Excmo. Sr. Presidente de la Real Academia Nacional de Medicina de España, Excmo. Sr. Secretario General, Excmos. e Ilmos. Sras. y Sres. Académicos, familia del profesor Casado de Frías, señoras y señores.
La Junta Directiva de la Real Academia Nacional de Medicina de España me ha encomendado el triste honor de realizar el discurso de precepto en recuerdo y memoria del académico de número profesor Enrique Casado de Frías que ocupó el sillón número 36 de esta Real Academia desde su ingreso el 17 de noviembre de 1992. Antepongo que resulta duro glosar la figura de alguien a quien tanto he admirado y respetado. Por ello pido disculpas a todos los presentes por si en algún momento me aparto de aquello que debe primar, como es lo objetivo y objetivable de su vida y labor, y dejo traslucir mis emociones. Huir de los juicios de valor es a veces difícil, sobre todo cuando a la admiración y el reconocimiento se suma el afecto, pero es nuestra obligación apartarnos de ello para centrarnos en todo aquello que ha sido nuclear en su vida.
Dedicar esta sesión especial al recuerdo de una figura tan señera de nuestra medicina es trascendente, en cuanto que con ello demuestra nuestra Real Academia el valor que da a la pérdida de un académico que dedicó tantos años de su vida a esta Institución. Por otra parte, la Real Academia Nacional de Medicina de España, deja para la historia, constancia de lo que significó su figura, su obra y su pensamiento. El profesor Enrique Casado de Frías vive hoy en nuestros corazones y seguirá haciéndolo en la memoria de nuestra Academia.
Me gusta repetir algo que he señalado en más de una ocasión en cuanto a lo que considero tres momentos trascendentes en la vida académica. El primero, impresionante por la enorme responsabilidad que se asume, es aquél en el que los académicos nos comprometemos con la institución, por nuestra conciencia y honor, al depositar el voto para elegir a un nuevo académico. He insistido que en ese acto cada académico se está de alguna forma eligiendo así mismo trasformando dicho momento en un auténtico juicio de nosotros mismos. Un segundo momento trascendente y crucial es aquel en el que el académico elegido, tras su discurso de ingreso, recibe de manos del Excmo. Sr. Presidente la Medalla de Académico, jura o promete cumplir los Estatutos y acompañado del Excmo. Sr. Secretario General toma posesión de su sillón. Es un momento lleno de magia, ilusión y trascendencia en el que el nuevo académico se compromete de por vida con la Institución. El tercer momento trascendente, en el que nos invade el dolor, es esta sesión necrológica en la que rendimos homenaje al académico fallecido, dándole entrada en la historia de la Academia y en la medicina española y universal.
Parece que fue ayer el día en que dejé al profesor Enrique Casado en la puerta de su casa en el centro de Soria tras un placentero un viaje, realizado hace ya muchos años, que me permitió descubrir su calidad humana e intelectual. Me enseñó Soria, explicándome apasionadamente cada detalle, deteniéndonos finalmente en la Plaza del Rosel recreándose en ella a la vez que me señalaba de nuevo con enorme emoción donde estaba su casa y lo que significaba en su vida dicha ciudad. La simbiosis entre la razón y la emoción que percibí en su alegría, palabras y pensamientos me mostraron a alguien repleto de cualidades que desconocía.
El profesor Casado de Frías nació en Madrid el 5 de mayo de 1929. Su padre era natural de Almazán y su madre, aunque madrileña, de familia de Medinaceli, pertenecientes a la provincia de Soria. Estudió parte de su bachillerato en el Instituto de Soria y en el Colegio de los Sagrados Corazones de Madrid. Durante su infancia y la Guerra Civil vivió en Burgo de Osma, villa de la que su padre fue alcalde durante un tiempo. Toda esa experiencia vital marcó su carácter castellano, impregnado de gran seriedad, austeridad y humildad, así como su amor y compromiso con Soria y su provincia. Ese carácter y amor a su tierra marcaría toda la vida. Además, por si lo anterior fuera poco, se casó con Conchita Sáenz Ridruejo, la mujer de su vida, cuya familia tenía fuertes raíces en esa tierra. A través de ella, con dos carreras, algo inédito en su tiempo, recibió importantes influencias del que sería su suegro, el reconocido ingeniero de Caminos, catedrático de Geología y Académico de Ciencias Clemente Sáenz García. Consecuencia de todo ello queda clara como la vinculación de Enrique Casado de Frías a Soria y su provincia fue absoluta, lo cual es clave para conocer, no solo su talante castellano, sino su amor por sus orígenes y sus inquietudes históricas y culturales.
