Yo describiría nuestra época actual como la era de la irreverencia. Las causas de esta fundamental transformación son las de la revolución política, del levantamiento social, del escepticismo obligatorio en las ciencias… Somos adictos a la envidia, a la denigración, a la nivelación por abajo. Nuestros ídolos tienen que exhibir cabeza de barro. Cuando se eleva el incienso lo hace ante atletas, estrellas de pop, los locos del dinero o los reyes del crimen. La celebridad, al saturar nuestra existencia mediática, es lo contrario de la fama. Que millones de personas lleven camisetas con el número del dios del fútbol o luzcan el peinado del cantante de moda es lo contrario del discipulazgo. En correspondencia, la idea del sabio roza lo risible. Hay una conciencia populista e igualitaria, o eso es lo que se hace ver”. La sociedad ha cambiado profundamente y tiene hondas repercusiones en todos los órdenes de la vida.
ALGUNOS CAMBIOS SIGNIFICATIVOS
A un lado los sucesos sociales de carácter general que han incidido en la caída del maestro existen otros de naturaleza muy específica relacionado con el mundo de la medicina. Hasta mediados del siglo XX el maestro en la universidad lo era todo. Nadie sabía más que él, era una referencia en la práctica de la medicina y su influencia en su campo de conocimiento determinante. Además de una gran preparación disponía, en general, de recursos económicos suficientes para contar con una buena biblioteca e importantes relaciones para poder acceder a lo último en su materia.
Razones para el cambio de paradigma relacionado con la admiración y respeto al maestro existe muchas, variadas y tan solo referiremos algunas que han tenido y tienen gran importancia.
1. De la mentalidad enciclopédica a la mentalidad sintética. El cambio originado por el paso de la mentalidad enciclopédica a la mentalidad sintética fue una revolución, no solo en la enseñanza, sino en la adquisición y retención de conocimientos. La idea de saberlo todo dejó paso a saber lo fundamental y lo eminentemente práctico. Esta tendencia iniciada en Estados Unidos acabó, tras la Segunda Guerra Mundial, con la mentalidad de disponer de un gran tratado de medicina. A modo de ejemplo, en el caso de la medicina interna el von Bergmann con más de una decena de tomos, por ejemplo, dio paso al Harrison con tan solo uno o dos tomos.
2. Disponibilidad de recursos bibliográficos. La introducción en su día de las fotocopias, índices internacionales, como el Index Medicus, Pub Med, Current Contents, Excerpta Médica, Cochrane, etc., el acceso a bibliotecas en instituciones cada día mejor dotadas y más adelante la explosión de acceso a la información a través de internet agitó el mundo científico y por supuesto la relación con los de mayor experiencia y por tanto con el maestro. Ya no solo este tenía acceso a determinada información, sino cualquiera podía hacerlo y el discípulo, más joven y con más tiempo, se impregnó de los últimos avances con inusitada rapidez.
3. Reformas universitarias y sanitarias. Crear una comunidad intelectual que desemboque en una pléyade de maestros y discípulos es tarea harto complicada. En España, los cambios continuos y a veces disparatados del acceso al profesorado o la creación de departamentos en ocasiones caprichosa, originaron una pérdida de confianza de las vocaciones docentes, quebrando ese núcleo de futuros maestros. Los vaivenes en los sistemas de acceso a cátedras, desde las clásicas oposiciones a la nada, han destrozado muchas vocaciones y no han permitido incorporar siempre a los mejores. La devaluación del doctorado ha hecho a todos doctor. Hoy hay catedráticos o titulares por oposición, por concurso, habilitados, acreditados, contratados, etc. Desaparecen las cátedras y se crean departamentos, compuestos no rara vez por médicos de materias diversas, sin nexo común, que acaban convertidos en estructuras administrativas alejadas del debate científico. Las jubilaciones anticipadas originan un daño profundo. Si antes, con sus luces y sus sombras, se miraba a la universidad en la búsqueda de maestros, en la actualidad tal empresa queda huérfana prontamente dando paso a otros sistemas que fomentan además un autodidactismo pernicioso. Algo similar ocurre en los hospitales universitarios con el acceso a las diferentes jefaturas existiendo, no ya un sistema cambiante y a veces sospechoso, sino plagado de denominaciones que crean inseguridades: jefes de servicio o sección vinculados, en propiedad, en funciones, interinos, etc.
