La fibra alimentaria es un constituyente de los alimentos, fundamentalmente de origen vegetal, que no es no absorbida en el tramo superior del tubo digestivo llegando intacta al colon, donde puede ser sometida a fermentación por la microbiota. Aunque conocida desde mucho antes, fue en los años 70 del siglo XX cuando se comprobaron sus efectos beneficiosos, sobre todo en relación con patologías intestinales y cardiovasculares (a las que posteriormente se sumó la diabetes tipo 2). Sin embargo, a pesar de la evidencia contrastada sobre su relevancia para alcanzar un estado óptimo de salud, en la práctica esta asociación sigue estando infraconsiderada.
En primer lugar, cabe destacar que las investigaciones de las últimas décadas han mostrado la diversidad de los procesos fisiológicos en los que la fibra juega un papel beneficioso: durante la digestión, retardando o inhibiendo la absorción de glúcidos, lípidos e iones de sodio, a la vez que retrasando el vaciado gástrico; de manera local en el colon, promoviendo la eubiosis y protegiendo la integridad de la barrera intestinal; de forma sistémica, a través de los distintos mecanismos de acción de los ácidos grasos de cadena corta generados tras su fermentación por la microbiota. Igualmente, las investigaciones desarrolladas durante este siglo muestran una relevancia creciente de la fibra en la regulación de aspectos emocionales e, incluso, sobre el riesgo de depresión, a través de su acción en el denominado eje intestino-cerebro.
Por otro lado, frente a la concepción tradicional de la fibra como constituida exclusivamente por carbohidratos, en la actualidad se sabe que se trata de un constituyente alimentario más complejo, al que se asocian diversos componentes como son los polifenoles, fitoquímicos con reconocidas actividades biológicas. Esto da lugar a efectos sinérgicos y complementarios entre la fracción de la fibra de naturaleza fenólica y la de naturaleza glucídica ya que, por ejemplo, los polifenoles ejercen una capacidad antioxidante a lo largo del tubo digestivo. Y, especialmente en el colon, la transformación de ambos constituyentes alimentarios por la microbiota se ve retroalimentada cuando se presentan en forma de un complejo intrínsecamente unido. De hecho, resulta destacable que tanto la fibra como los polifenoles son constituyentes característicos y diferenciales de la dieta mediterránea, frente a otros patrones alimentarios.
A pesar de lo anterior, la ingesta promedio de fibra en España (20 g/día), similar a la de la mayoría de los países occidentales, sigue estando muy por debajo de las recomendaciones oficiales (mínimo de 30 g/día), lo que sería visto como un claro problema de salud pública para cualquier nutriente pero no para la fibra al no estar dotada de un carácter esencial. No obstante, dadas las evidencias sobre la relevancia de la fibra en la reducción del riesgo de patologías altamente prevalentes en el contexto actual, se hace necesario el desarrollo de políticas públicas que promuevan su ingesta, junto con el de investigaciones a distintos niveles que contribuyan a esclarecer aspectos todavía pendientes en el estudio de este constituyente alimentario.