Su formación
La carrera universitaria del profesor Enrique Casado de Frías fue impecable. Imbuido de una fuerte vocación por la medicina y una enorme capacidad de trabajo, fue desarrollando, lleno de humildad las líneas que le trazó su maestro, el profesor y recordado académico Ciriaco Laguna Serrano.
Su tesón, capacidad de trabajo y empuje llama la atención desde su época de estudiante en la que fue alumno interno por oposición con el número 1 de la Beneficencia Provincial de Madrid en el Instituto Provincial de Puericultura en el que estaría durante los cursos clínicos, entre 1949 y 1952, junto a Alonso Muñoyerro. Por entonces, el profesor Laguna Serrano, se fijó especialmente en él y le incitó a hacer carrera universitaria. Licenciado en 1952, en 1953 logra plaza de Médico Interno por oposición, también con el numero 1, y un año más tarde la de Médico Puericultor del Estado, de gran prestigio en España en esos años, siendo el más joven que nunca la había obtenido. Allí trabajó en el Hospital de la Cruz Roja al lado de Carlos Sainz de los Terreros.
Imbuido por el deseo de ampliar conocimientos fuera de España, en los años 1954 y 1955 completó su formación en pediatría en la Universidad de París en el Centre de Reserches Claude Bernard con Lelong y Rossier, en la Lastenklinikka de la Universidad de Helsinki con Arvo Ylppo y junto a Maurice Lust, del que guardaba un gran recuerdo, en el Centre de Pediatrie War Memorial de Bruselas. En esos años profundizó en el manejo de perfusiones, exsanguino transfusiones, los problemas neonatales, la prematuridad, así como en el campo de la endocrinología. De nuevo en España, en 1956 obtuvo el título de doctor con la tesis La resistencia capilar en el niño.
Entregado al trabajo y al estudio, en 1958, obtiene por oposición la plaza de Profesor Adjunto de Pediatría de la por entonces Universidad Central, hoy Complutense. Además, compaginó dicho desempeño con el de Profesor Auxiliar de la Escuela Nacional de Puericultura donde profundizó en aspectos novedosos de la atención pediátrica como la Pediatría Preventiva y Social.
Por entonces ya era un pediatra muy reconocido en toda España por sus publicaciones y asistencias muy activas a los Congresos de la especialidad, vislumbrándose que a pesar de su edad pronto sería catedrático. Y así fue. En 1966, con 37 años, obtuvo por oposición la Cátedra de Pediatría de la Facultad de Medicina de Salamanca, haciéndose cargo de la Escuela Profesional de Pediatría. En 1970, por concurso, se trasladó a la Universidad de Zaragoza, quizás buscando la cercanía a su querida Soria. Su paso por Zaragoza estuvo lleno de asunción de responsabilidades dirigiendo la Escuela Profesional de Pediatría y la jefatura de Departamento de Pediatría de la Residencia Sanitaria José Antonio, por concurso nacional, hoy Hospital Universitario Miguel Servet. Su felicidad era absoluta y además cerca de su Soria.
Cinco años después, en 1975, con un prestigio incuestionable, obtuvo la plaza de Catedrático de Pediatría y Puericultura de la Facultad de Medicina de Madrid. Allí continuó, con pleno acierto y dedicación, hasta su jubilación en 1999. Su amor y entrega a la Universidad fue total, sufriendo, como otros muchos, años tremendos de críticas y falta de reconocimiento a grandes maestros en seno de la Universidad. En la introducción de su discurso de ingreso en esta Real Academia, hace ya 32 años, señaló: “Me perdonarán ustedes que diga que lo mejor que me ocurrió en la vida ha sido pertenecer íntegramente a la Universidad. Y pido disculpas porque resulta muy heterodoxo en nuestro país agradecer nada a la Universidad. A una Universidad denostada, vejada, vilipendiada y muchas cosas más por quienes solo han sido capaces de criticarla sin ayudarla, de intentar destruirla sin sustituirla por algo mejor, por quienes, en una palabra, no la amaron nunca y, tal vez, solo buscaron en ella satisfacer torpes e inútiles ambiciones personales”. Con estas tremendas, pero valientes, palabras del profesor Casado, cuando muchos callaban, demostraba muchas cosas y es un ejemplo, en el que reflejarnos, para hablar y decir aquello que personas auténticamente universitarias, nunca deben silenciar.