Por otra parte, y referido a los estudiantes la universidad, no parece que les deje como antaño una gratitud permanente ni recuerdos imborrables, desapareciendo prontamente el espíritu de pertenencia a tan importante institución. Las vocaciones, aunque sin duda las hay, ya no son como antes. Los estudiantes buscan más en la universidad determinadas carreras en función de las salidas profesionales.
4. El extranjero como referencia. La apertura al exterior de España, unido a lo anterior y a otras consideraciones que realizamos, hizo que muchos médicos jóvenes vieran allende nuestras fronteras, fundamentalmente en Estados Unidos, un nido de maestros que consideraron superiores a la nacionales. Este hecho y el impacto que creó la buena formación de los que regresaron ahondaron más el problema de la incipiente fragilidad y credibilidad de nuestros maestros. Un éxito en muchos casos y un disparate en otros, pero en cualquier caso las dudas y reservas sobre la capacidad de nuestros maestros comenzó a ser claramente manifiesta. El conocimiento de otras formas de organización docente, asistencial e investigadora fuera de España encandiló a los jóvenes dejando tocado en nuestro país el armazón histórico de la relación maestro-discípulo.
5. Nuevas formas de organización de la asistencia y la investigación. La organización y construcción de un sistema sanitario abarcó a un amplio espectro en todas las regiones de España, emergiendo a mediados de los años 60 los nuevos hospitales, llamados residencias sanitarias. El último tercio de siglo XX llenó nuestro país de estas estructuras y se fueron creando nuevas alianzas para una mejor atención a los pacientes con innovaciones nunca soñadas en una medicina anterior. Esta nueva situación, despertó la conciencia de los médicos en su preparación, incidiendo también en ello el gran auge de las sociedades científicas, la creación de unidades de investigación hospitalarias, las redes de investigación cooperativa y los Institutos de Investigación Biosanitaria. El posterior desarrollo de clínicas y hospitales privados, con estructuras universitarias, fue una más de las innovaciones que marcaron un nuevo camino.
6. Formación postgraduada mediante el sistema MIR. La instauración del sistema de formación conocido como MIR, establecido legalmente en España en 1978, fue una revolución que cambió radicalmente muchos de los principios existentes hasta ese momento. El aprendizaje reglado basado en la experiencia del día a día asumiendo imperceptiblemente responsabilidades acercó de forma manifiesta a los recién graduados a un nivel de conocimiento que difícilmente conseguían anteriormente. Cualquier residente con años de formación ponía en aprietos a muchos médicos con bastantes años de práctica clínica y que presumían de grandes conocimientos y habilidades. Ya no había que pedir a un maestro poder formarse junto a él, sino presentarse a un examen de selección.
7. Introducción de las nuevas tecnologías. La revolución tecnológica, informática y la inteligencia artificial ha dado lugar al desarrollo de nuevas técnicas de estudio, tanto en el diagnóstico, investigación, práctica clínica, quirúrgica, tratamientos diversos, etc., como en la gestión, obliga para su manejo una formación especial y en muchos casos una dedicación absoluta. El intento inicial de que el médico clásico asumiera los nuevos retos formativos fracasó, naciendo especialistas, superespecialistas y otros expertos que ponían en cuestión los conocimientos y habilidades de los más consagrados. La telemedicina, la inteligencia artificial y novedosas tecnologías de vanguardia ahondan aún más en estos problemas.