Su labor
La labor del profesor Enrique Casado de Frías en Salamanca, Zaragoza y Madrid, fue inmensa a lo largo de su dilatada vida. Y allá donde estuvo lo hizo como médico, como docente, como maestro y como jefe. Como médico, un sabio ante el niño enfermo, profundamente humano, entrañable y cercano al sufrimiento que todos los padres padecen ante la enfermedad de uno de sus hijos. Como docente, un gran catedrático, luz y guía para los estudiantes que veían en él a ese profesor que todos querían tener en la carrera. Como maestro, un lujo para todos aquellos que decidían dejarse llevar por los planteamientos que les ofrecía, basados en el estudio, el cambio, el compromiso, la renuncia y el respeto máximo al paciente, la familia y sus compañeros. Como jefe, firme en la dirección del Servicio, trataba de que no hubiera subordinados, sino que todos se consideraran, compañeros, discípulos o colaboradores. Permítanme que le diga que aunar estas cuatro condiciones, médico, docente, maestro y jefe, asumiendo las responsabilidades que ello conlleva, no es fácil ni está a la altura de cualquiera.
Sus aportaciones en el campo de la pediatría fueron manifiestas dejando cambios importantes tanto en el Cátedra como en Servicio de Pediatría del Hospital Clínico San Carlos de la misma manera que lo hizo en todas las sociedades científicas que dirigió.
De la pediatría que cogió a la que dejó hubo un mundo de diferencias. Baste recordar que a principios del siglo XX la mortalidad infantil en España fue de cerca de 16.000 niños menores de 4 años y en el año 2000 de 41. Las infecciones, tanto respiratorias como digestivas, y las alteraciones nutricionales eran aterradoras. Enrique Casado fue un defensor y estimulador de la creación de unidades neonatológicas que comenzaron a emerger en los años 60. Cabe destacar que la unidad sobre estos cuidados en el Hospital Clínico San Carlos fue sin duda una de las pioneras con resultados formidables, aunque ello le generaría decepciones importantes y roces con colaboradores a los que admiraba, debido a la autonomía de la que gozaba dicha unidad, cuando él arribó a la cátedra. Con todo su prestigio fue un difusor de la necesidad de prevenir infecciones, tanto respiratorias como digestivas, y además profundizó en otro de los aspectos menos contemplados por entonces como era el de la prevención de accidentes en los niños. Su liderazgo a alto nivel fue fundamental para la concienciación no solo de los pediatras sino también de todos los médicos que tuvieron relación directa o indirecta con él. Digno también de alta consideración, en años en los que apenas se hablaba de ello, fue su llamada de atención sobre la obesidad en los niños y como los cambios sociales estaban incidiendo en nuevas patologías que desencadenaban grandes problemas. Desde su posición y responsabilidades que asumió, clamó sobre la imposibilidad de abarcar toda la pediatría y preconizó las especialidades pediátricas de la misma forma que había ocurrido con la medicina interna. De la pediatría que el conoció cuando se inició en sus estudios a la que dejó cuando se jubiló parecía, como el mismo decía, que había pasado más que un mundo.
La Cátedra y Servicio bajo su dirección, que unía la Universidad con el Sistema Sanitario, fue un ejemplo de buen hacer y referencia nacional por su organización y aportación a la pediatría. Sus áreas de interés en la especialidad fueron las referidas fundamentalmente a la inmunología, malnutrición, endocrinología y crecimiento, campos a los que dedicó buena parte de su vida, como lo demuestra sus más de 150 publicaciones sobre estos aspectos en revistas nacionales e internacionales de alto índice de impacto. Intervino activamente en el programa de detección del hipotiroidismo congénito y formó parte del Consejo Nacional de Prevención de la subnormalidad. Sus publicaciones científicas lo fueron en revistas de categoría contrastada y por supuesto en los Anales Españoles de Pediatría, la publicación oficial de la Asociación Española de Pediatría, así como en revistas internacionales.
A todo ello se unieron sus libros, entre los que destacan Lecciones de Pediatría en dos volúmenes (Zaragoza, 1975, Madrid, 1979) con tres ediciones y posteriormente en 1991 el gran tratado de Pediatría junto a Ángel Nogales Espert con cuatro ediciones. Además, otras monografías como Lactancia natural (Madrid, 1983), encargada por el Ministerio de Sanidad, con M.ª Carmen Arrabal o Tumores abdominales junto a Alberto Valls y Manuel Gutiérrez Guijarro, alcanzaron gran relevancia en la especialidad. A todo ello hay que unir multitud de capítulos en libros nacionales e internacionales.
Su labor científica queda expresada en un hecho de gran importancia y alcance como fue la dirección de 37 tesis doctorales y 86 tesinas de licenciatura. Su empeño en que todos aquellos que le rodeaban alcanzaran el grado de doctor o se iniciaran en los principios de la investigación alcanzó su frutos y buena prueba de ello son tales datos.
La Academia
Para el profesor Casado ingresar como académico de número en la Real Academia Nacional de Medicina fue como una ilusión hecha realidad. Lo hizo en 1992 con el discurso El crecimiento y sus trastornos (1992) que fue contestado por el siempre recordado maestro Hipólito Durán Sacristán. Un gran discurso lleno de reflexiones basado en su gran experiencia e investigaciones en esta materia a lo largo de su vida.
Para él, la Real Academia fue como una continuidad excepcional de cuanto había soñado en su vida. Su asistencia a todo tipo de sesiones se convirtió en la norma, manifestando, siempre que podía, el gran nivel de todos los académicos. Su respeto hacia ellos fue manifiesto, de la misma forma que asumió cuantos encargos le fueron asignados por la Junta Directiva. Siendo el que les habla Presidente de la Institución, la Junta Directiva, le nombró miembro de la Comisión que redactó los Estatutos y posteriormente responsable de la Comisión del nuevo Reglamento. Además de ello, formó parte durante muchos años de la comisión del Museo Infanta Margarita, al que donaría su colección de fotografías pediátricas, de la misma forma que participó muy activamente en la redacción del Diccionario de Términos Médicos.
En el año 2009 dictó la lección inaugural 2009 Desafíos de la Pediatría y en el año 2018 fue distinguido con la placa de Antigüedad académica. Digno de mencionar, sin entrar en el detalle de ellas, es el número de conferencias que dio durante sus años de vida académica, concretamente veintidós.
En los últimos años, a pesar de sus limitaciones, acudía a cuantas sesiones podía. Salvo los últimos meses, no perdí nunca el contacto con él, o bien me llamaba por teléfono o lo hacía yo, y siempre que lo hacíamos me preguntaba por la academia, como estaban los académicos y como se iban desarrollando los diferentes proyectos. Debo decir que durante mi mandato como Presidente de la Academia fue uno de los apoyos fundamentales de los que gocé, ofreciéndose siempre a cualquier tipo de trabajo que hubiera que hacer. Nunca olvidaré su entrega, afecto y disposición a colaborar con los proyectos que pusimos en marcha.
Hoy las Reales Academias, y por supuesto la de Medicina, debaten sobre los cambios sociales que han tenido lugar en los últimos años y como encajarlos con la irrenunciable exigencia de independencia, competencia y excelencia que siempre las caracterizó. El profesor Enrique Casado, desde la diferencia, siempre fue muy disciplinado en el cumplimiento de sus obligaciones y la ley, pero no renunciaba a manifestar sus pensamientos. Me hubiera gustado conocer su posición con respecto a la incorporación de la mujer según la reciente ley de paridad actual y los futuros proyectos legislativos, aunque estoy convencido que, con independencia de su pensamiento, se entregaría a la observancia legislativa. Él tuvo que asumir importantes cambios a lo largo de su vida, y aunque le creaban sinsabores y disgustos, siempre los superaba por su fuerte compromiso con las instituciones a las que pertenecía. Pero insisto, en el caso de la Real Academia Nacional de Medicina de España nunca renunciaría con la responsabilidad de su voto a la exigencia de independencia, competencia y excelencia señalada.