8. Medicina basada en la evidencia. Define la RAE como evidencia la “certeza clara y manifiesta de la que no se puede dudar”. La medicina basada en la evidencia fue un término propuesto por Gordon Guyatt (6) en 2002 y definido en DTM de la Real Academia Nacional de Medicina de España como “Ejercicio de la medicina basado en la aplicación del mejor método de diagnóstico, tratamiento o profilaxis conocido, que se sustenta en la evaluación de las aportaciones más relevantes obtenidas a partir de la investigación sistemática, tanto básica como clínica, centrada en el paciente y relativa a la pertinencia de las pruebas diagnósticas, el valor de los marcadores pronósticos y la eficacia y seguridad de las pautas terapéuticas, rehabilitadoras y preventivas”. Su aplicación cambió sin duda la práctica médica y dejó a un lado la histórica y alabada experiencia del médico como referencia fundamental. Un cambio profundo que afectó hondamente a la práctica médica, instaurándose protocolos de actuación y petición de pruebas sistemáticas. La evidencia contrastada, la experiencia del médico y los valores y preferencias de los pacientes conforman la base de la nueva práctica médica. El fin de la medicina de escuelas es un hecho consumado.
9. Impronta de la industria farmacéutica. La expansión científica de la industria farmacéutica ha sido capital en muchos aspectos del desarrollo de la medicina. Destacan las grandes inversiones en investigación, con la introducción de fármacos auténticamente innovadores, trasladando parte de ellas a universidades y hospitales. Igualmente, manifiesto ha sido el gran papel jugado en la difusión de la ciencia y la formación. En este sentido son de destacar las ayudas prestadas, en el campo de la formación continuada, a todo tipo de médicos para un mejor conocimiento de los avances científicos.
10. Fin del paternalismo y nuevos principios de relación. El paternalismo, de origen hipocrático, en la relación maestro discípulo comenzó a virar a principios del siglo XX tomando un rumbo agónico en el último tercio de ese siglo. El desarrollo y vigencia del principio de autonomía en los años 90, en todos los órdenes, hizo que la forma paternal de trato y convivencia desapareciera no sin crear problemas en muchas relaciones. En un estudio sobre la relación médico paciente José Lázaro y Diego Gracia (7) dicen sobre el fin del paternalismo y el comienzo de la autonomía del paciente “El médico propone y, por primera vez en la historia, el enfermo dispone”. Siguiendo esa máxima podemos decir que igual ha ocurrido con la relación maestro-discípulo, “El maestro propone y, por primera vez en la historia, el discípulo dispone”.
A un lado el paternalismo, los cambios sociales obligan a profundizar en la relación maestro-discípulo desde vertientes más cercanas. El discípulo comienza a tomar decisiones no siempre bien vistas por el maestro creándose insatisfacciones en ambos lados. La “amistad” a la que hacía referencia Laín (8) en la relación médico-enfermo, entendiéndola como trato amigable, una relación más cercana y comprensiva respetando siempre el principio de autonomía, es también posible entre el maestro y el discípulo y por tanto se convierte en necesaria. Si ello no tiene lugar en estas décadas de cambio profundo el fracaso en la relación está garantizado. La época de aceptar todo al maestro ha terminado, el discípulo ha pasado de ser alguien pasivo a un sujeto activo.
11. Nivel competitivo del discípulo. El nivel de conocimientos, acceso a ellos, experiencia en pocos años, manejo de técnicas, capacidad crítica, entre otros muchos aspectos, hacen al menos en una fase de su vida poco propenso al discípulo a mantener un respeto científico y a aceptar las recomendaciones y el mensaje que trasmite en el día a día el maestro.
12. Empoderamiento de los discípulos. El educador brasileño Pablo Freire (9) inició en los años 60 un movimiento conocido como empoderamiento. Su base era que determinadas personas sin formación adecuada están sometidas a una opresión de sus superiores. Este movimiento llegó a toda la sociedad y también a los núcleos más potentes de los maestros a los que los discípulos comienzan a reclamarle más derechos y responsabilidades. Así el discípulo, aún sin la formación adecuada, con sus demandas, unas veces justas y otras fuera de lugar, llega a situaciones extremas que deterioran la relación hasta la ruptura en muchos casos.
Tan solo estos doce puntos son suficientes para explicar el declive o cuestionamiento de la figura del maestro tal como lo hemos entendido hasta la actualidad. Ya no vale lo que dice el maestro. La clásica imagen de una sesión clínica en la que a su cierre el maestro dice unas últimas palabras con su juicio sobre un determinado problema es cuestionada por los que asisten a ella, aunque permanezcan en silencio. Están muy bien formados, al día y si tienen alguna duda durante la propia sesión consultan discretamente en sus móviles lo último publicado sobre el asunto, pudiendo finalmente tomar la palabra y dejar en evidencia al maestro. O, aún peor, a la salida de la sesión dejarlo en ridículo ante sus compañeros por no saber nada de la última publicación. Una auténtica revolución.
¿Usted nunca se ha equivocado o es que sabe más que nadie? contestó una vez un maestro a uno de sus discípulos tras interrumpirlo durante el cierre de una sesión clínica. Sin duda la vorágine de conocimientos hace que el maestro pueda estar confundido, desinformado, o atrasado en alguna cuestión y no sea propietario de la prudencia que debe tener al hablar de algunos temas. Seguramente no era un buen maestro, falto de la necesaria humildad, pues en la actualidad nadie a ese nivel puede presumir de los conocimientos o habilidades que no tiene. El trabajo en equipo y la confianza en él hace que las reflexiones y soluciones deban de ser conjuntas manteniéndose la consideración absoluta entre unos y otros y respetando los valores y conocimientos de cada cual. Sin embargo, la grandeza de un maestro es que lo seguirá siendo incluso sin estar al día en algún tema concreto. El buen maestro no trasmite solo conocimientos sino comportamientos y una entrega auténtica a sus discípulos. El reputado sociólogo Víctor Pérez-Díaz (10) dice de los maestros: “Se aprende por la imitación de sus gestos intelectuales, es decir sus modos de razonar y expresarse, su uso de la metáfora, el estilo de su tratamiento del material empírico, las connotaciones emocionales de su opinión sobre las personas, la generosidad o la mezquindad de su juicio, la amplitud o estrechez de su horizonte, su impaciencia o su disposición a decir sí o no a determinados estímulos, y la evocación de sus experiencias, que el discípulo tendrá luego que reconstruir combinando sus palabras explícitas, sus alusiones y sus silencios”. El buen maestro despierta vocaciones tanto de ser discípulo como maestro.
LA IMPORTANCIA DE LAS PALABRAS
Hay pues una confusión con respecto al maestro. El maestro no es alguien que lo sabe todo. En otro tiempo era el que tenía más conocimientos, experiencia y acceso a la información, lo cual no es el caso de lo que sucede actualmente. El maestro como vemos, con independencia de ello, es otra cosa y en eso hay que fijarse. Reflexiones sobre esto hay muchas con sentencias que lo dicen todo. Algunas como las de Pedro Laín “El maestro lo es más por lo que infunde que por lo que enseña” o la de Karl A. Menninger “Lo que el maestro es, es más importante que lo que enseña”.
El mal procesamiento social, y por ende en nuestro campo, de los cambios producidos en España y en el mundo, en el último siglo y el presente, han llevado este problema a niveles que generan rechazo. Vivimos además imbuidos por el tuteo, el amiguismo, la utilización incorrecta de las palabras, o su uso incluso a veces con ánimo despreciativo, sin contar la crisis social de valores que asola a la sociedad. Llamar al maestro por su nombre de pila con el “don” delante ha finiquitado. Hace muchos años en la Sesión necrológica en memoria del profesor Pedro Zarco (11) en la Real Academia Nacional de Medicina, señalé “Hoy al maestro es preferible llamarle jefe, bien en tono despectivo o respetuoso, pero en general cargado de intención administrativa, apartándose del reconocimiento que su responsabilidad y liderazgo le confiere”. Hoy nuestra sociedad cambia palabras, unas veces sin razón, y otras con una intención determinada. En nuestra ciencia y práctica médica la palabra maestro ha quedado prácticamente enterrada y se usan de forma más habitual otras como, por ejemplo, profesor, jefe, líder, mentor, instructor, tutor, etc. que sin ser para nada ofensivas tienen un sentido claramente diferente.
De ellas destacamos cuatro que a nuestro juicio tienen un significado real muy diferente, aunque en muchos casos todas están imbricadas y es difícil separar sus misiones y trascendencia, al menos cuando hablamos del maestro en nuestro ámbito en el sentido más profundo.