Ello era así porque el profesor Casado se sentía académico en la acepción más profunda de la palabra. Hace años presidiendo un acto de entrega de medallas de Académicos correspondientes realicé una pequeña reflexión sobre las diferencias entre ser, estar y sentirse académico: Dije: “Ser Académico, es simplemente recibir el título que da fe de vuestro nombramiento en un acto como el que hoy celebramos. Uno es Académico a partir de ese momento, lo apunta en su curriculum vitae, enmarca el título, lo cuelga en su despacho, exterioriza su nombramiento, acude a algunas actividades de la Real Academia y pronto se olvida de su condición y de las obligaciones contraídas. En el día de hoy sois sin duda Académicos. Una segunda sería, estar de Académico, es decir cumplir con vuestras obligaciones académicas en la asistencia a las sesiones y otras labores encomendadas. En este caso se sería por tanto Académico solo cuando se está en la Academia o se realiza alguna labor para ella. La tercera, y la mas transcendente, es sentirse Académico. Podríamos decir que es la sublimación de nuestro ser académico. Se trata, pues, de un sentimiento superior, donde uno interioriza su compromiso y responsabilidad, y siente el mundo de la Academia como suyo. En este caso uno es Académico las veinticuatro horas del día, y por tanto toda la vida, con independencia de la carga que conlleve. Eso esperamos de vosotros.”.
Que hay mucha confusión sobre lo que es la Academia es una realidad, y ya por entonces señalé: “La Real Academia no es la Universidad, ni los Hospitales, ni Institutos, ni Centros de Investigación, ni Sociedades Científicas, ni Colegios Profesionales, etc, donde sus objetivos son muy específicos, como pueden ser la enseñanza, la asistencia, la investigación o la defensa de los intereses profesionales, por ejemplo. La Real Academia en un lugar de encuentro y debate, en la que desde la libertad personal, no condicionada por nada ni por nadie, afrontamos desde la serenidad un discurso de pensamiento. Aquí no hay escuelas, grupos, presiones, intereses o condicionamientos de ningún tipo, que puedan impedir expresar cuanto llevamos dentro”.
Recuerdo que el profesor Casado celebró mucho mis palabras y en más de una ocasión me las recordó. Él fue un académico ejemplar que era, estaba y se sentía académico las veinticuatro horas del día. Como Federico II el Grande, máximo defensor de las Academias pensaba que “conocimientos puede tenerlos cualquiera, pero el arte de pensar es el regalo más escaso de la naturaleza”.
Reconocimientos
El profesor Enrique Casado de Frías recibió un sinfín de reconocimientos, tanto de sociedades de pediatría españolas como de países iberoamericanos, que no enumeraré, de los que nunca presumió. Sin embargo, algunos de ellos los llevaba en el corazón por cuanto significaban en su vida. Uno la Gran Cruz Alfonso X El Sabio (1990) expresión de su dedicación a la Universidad y otra su nombramiento como Presidente de Honor de la Asociación Española de Pediatría, especialidad a la que dedicó toda su vida como médico, y de la cual fue su Presidente entre 1985 y 1988.
De la larga nómina de reconocimientos y distinciones, quisiera destacar, por lo que para él significaban, su nombramiento de Soriano saludable, Colegiado de Honor del Colegio de Médicos de Soria y Patrono de la Fundación Científica Caja Rural de Soria. Igualmente, no quiero dejar de mencionar su pertenencia como patrono de la Fundación Belén, un gran honor como siempre decía.
El médico
El profesor Enrique Casado fue un gran médico en el sentido más profundo de su significado. Gran vocacional, se volcó con los enfermos, niños, con una fuerza y renuncia fuera de lo común. Desde muy joven, sus horas de dedicación a la medicina fueron en aumento, de la misma forma que aquellas que destinaba al estudio, no solo para preparar oposiciones o clases, sino para saber más, estar al día y poder entender y solucionar, en su caso, a aquellos niños con patología complejas, sin acceso, la mayoría de las veces, a alternativas terapéuticas.