1. El Maestro tiene discípulos. Un hecho fundamental es que el maestro universitario tiene discípulos y es aquel que está abierto a aceptar a quien quiera recibir sus enseñanzas. Un hecho muy importante y diferencial es que al maestro lo buscan, lo eligen. Estar junto a él es un acto voluntario, no está impuesto, por tanto. Para el discípulo se convierte en un referente, alguien a quien seguir, por su saber, conducta ejemplar y valores que trasmite, con una connotación trascendente que es que si el maestro les decepciona declinan seguir a su lado. Del maestro se espera recibir una buena formación, incorporar un estilo y saber ser, estar y sentirse médico singular y muy vinculado a su personalidad. El maestro es para toda la vida y, como hemos señalado en otro lugar, “es aquel que es capaz de transmitir algo más que simplemente conocimientos. Es aquel capaz de trasmitir un hacer y pensar impregnando de un estilo peculiar a un conjunto de personas. Éstas, con él, componen ese binomio indisoluble que es maestro-discípulo o discípulo-maestro” (11). Nadie puede decidir ser maestro pues son los discípulos los que lo hacen maestro, y es reconocido como tal.
2. El Profesor tiene alumnos. El profesor explica y enseña una determinada materia en el seno de una organización planificada. En general el alumno no elige al profesor, simplemente le es asignado uno. Si el profesor le decepciona, dejará de asistir a sus clases o prácticas. Hoy los profesores son de materias o temas muy específicos, no dan muchas clases y falta la continuidad, condición esencial para generar entusiasmo y cercanía. Del profesor cabe esperar sus enseñanzas facilitando el aprendizaje. El profesor es en general transitorio y es nombrado por la autoridad correspondiente.
3. El jefe tiene subordinados. Todos los médicos pertenecientes a un grupo determinado les han sido adjudicados o impuestos, aunque a veces elegidos por él mismo. Si a alguien perteneciente al grupo no les gusta el jefe debe soportarle para conservar su puesto o renunciar a él. En el sistema público el jefe no puede prescindir de ninguno. Del jefe cabe esperar una buena dirección de su lugar de trabajo. El jefe, que es impuesto por una organización determinada, puede ser temporal o de por vida.
4. El líder tiene seguidores. El líder es elegido. Selecciona a sus seguidores o colaboradores, unas veces solo para un proyecto determinado y otras para acciones más duraderas. En general el líder genera confianza en el seguidor y los proyecta con su influencia a conseguir logros mayores. El líder destaca por su capacidad de influir en un grupo humano y fuera de él. En el ámbito social Max Weber (12) los clasifica en carismáticos, tradicionales o por herencia, y legales que lo son por elección mediante métodos democráticos. Del líder cabe esperar motivación y promoción de sus seguidores.
Esta separación, discutible, puede interpretarse como simple o artificiosa, pero en realidad no lo es. Se utilizan cotidianamente términos diversos, bien por la evolución social, por la tendencia imperante en un determinado lugar de trabajo, o simplemente por inercia. Pero la realidad es que, salvo excepciones, nadie reconoce a nadie como maestro. Solo hay que preguntar.
El maestro como tal está en clara desventaja en estos momentos que vivimos y para nada reclama su estatus, si es que lo tiene, a diferencia de los demás. Sin embargo, se da un hecho muy interesante y curioso y es que fuera de nuestro ámbito se reconoce a muchos su condición de maestro, a los que se les niega en su ambiente de trabajo y dedicación. Tristemente el maestro es mejor percibido y valorado desde fuera que desde dentro.
Aunque pueda parecer paradójico ello es así y cuando uno se interrelaciona con otros sectores sociales y se sumerge en sus problemas se da cuenta del significado que para ellos tiene la palabra maestro. Algo superior y que por otra parte se utiliza en demasía para exaltar los valores de alguien que destaca por cualquier otra profesión o actividad. Sin embargo, su utilización se niega en nuestro entorno llegando a ocultarse su existencia. Se llama maestro a un pintor, a un escultor, a un torero, etc., pero nunca he oído a nadie dirigirse a un médico llamándole maestro.