No es momento de analizar, ni de forma superficial o en profundidad, los grandes cambios de la Pediatría a lo largo del siglo XX y el actual. Sí señalaremos que el profesor Casado vivió dos medicinas muy diferentes, una medicina fundamentalmente clínica y otra medicina muy tecnológica desarrollada en las dos últimas décadas del siglo XX. Junto a ello, disfrutó también de recursos terapéuticos que no pudieron disponer aquellos niños que trataba al comienzo de su vida como médico. La explosión terapéutica de la que hemos disfrutado hubiera salvado tantas vidas de niños que hubiera sido el colmo de su felicidad.
Todo ello lo valoraba altamente y no pocas veces trasmitió en esta Academia el recuerdo y el sufrimiento que le producían algunos niños que en su día no pudo tratar correctamente y que veinte años después, gracias a las innovaciones diagnósticas y terapéuticas, sus problemas habrían sido resueltos.
El profesor Casado fue un excelente clínico, forjado en una medicina muy dura, exigente y sacrificada, con escasos recursos diagnósticos y terapéuticos. Era tremendamente meticuloso en el interrogatorio y la exploración clínica, insistiendo en que esta nunca se acaba, y que incluso un nuevo interrogatorio y una segunda exploración permitían profundizar de tal forma que llevaba al diagnóstico en los pacientes más complejos. Para él la historia clínica y la exploración nunca estaban agotadas. Gracias a ello sus aciertos diagnósticos y terapéuticos fueron siempre muy llamativos y su opinión recabada en el día a día de su actividad clínica. Con todo ese bagaje de conocimientos se explica como alcanzó las más altas cotas de prestigio en la profesión, llegando a ser el pediatra consultor de altas personalidades tanto nacionales como internacionales.
Cuando uno cuenta a las nuevas promociones como era la medicina en esa primera etapa de la vida como médico del profesor Casado muestran gran sorpresa, tanto que llegan a creer que esos esfuerzos clínicos están sacados de algún libro de historia antigua o de ficción.
Los cambios que él vivió y que revolucionó nuestra medicina, están a la vista de todos. Pero, además, señalaba siempre que tenía la oportunidad, que en un futuro se produciría transformaciones que llegarían incluso a abandonar, aspectos y principios esenciales de la medicina. A principios de 2018 impartí una conferencia en esta Real Academia sobre “El paciente en la medicina actual” y finalizaba con una reflexión de Pedro Laín a otra de Jean Rostand en su libro de 1961, Homo biologicus. Rostand proponía el siguiente futurible “He nacido de una semilla bien seleccionada e irradiada con neutrones; se eligió mi sexo, y he sido incubado por una madre que no era la mía; en el curso de mi desarrollo, he recibido inyecciones de hormonas y de ADN; se me ha sometido a un tratamiento activador del córtex; después de mi nacimiento, algunos injertos hísticos han favorecido mi desarrollo intelectual; y actualmente me someten cada año a una cura de sostenimiento para mantener mi mente en plena forma y mis instintos en óptimo tono”. Y finalizaba: “No puedo quejarme de mi cuerpo, de mi sexo, de mi vida. Pero ¿qué soy yo, en realidad?”. A ello, Laín contestó: “Eres, por lo pronto, un ente que puede enfermar y que un día u otro estará enfermo. Y entonces, desde el fondo mismo de tu ser, sentirás la necesidad de que te atienda y ayude un hombre dotado de saberes técnicos especiales y dispuesto a conducirse como amigo tuyo. Con menos palabras, un buen médico”. Y finalizaba: “Los progresos de la técnica, ¿traerán consigo la posibilidad de una medicina en la cual sea inútil la relación directa entre el médico y el enfermo? No lo creo. Mientras haya hombres, habrá enfermedades y habrá médicos”
A propósito de esto y los vertiginosos adelantos, un día en el salón amarillo el profesor Casado me manifestó: ¡Qué verán las nuevas generaciones! Nada será imposible e incluso los médicos podemos llegar a sucumbir.
Desde luego lo que vendrá no nos cabría en nuestras cabezas, aunque en ella ya hemos metido algo tan revolucionario como la inteligencia artificial. Algunos ejemplos, como consecuencia de ella son: La Unión Europea ha puesto en marcha una iniciativa para el desarrollo de gemelos humanos virtuales que permitirán diagnósticos y propuestas terapéuticas sin recurrir a riesgo alguno con los humanos reales. En ella trabaja ya el CNIO y el Barcelona Supercomputing Center, y pronto comenzaremos a ver resultados increíbles. Por otra parte, se habla de futuras cabinas en las calles, como aquellas del fotomatón, que harían diagnósticos instantáneos de todo tipo de enfermedades, refiriendo al sujeto a centros terapéuticos en los que nuevas cabinas decidirían el tratamiento adecuado, sin intervención de médico alguno, ni incluso en la cirugía que sería totalmente robotizada. En Argentina ya existen en lugares restringidos las llamadas Estaciones diagnósticas, aunque con objetivos muy limitados. Nada imaginable está tan lejos como pensaba el profesor Casado.
El maestro y su escuela
El profesor Casado de Frías, formado en una medicina universitaria basada en la Cátedra, fue capaz de asumir cuantos cambios, algunos con gran sentimiento, se produjeron en las estructuras universitarias y sanitarias. Siempre pensó que eso hacía daño a las escuelas clásicas, pero, como hombre de ley, aceptó el reto de convivir con los llamados universitarios puros y los que creían tan solo en la asistencia sanitaria. Gracias a su prestigio y sus dotes personales creó un grupo de trabajo de un altísimo nivel mezclando a todo tipo de profesores con aquellos médicos en los que su aspiración era tan solo asistencial.
A todos, a los que respetaba profundamente, los consideraba sus compañeros, con independencia de que unos se consideraran y fueran sus auténticos discípulos en el sentido clásico, y otros colaboradores o simplemente subordinados en la estructura sanitaria. En cualquier caso, sentía pasión por todos ellos, lo que significaban, el trabajo que realizaban y la unión que percibía en la Cátedra y el Servicio. Entre tantos de los que se rodeó no quiero dejar de citar, aunque alguno puede olvidárseme a: Ricardo Escribano, Fernando de Juan, Pilar Flores, Francisca López Such, Serafin Málaga en Salamanca, José Luis Olivares, Jesús Garagorri, Valero Pérez Chóliz, Aurora Lázaro, Alejandro Gasca en Zaragoza y en Madrid Ángel Nogales Espert, Manuel Moro Serrano, Pedro Herrera Andújar, M.ª Carmen Arrabal Terán, Francisco Valverde Moreno, Domingo Nieto Balmaseda, Sabino Angulo, Jaime Campos Castelló, José Arizcun Pineda, Francisco Reverte Blanco, Florencio Balboa de Paz, José Chicote de Paz, Carlos Maluenda y José Luis Ruibal.
El hombre. Sus aficiones
Los que hemos conocido al profesor Enrique Casado sabemos cómo era. Un castellano serio, comprometido con su palabra y entregado a los demás, empezando por su familia. Hipólito Durán decía de él en su discurso de ingreso “Tiene una apariencia secante y seria, pero eso es por fuera; por dentro es un hombre entrañable, cariñoso y generoso, que no se vende por nada, aunque es capaz de regalarse por amistad y amor”. Yo doy fe de ello, Enrique Casado era de esas personas que cuando uno las conoce en la cercanía queda atrapado por sus principios y generosidad. Impregnado de la cultura del esfuerzo, junto a una gran inteligencia y enorme memoria, unía una sencillez y claridad expositiva determinante. Su nobleza, lealtad, tolerancia, espíritu de sacrificio y sentido de la amistad se percibía rápidamente.
Ya hemos dicho las importantes raíces castellanas, de Soria en concreto, de Enrique Casado de Frías. Las llevaba en lo más profundo de su ser y su vida no hubiera tenido sentido sin vivirla tan profundamente como lo hizo. Sentía pasión por la que consideraba su tierra. En más de una ocasión le oí repetir una frase de Antonio Machado que se aplicaba a sí mismo: “Si la felicidad es algo posible y real, yo la identifico mentalmente con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer”.