Por ello es de estimable valor el pensamiento de otros actores sociales sobre el significado del maestro, esa palabra mágica que tanto cuesta pronunciar a muchas de las más altas cabezas de nuestra profesión. Muy interesante resulta la visión de alguien que está fuera de la universidad, pero en contacto con el mundo empresarial y la formación de los que son o serán los responsables de llevar a cabo los éxitos de todo tipo de empresas. Sael Barraza (13) uno de los más reputados coach mundiales ha dedicado especial atención, con destacado acierto, a la diferenciación de la abundante terminología empleada en la actualidad, diferenciando seis niveles que resultan de gran interés: encargado[2], jefe, líder, coach, mentor, maestro.
[2] Sael Barraza, mexicano, lo denomina capataz.
1) El encargado sería el que ejecuta lo que mandan otros y su herramienta fundamental es el miedo. 2) El jefe es quien da órdenes. Su misión fundamental es decidir y mandar, siendo su herramienta fundamental la orden. 3) El líder busca generar confianza y poder influir. El buen líder también motiva y manda y su herramienta es la generación de confianza. 4) El coach pregunta y escucha, incentivando a pensar para mejorar. Su herramienta es el acompañamiento. 5) El mentor esencialmente traslada su experiencia y además es coach. Su herramienta es la experiencia y el acompañamiento. 6) El maestro es capaz de realizar todo lo anterior y su objetivo es poner de manifiesto su capacidad para hacer al discípulo mejor que él.
Barraza eleva a un altísimo nivel al maestro manifestando la gran admiración que su figura le produce, tanto que cuando le preguntan que hay por encima del maestro responde que Dios. Aunque la sistematización que realiza de los diferentes responsables es sin duda acertada, nos despierta sin embargo una duda, que es qué ocurrirá el día de mañana con el desarrollo de la inteligencia artificial. Meditar sobre ello nos lleva a la suposición que tal desarrollo tecnológico supliría a todos los actores menos, con toda convicción, al maestro.
LA CRISIS DE LOS DISCÍPULOS. ¿ESTÁN DESAPARECIENDO LOS DISCÍPULOS?
No es un objetivo de nuestra reflexión entrar en este momento en el análisis de la razón por la que cuesta encontrar a nadie que quiera y presuma ser discípulo de un determinado maestro. Sí es cierto que si alguno se distingue como discípulo de alguien, señala rápidamente a uno determinado con quien permaneció en algún momento de su vida, aunque fuera tan solo unos días, en un hospital extranjero. Hay rechazo a considerarse discípulo de alguien, y más de nuestro país, como si eso menoscabara su prestigio y valía.
Sin embargo, la crisis de los discípulos va pareja a la crisis de los maestros. Hoy, en un mundo que preconiza la autosuficiencia y autocomplacencia, nadie quiere ser discípulo de nadie. La historia de la relación maestro-discípulo, no siempre exitosa, ha dinamitado incluso los niveles de humildad de muchos de los que empiezan a formarse. Razones para ello existen y deseamos abordarlas en un estudio posterior.
No obstante, esbocemos que algunos hechos han incidido en ello como la tirantez o enfrentamiento con el maestro, desconfianza, celos, discusión y lucha entre discípulos, traiciones, malentendidos, tratamiento inadecuado, decepciones en oposiciones y concursos, sentirse explotado, el poco aprecio mostrado por el maestro, el no reconocimiento de su estatus, falta de gratitud compartida o simplemente el hecho de que el discípulo cree saber más que el maestro. El paso, no ya de la veneración histórica, de la admiración y respeto a la indiferencia, el desprecio o incluso el odio, forma parte no solo de los comportamientos del discípulo sino también del maestro. El discípulo no acepta ser un subordinado sometido a los deseos del maestro. Rotos los comportamientos convencionales, el discípulo marcha de forma autónoma en su formación produciéndose una ruptura en el día a día que acabará siendo definitiva a corto plazo.
En cualquier caso, mantener una relación entre maestro y discípulo es difícil y antes o después se producirán choques de mayor o menor trascendencia. El maestro clásico o histórico, exigía lealtad extrema y el discípulo un reconocimiento que no siempre percibía. Así, el discípulo pasaba imperceptiblemente de la gratitud al maestro a la reclamación de derechos y no recibir el trato o promoción que creía merecer. Además, el discípulo sufría el peso, justo o injusto del maestro, el cual quería seguir “mandando e influyendo” incluso tras cumplir su ciclo de vida activa. “El poder del maestro para aprovechar la vulnerabilidad y dependencia del discípulo” dejó escrito George Steiner (5). Algunos como el filósofo e historiador Georges Gusdorf (14) llegó a decir “No hay maestros, y los maestros menos auténticos son indudablemente aquellos que desde las alturas de una autoridad prestada presumen de maestros, intentando abusar de la confianza de los demás y engañándose sobre todo a sí mismos”.
El fracaso de la relación maestro-discípulo es frecuente al igual que ocurre en todo lo relativo a las relaciones humanas en cualquier orden de la vida. Funcionar como auténticos vasos comunicantes de una forma continua requiere mucho respeto, humildad y generosidad por ambas partes. Sin embargo, en esta relación existe un elemento que también puede distorsionarla como es la convivencia de un discípulo con otros y dejarse influir por un determinado ambiente, a veces negativo o que genera dudas en un discípulo concreto. Por ello el papel del maestro es fundamental además como gran conciliador. Hay que insistir en que sin discípulos no hay maestros de la misma forma que sin maestros no hay discípulos. He repetido en más de una ocasión que esa capacidad de ser maestro y discípulo sólo la tiene un maestro, y que la de ser discípulo y maestro solo la tiene un discípulo (15). Pedro Laín insistía con frecuencia siempre que tenía ocasión: “Mal maestro, el que llegada una situación en su vida no sabe ser discípulo de su discípulo. Mal discípulo, el que llegada una situación en su vida no sabe ser maestro de su maestro”.
EL MAESTRO HOY
En un momento determinado del devenir histórico del siglo XX al maestro se le convierte, en el argot del día a día, en profesor, jefe o líder lo cual supone de alguna forma el inicio del fin del maestro tal como era concebido hasta ese momento. A partir de entonces se entremezclan, alrededor del maestro-jefe-profesor-líder, médicos muy variopintos, con ilusiones y aspiraciones diferentes. Si para entonces el concepto de escuelas, en cuyo vértice se situaba el maestro, comenzaba a estar en entredicho, las nuevas estructuras burocráticas, que permitían entremezclar sensibilidades y objetivos muy diversos, acabaron definitivamente con ese tipo de maestro. Por otra parte, y coincidiendo con ello dentro de los cambios que se han producido en medicina destaca el éxito del sistema formativo tipo MIR repercutiendo en el prestigio de las escuelas médicas; en el maestro, en definitiva. La conclusión extendida, aunque equivocada a nuestro juicio, es que el maestro ya no es necesario, lo necesario es el sistema formativo.
Actualmente, asumiendo la desaparición de la palabra maestro en el sentido más clásico o histórico, sigue habiendo una referencia en la formación y dirección de un grupo humano al que podrá llamársele maestro, jefe, profesor, o como se quiera, pero esa figura seguirá existiendo de la misma forma que habrá médicos que se consideren continuadores de un estilo determinado en el hacer, sentir y pensar, algo que no está en ningún programa formativo y que la inteligencia artificial nunca podrá usurpar.
A pesar de todo, y aunque en la actualidad la utilización del término maestro no tenga apenas acogida en nuestro entorno, sí tiene el respeto y admiración, aunque no en todos los casos, de lo que representa en cuanto a valores médicos y humanos aquel que facilitó la formación y continuidad profesional de un médico. Hay que bajar del pedestal, volver a la vocación por enseñar y aparcar como objetivo el deseo de mandar y ser importante. Sin una auténtica vocación por aprender y enseñar nadie puede llegar a ser un maestro, el cual debe estar cargado de humildad, profundizar en la cercanía con los discípulos y tener siempre presente que, si lo es, es gracias a ellos. Relativo al necesario eros pedagógico, Diego Gracia (16) señala la importancia de creerse lo que hace y que hace lo mejor. “Sólo quien hace las cosas con verdadera y profunda vocación tendrá profundo amor a eso que hace. La docencia no puede hacerse sin amor, sin dar amor y sin recibir amor”.