Juan Manuel Ruiz Liso, un médico y escritor imprescindible en la vida de Soria, ha dicho recordando a Enrique Casado que “Soria no es una tierra de paso, sino una tierra para contemplarla, para sentirla y para vivirla. Quien así lo hace se impregna de su esencia y, su carácter, queda marcado por la seriedad, la sobriedad y por la capacidad para distinguir entre lo superfluo y lo necesario”.
Si en todo ser humano hay un algo más que su profesión, aficiones, en Casado de Frías encontramos la pasión que sentía por Soria y su provincia, a cuyo conocimiento más profundo dedicó muchas de sus horas de asueto y descanso. El propio Ruiz Liso me comentaba que le encantaba recorrer cada pueblo soriano, conocer su historia y el arte que allí encontraba. Poco conocido es su dedicación a la fotografía y en este sentido fotografió cientos y cientos casas rurales, ermitas, fuentes, calles, esquinas, y todo aquello que imprimía carácter a cada pueblo. Su intención era publicar una guía de todo ello con información detallada de cada una de ella. Sin embargo, alguien le tomó ventaja y publicó algo similar. Tal situación le desilusionó y acabó renunciado a seguir con este cometido. Según me consta, en su archivo familiar descansa todo cuanto realizó en este sentido.
Su afición a la arqueología, al arte y la historia le llevó a seguir las huellas de Garci Fernández, que fue conde de Castilla entre los años 970 y 995 y en concreto en la búsqueda en Langa de Duero del paraje conocido como peña sigilata o piedra sellada donde, al parecer, el conde perdió la vida en su última batalla. El profesor Enrique Casado, con su generosidad característica, mostró el hallazgo a Clemente Sáenz y Emilio Ruiz los cuales divulgaría este hecho histórico. No ocultaba nada, cuanto sabía lo compartía y cuanto descubría lo ofrecía a los demás mostrando un espíritu de gran generosidad, la misma que ponía de manifiesto con sus discípulos.
La familia
En la familia tenía el eje de su vida, todo cuanto le alimentaba y le daba fuerzas para progresar, para vivir. Su mujer, Conchita, como la llamaba, era todo para él. La admiraba y se dejaba guiar por ella en los asuntos más transcendentales de sus vidas. Siempre estaban juntos y simplemente con ello demostraban lo que significaban el uno para el otro en su vida y en la de sus cinco hijos y once nietos.
Por sus hijos sentía algo más que amor paternal. Mucha pasión y admiración, a la vez que sufría por ellos cuando las cosas no venían por los caminos placenteros de la vida. Yo le vi sufrir terriblemente en algunos momentos de su vida que superaba con su enorme fe religiosa y la ayuda de esa inmensa familia.
Finalizo mostrando nuevamente mi pesar y el de la Real Academia por su pérdida. Su espíritu estará siempre presente en todos nosotros y ese sillón que hoy luce el lazo negro permanecerá impregnado eternamente de cuanto aportó, sintió y entregó a la Academia y a todos nosotros. Nuestro abrazo a toda la familia, a su mujer, Conchita, y a todos sus hijos, a Enrique, prestigioso oncólogo, así como a Blanca, María, Beatriz y Lucía, y a sus 11 nietos, trasmitiéndoles los sentimientos más profundos de respeto y admiración a su figura y lo que representó, asegurándoles que nunca será olvidado. Unas palabras más con una petición. Les ruego a todos los presentes que eviten aplaudir al que les habla al finalizar esta intervención y en su lugar mantengan silencio, un silencio que llenarán con el recuerdo imperecedero de lo fue el profesor Enrique Casado de Frías para todos, para cada uno de nosotros y para esta Real Academia.
He dicho.
ranm tv
Manuel Díaz-Rubio
Real Academia Nacional de Medicina de España
C/ Arrieta, 12 · 28013 Madrid
Tlf.: +34 91 159 47 34 | E-Mail: secretaria@ranm.es
Enviado*: 10.12.24
Revisado: 14.12.24
Aceptado: 29.12.24
* Fecha de lectura en la RANM