La crisis de los maestros es y será profunda, igual que será en un futuro la de los jefes, líderes o las denominaciones que puedan surgir. Es una crisis más honda de valores que abarca a toda la sociedad. El reconocimiento de la existencia de referencias en la vida es fundamental para uno mismo y la sociedad. Una figura en la formación y desarrollo de alguien, en cualquier orden de la vida, es necesario para mantener viva la llama de lo que representa nuestra medicina, nuestros enfermos, y nuestra estima personal. Sin maestros no hay discípulos, pero tampoco habrá alumnos, seguidores o subordinados. Nadie querrá ser nada de eso.
Igual que, como hemos indicado en otro lugar (17), es necesaria la magia, la trascendencia, la responsabilidad y el compromiso en la relación médico-enfermo, lo es en la relación maestro-discípulo. Ante la diferencia de cómo somos y pensamos, es un reto inmenso formar en el debate sin alterar los valores del maestro y respetando los del discípulo. A pesar de tantos cambios sufridos no existen argumentos para negar que el maestro sigue existiendo de la misma forma que el discípulo. El problema está esencialmente en los valores, en la capacidad de reconocerse unos a otros, respetarse y admirarse.
Frente a una posición pesimista, fruto de la realidad actual, estamos obligados a generar un ambiente de entusiasmo para encender la llama de una visión optimista, trasmitiendo a la juventud los valores positivos y generadores de ilusión que origina la insustituible relación maestro-discípulo. Los cambios que vivimos y vendrán, sin abandonar el supremo respeto a los valores, serán siempre bienvenidos, sin olvidar que estos llegan invariablemente, debiendo permanecer tanto maestros como discípulos en constante alerta.
Finalizo esta pequeña reflexión sobre el maestro con unas emocionadas palabras, que escribí hace años, dirigidas al maestro y al discípulo, y con una dedicatoria que me realizó el profesor Pedro Laín cuando ingresé en esta Real Academia Nacional de Medicina de España, en la que me reconocía haber sido buen hijo y discípulo de mi maestro, el profesor Manuel Díaz Rubio, el cual siempre ha estado y está presente en mi vida.
Palabras dirigidas al maestro: “Llegará un día en que el discípulo será más fuerte que tú. Le necesitarás y deberás estar atento a ello. Nunca dejes de disfrutar de sus saberes, los que tú le transmitiste. Mantente cerca de él y piensa que cuanto le digas es un estímulo para su crecimiento. El discípulo nunca te olvida, te llame o no. De ti depende que sienta la alegría de compartir contigo sus éxitos e inquietudes. Recuerda siempre que él te hizo maestro”.
Palabras dirigidas al discípulo: “Llegará un día en el que el maestro será más débil que tú. Te necesitará y deberás estar atento a ello. Nunca dejes de atenderle y piensa que una sola llamada, visita o palabra le dará más vida de la que puedas suponer. El maestro siempre te espera, llegues o no. De ti depende que sienta la alegría de recibirte y la felicidad de compartir tus éxitos e inquietudes. Nunca olvides que él te hizo discípulo”.
Dedicatoria del profesor Pedro Laín: “Mal hijo, el que llegada una situación de su vida no sabe ser padre de su padre. Mal padre, el que llegada una situación de su vida no sabe ser hijo de su hijo. Mal discípulo, el que llegada una situación de su vida no sabe se maestro de su maestro. Mal maestro, el que llegada una situación de su vida no sabe ser discípulo de su discípulo. Para Manuel Díaz-Rubio, que ha sabido ser hijo y discípulo” P.Laín, Madrid, noviembre de 1993.
DECLARACIÓN DE TRANSPARENCIA
El autor/a de este artículo declara no tener ningún tipo de conflicto de intereses respecto a lo expuesto en el presente trabajo.
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Manuel Díaz-Rubio García
Real Academia Nacional de Medicina de España
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Tlf.: +34 91 159 47 34 | E-Mail: manueldiazrubio@gmail.com
Año 2023 · número 140 (02) · páginas 133 a 141
Enviado: 28.06.23
Revisado: 08.07.23
Aceptado: 15.07.23